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Agricultura y naturaleza

Un tesoro bio a orillas del Ebro. Mercadillo eco en Zaragoza.

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Preparando borraja, una de las verduras típicas de Aragón. El agua de su cocimiento es digestiva y sanadora.

Preparando borraja, una de las verduras típicas de Aragón. El agua de su cocimiento es digestiva y curativa.

El mercadillo sabatino de la plaza del Pilar de Zaragoza es una punta de lanza agroecológica en la ciudad

Jorge Hernández, que aparece en la foto de más arriba, es uno de los fundadores y promotores del mercadillo de frutas y verduras y derivados agroecológicos y de artesanía que todos los sábados se monta en la plaza del Pilar de Zaragoza. Jorge pertenece a la junta directiva de Cerai (Centro de Estudios Rurales y de Agricultura Internacional), y preside Mensa Cívica (empresas y entidades profesionales comprometidas con una restauración colectiva basada en la sostenibilidad) y Slow Food Zaragoza (asociación de amigos de la buena comida, el compromiso social y el medio ambiente).

Texto de Gaspar Oliver. Fotos, Bueno Mingallón

Al fondo de esta plaza del Pilar se instala todos los sábados el mercadillo ecológico y de artesanía.

Al fondo de esta plaza del Pilar se instala todos los sábados el mercadillo ecológico y de artesanía.

La historia del mercadillo del Pilar empieza con el nuevo siglo, aunque entonces era más que un proyecto el buen deseo de un puñado de personas convencidas de que la agricultura ecológica solo se sostendría si consolidaba su propio mercado. Tampoco la plaza del Pilar era su objetivo en aquellos días. Poco a poco la brasa agroecológica fue adquiriendo intensidad y se convirtió en llama. En el otoño de 2008 ya había prendido en la ciudadanía, y sus promotores decidieron dar un salto en el vacío, desafiando la prohibición de venta callejera de verdura fresca, implantada en Aragón a raíz de una epidemia de cólera en el valle del Jalón en los años 60. Se establecieron en la plaza de San Pedro Nolasco.

Fue un salto en el vacío, pero cayeron de pié. La acogida ciudadana fue alentadora. Se reunieron fuerzas de diversas procedencias: una alianza entre el Comité de Agricultura Ecológica de Aragón, el Cerai, Slow Food Zaragoza, Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria, y grupos de horticultores ecológicos vinculados a la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza, que habían desarrollado allí huertos. También contaron con el apoyo de la Unión de Agricultores de Aragón. Fue un mercado de periodicidad irregular, y co media docena de puestos.

En 2009 se plantó el mercadillo una vez al mes, por barrios. Se estableció un convenio con el Ayuntamiento para legalizarlo. Los mercados de barrio, entonces en el punto álgido de su lenta agonía, se opusieron al mercadillo. Vieron en él mayor enemigo que los súper o los híper que han acabado con casi todos ellos.

La fórmula de entendimiento con el municipio fue considerar el mercadillo como una feria o muestra. La competencia de mercados callejeros  pertenecía a la concejalía de Medio Ambiente.

En 2010 se fijó un reglamento. El mercadillo se estableció en la plaza de San José. Contaba ya con ocho horticultores certificados y de proximidad.

En 2013, el proyecto se acogió al programa Life Plus del Ayuntamiento de Zaragoza, dedicado a la  recuperación de vías verdes y la huerta del Ebro. El mercadillo creció y se consolidó.

DSC_0809La tradición hortícola del Ebro es secular. De antiguo, la actual ofrenda de flores a la Virgen del Pilar, similar a la que se hace en Valencia en Fallas a la Virgen de los Desamparados, era una ofrenda de productos hortícolas, que los labradores traían río arriba desde la misma Tortosa. En la Edad Media existía una Hermandad del Ebro dedicada a la comunicación y transporte fluvial, río abajo y río arriba. Los agricultores solían ser musulmanes, y los pastores, cristianos.

A estas alturas del siglo, la venta de frutas, verduras, derivados, chacinería, quesos y artesanía se ha establecido con firmeza en la ciudad. Los periodos se mayor venta coinciden con el otoño, a la vuelta de vacaciones, y también en los meses de primavera y el inicio del verano. Los labradores y elaboradores que ofrecen sus productos en los puestos tienen que estar dados de alta, es decir, certificados por el Comité de Agricultura Ecológica de Aragón, si bien se exime a aquellos jóvenes que llevan poco tiempo trabajando, siempre y cuando se comprometan a certificarse.

Lo normal es que se instalen cada sábado entre 20 y 30 puestos. En todos ellos venden sus productos aquellos que los cultivan o elaboran. Vienen de tierras de Teruel (Matarraña), de Huesca (Sariñena, que presume de un derecho de aguas anterior al Tribunal de las Aguas de Valencia, en la acequia de las Almunias, con 900 hectáreas de huerta), y de Zaragoza (Tarazona, al pié del mitológico Moncayo, y en una huerta conocida por el Lugarico de Cerdán,en el barrio rural de Movera, al oriente de la capital, en la vertiente norte del Ebro).

