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Cultura y comunicación

Grietas en el laberinto

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Una réplica argumentada al artículo de Fernando Bellón «Callejón sin salida», último de los publicados en esta revista, a raíz de la vergonzosa sesión parlamentaria del 10 de enero de este año.

Segismundo Bombardier

Una cosa no le discuto al autor de “Callejón sin salida”, Fernando Bellón, editor de esta revista. “los españoles, a diferencia de los franceses, británicos, alemanes, italianos, holandeses, polacos, etc., somos los únicos que tenemos disolventes, rompedores, secesionistas, aborrecedores de España en el gobierno de la nación y en el parlamento”.

Otras argumentaciones pesimistas me parecen atribuibles a la inclinación genética de la vejez de ver en el desarrollo del presente faltas ineluctables que preludian un futuro peor. A mí suele pasarme, pero, viviendo en el extranjero, el panorama español no me parece tan malo, pues en Francia puede estallar un conflicto social virulento el día menos pensado.

Es cierto que Bellón reconoce que “sólo se diferencia nuestro tiempo de los anteriores en que lo vivimos con la intensidad del presente, flotando en la deriva de un pasado que sigue vivito y coleando”.

De todas formas, admito que el pesimismo de Bellón es más que una ocurrencia psicológica. Sin embargo, del caótico modo político que domina en España (y en el resto de países de democracia liberal, cosa que él también advierte) no puede derivarse un solo escenario.

Hay otros.

Un ejemplo está en la interpretación de las decisiones del presidente de gobierno. Se le acusa de palanganero, de psicótico, de psicópata, de esquizofrénico, y otras enfermedades de la personalidad. Ni se puede constatar ni negar cada uno de estos trastornos, y mucho menos todos a la vez.

El diagnóstico de Luis Carlos Martín Jiménez que cita Bellón es muy interesante. “No caben aquí juicios sobre la normalidad o anormalidad psicológica del personaje, la diferencia entre el genio y el loco sólo se puede establecer a posteriori, pues la misma estructura psiquiátrica del individuo depende del curso de los acontecimientos (y por supuesto, de las variaciones en la lista de lo que se consideren trastornos)”.

Previamente ha expuesto Martín Jiménez las razones por las cuales “Pedro Sánchez Castejón, presidente del gobierno del reino de España por segunda vez consecutiva es un genio de la política”. Y “El genio político de Pedro Sánchez es tal, que desborda las categorías políticas sacrosantas de izquierda y derecha, haciendo de las grandes ideas que mueven al electorado meros mitos”.

Deja claro Martín Jiménez que lo que está pasando hoy en España no es distinto de lo que ha venido sucediendo desde que estrenamos la Constitución, del 78, una ley de leyes que dio lugar a las autonomías y al sistema electoral que favorece el regionalismo sobre el centralismo, por utilizar términos que deberían precisarse, y que ahora sólo sirven para entendernos.

A la pregunta, ¿pretende en serio Sánchez, una confederación de republicas ibéricas? cabe contestar, sí, tiene un plan muy bien trazado y unos cómplices que le ayudarán a aplicarlo. Pero también vale esta otra respuesta: Sánchez no es tan idiota como para creerse el Napoleón o el Robespierre del siglo XXI; además es imposible que nadie, ni siquiera el hombre más sabio del planeta, sea capaz de precisar y prever los accidentes con los que se va a encontrar a lo largo de su vida.

¿Y luego?

Hurgar en la mente de los políticos sirve de poco, si bien las experiencias pasadas y recientes pueden ayudarnos en el empeño de hacer pronósticos. La prueba empírica y el sentido común valen más que la especulación. Se trata de ponerse en la piel del presidente del gobierno, en sus circunstancias y en el escenario en el que se mueve.

Si yo fuera Sánchez, con todos sus atributos y malas intenciones, intentaría jugar con los secesionistas. Es lo que está haciendo. Ellos saben que le necesitan para sus chantajes surrealistas, y a la vez saben que la secesión es tan difícil que se muestra impracticable. En eso consiste el juego de ambos. Sánchez se mantiene en el poder, y los independentistas hacen ver a su electorado que son duros como el pedernal.

El escenario vasco es semejante al catalán. Sólo les distingue su conciencia de su debilidad extrema; la misma que la de Cataluña (aunque los secesionistas catalanes son unos iluminados pendencieros incapaces de nada positivo), pero el territorio vasco es minúsculo, y está afectado por graves  problemas financieros y demográficos. Los secesionistas de derechas necesitan Navarra para aspirar a la independencia. Pero los únicos que pueden proporcionársela son sus mayores enemigos, los nacionalsocialistas de Bildu, capaces de liarse a bombazos una vez más. La independencia sería el fin del PNV.

Ambos territorios juntos representan una fracción bastante baja del estado, pero tienen en vilo a todos los españoles, porque españoles son, de momento, quienes viven allí. Sus manejos son un veneno que se extiende sin discriminación por la península: en Asturias se empeñan en algo absurdo, recuperar el bable; en Galicia, la educación ya está en manos del galleguismo radical y segregacionista, cedida o alentada por el PP; en Andalucía exaltan a un notario que perdió el oremus y se convirtió al islam; y así en casi todas partes, Baleares, Valencia…

A Pedro Sánchez le importan un rábano los secesionistas, los izquierdistas de salón, los izquierdistas vocingleros y la madre que los parió a todos. Todo político desea, por encima de cualquier otra cosa, colocarse en el poder, y una vez en el poder, mantenerse en él. En esto, Sánchez no se diferencia de Aznar, de Rajoy, de González o de Rajoy. Se distingue de ellos en que parece tener menos escrúpulos, o en que es un genio de la política.

Estas son las rendijas o las grietas que observo yo en el laberinto español tal y como lo presenta Fernando Bellón.

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