 

DSC_0801Un ingeniero comprometido

Jorge Hernández es hijo de agricultores de las Cinco Villas, una zona de desierto regada por el canal de las Bardenas. Sus tierras pasaron de ser de cereal, viña y almendro a producir horticultura, maíz y alfalfa. Se hizo ingeniero agrónomo, en la Universidad de Valencia, y confiesa que fue en la Huerta de esta ciudad donde empezó a comprender y admirar la buena relación del agricultor con la naturaleza. A finales de los ochenta trabajaba en proyectos de regadío para agricultura convencional, y tuvo una revelación en los Monegros, el mayor desierto de España, al este de Zaragoza ciudad, entre el Cinca y el Gállego. Es la zona con una evaporación brutal. En aquel momento diseñaba obras para regar el flanco sur, más abajo de la sierra de Alcubierre. Eran las tres menos cuarto de un día de verano en Candasnos, una sartén literalmente hablando, a más de 40 grados. Le daba vueltas a la cabeza el diseño. Y entró en un estado de sopor, en el que notaba la dilatación de sus propias venas. Empezó a ver el espejismo del desierto, una vibración que parece hacer temblar la tierra.

Jorge llamó a ese fenómeno el Hechizo del Desierto.  Se planteó qué tipo de agricultura podía hacerse ahí. Y empezó a imaginar los desiertos de California y de Israel, zonas áridas semejantes a los Monegros. Y recordó las palabras de Joaquín Costa, «el agua redime al desierto». Pero hay que hacerlo con cuidado, no se vayan a regar tierras inadecuadas, que cuesten un sobreesfuerzo posterior.

Jorge asegura que la fisonomía aragonesa de gran parte del Ebro la han cambiado. «Hemos pasado de la extensividad a la intensividad. Esto tiene parte buena y parte mala. Mala: hemos vertido a los ríos toneladas de sal, del lavado de los suelos, porque esto era un fondo marino emergido por al presión de la plaza Africana, y tiene sal. Hay enorme cantidad de sal en el suelo, sulfatos, cloruro… Ahora se trata de intensificar menos y hacer una agricultura más sostenible y acorde con el mantenimiento de los suelos, y sobre todo la organicidad.»

Para Jorge los suelos de esos desiertos aragoneses han tenido poca vida y han sufrido deterioro de lavados seculares. Y lo que necesitan en un aporte de materia orgánica que les dé vida. No buscar el rendimiento a corto plazo.

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Otras iniciativas tempranas en Zaragoza

U. M. es un zaragozano comprometido con la agroecología (en su pueblo del Moncayo cultiva eco y tiene colmenas), con la sostenibilidad y con la igualdad social (ha pasado un periodo de su vida en la Nicaragua sandinista, coordinando proyectos sociales y cooperativos). Poco antes del cambio de siglo creó, junto con otras personas como él, la Asociación en Defensa de la Producción Ecológica. En el grupo, esta producción estaba menos representada que la artesanía. La experiencia duró seis años, y fue un antecedente y paralelo al proyecto que culminó luego en el mercadillo del Pilar. El antecedente del mercadillo actual del Pilar se situó en su día en la plaza de San Bruno, detrás de la Seo, en la otra punta de la plaza. Era un mercado de artesanos y de productos elaborados, y se hacía todos los domingos.
Cuenta U.M. que uno de sus clientes fue por un tiempo unos grandes almacenes nacionales, y esto les creó un problema, porque no producían lo suficiente, pero sí para distribuir en pequeñas tiendas, donde el negocio era inferior.

U.M. hizo de comercial durante los primeros años, buscando mercados y pequeños negocios de venta. Las tiendas  no vendían los suministros de productos frescos, y se los devolvían en el momento de llevar los pedidos nuevos. A veces, incluso, no pagaban. Esto les llevó a pasar momentos de crisis.

Otro aspecto del mercado de la Plaza del Pilar.

Otro aspecto del mercado de la Plaza del Pilar.

Ese conocido gran almacén de implantación nacional vendió productos artesanales aragoneses, y agroalimentarios, como la miel, y sobre todo quesos, su producto estrella, conservas de puerros y de otras hortalizas. Esto lo hacían coincidiendo con las fiestas del Pilar. A U.M. le sorprendió que los directivos de este gran almacén de ventas no regatearan en el precio que pagaban a los agricultores y artesanos. Hasta que descubrió el secreto: la Diputación de Aragón, el gobierno autonómico, subvencionaba en esas fechas señaladas la venta de productos aragoneses, y parecía haber entregado a ese gran almacén 20 millones de pesetas condicionados a ese propósito promocional. Cuando pasaba el Pilar, el gran almacén regateaba y pagaba menos.

U.M sostiene que el pequeño productor no está en condiciones de ser rentable, a no ser que se una y se busque un vendedor. Tiene claro que debe de existir una división del trabajo. Su experiencia de cultivo biológico le lleva a un análisis relativamente pesimista (u optimista, según se mire), algunas iniciativas de agricultura ecológica tienen una caducidad de tres años, que es el tiempo que sus promotores aguantan.
También dice que el poder adquisitivo del consumidor es clave en la agricultura bío. El mercado básico son las familias jóvenes con dinero, así como los enfermos. Sospecha que mientras el poder adquisitivo no aumente, el crecimiento de la agroeco será muy lento y flojo.

 

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