Conspiraciones transparentes
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Acechan en el planeta centenares de conspiraciones. Poderosas algunas. Inventadas la mayoría. Simpáticas muy pocas. En la España presente las conspiraciones forman parte de nuestro abrupto paisaje político.
Gaspar Oliver
Hay muchas personas en España que desean que Sánchez salga de Moncloa. Me refiero a personas importantes en la economía y en la política del país. Supongo que estarán tan perplejas como el resto de los mortales por la resistencia de un hombre sin apenas cualidades académicas o profesionales y humanas, mente sagaz y conciencia hueca, que se ha metido como elefante en cacharrería en un escenario que alberga a tipos sin más atributos que la falta de vergüenza.
Da la impresión de que en casi todos los países del mundo donde la población mayoritaria vive como nunca lo ha hecho en la historia reciente, también se da esta circunstancia frecuente en la historia de los pueblos. Vivimos una época en la que los impostores y los farsantes se encuentran como pez en el agua, porque la vida material se reduce a las apariencias y a la fantasía mucho más que en tiempos pasados, cuando sólo una mínima parte de la población podía vivir con desahogo y creaba fantasías exclusivas y engañaba con ellas. La prosperidad es la única circunstancia en la que la mentira se puede practicar impunemente.
Otra cosa es cuántas personas importantes están dispuestas a intervenir para echar a Sánchez de su castillo. A juzgar por lo que estamos viendo deben ser unas cuantas, cuidadosas de preservar su anonimato. Los miles e incluso de millones de sanchistas (el número produce escalofríos) sostienen que hay una conspiración para sacarle del poder. Tienen razón.
Para echar a un tipo peligroso del mando son precisas acciones poco comunes, como las que estamos viendo, dirigidas a minar su resistencia, con la esperanza de forzarle a que se aplique la vergüenza democrática.
En otro momento, la violencia política que ha provocado Sánchez con la amnistía a delincuentes separatistas, su alianza con terroristas no arrepentidos,, la desvergüenza de sus amigos y familiares, y sus esfuerzos en colocar a los suyos, no siempre capacitados, en puestos de dominio político, económico y judicial, cualquier circunstancia de estas se lo habría llevado por delante. Pero vivimos tiempos excepcionales. Es un hombre decidido a mantenerse al mando de la nave hasta que le echen los votantes o naufrague.
Las “maniobras conspirativas” no le afectan nada. En otras palabras, las conspiraciones contra Sánchez existen, son manifiestas y son varias. No se atienen al término. El chantaje no es ninguna cosa excepcional entre los políticos. La vida de los gobernantes se conduce así desde que existe el estado. De ahí que en determinados momentos se haya tenido a la política, más bien al hecho de gobernar, por un arte. Eso lo han desterrado los usos y costumbres de la postmodernidad, cuando el éxito depende de causas a veces insignificantes, nada de mérito ni de solvencia.
No hay ningún indicio de que Sánchez vaya a ser expulsado del poder. Ni el ejército es lo que era en el siglo XIX, y el ejército es la fuerza, ni parece haber ningún secreto que le derribe. Es decir, no hay secretos, los conoce todo el mundo, la prensa los difunde, no hay conspiraciones sino elucubraciones graves. Y no pasa nada.
Este hombre está vacunado contra cercos, acosos y revelaciones tremebundas.
Sin embargo, esos antisanchistas importantes de los que hablaba antes, no van a parar. Subirán la apuesta una y otra vez. Sólo cabe la rarísima posibilidad de que alguno de sus cómplices de tropelía le traicione y proporcione pruebas irrebatibles.
¿Y entonces?
Entonces tampoco pasará nada que enderece el curso de España hacia otra decadencia quizá histórica. El Partido Popular prepara un congreso extraordinario y anuncia una ponencia ideológica.
¿Qué es una ponencia ideológica? Pues poca cosa, nada. Lo que necesitamos los españoles no es una nueva doctrina, sino una carta de navegación. El resultado de ideologizar el poder es marear al electorado. Y en caso de que la oposición tuviera éxito, cosa que está por ver, porque el ejército sanchista de votantes es inmenso y leal (ellos sabrán por qué), en caso de ganar la oposición las elecciones, sólo cambiarían los responsables de gobernar y dirigir las instituciones, y muy poco sus usos.
Los españoles no necesitamos una doctrina nueva, sino un programa que rompa la trampa constitucional que impide la renovación del país. Esto es, atacar los problemas que lo paralizan, nueva constitución, nuevo sistema electoral, acabar con la burocracia dispersa en decenas de instituciones que se hacen la competencia, con el feudalismo autonómico, promover la centralización de la educación y la sanidad, impedir a toda costa el parcelamiento de la justicia y la fiscalidad, enfrentarse al problema de la inmigración con algo más que leyes, con programas eficaces, con autoridad y con remedios humanos, construir viviendas a la altura de los salarios medios, garantizar el futuro de las pensiones, y revisar nuestra pertenencia a la OTAN y a la Unión Europea mediante un debate con el mínimo de demagogia.
Todo esto no son más que objetivos sensatos y hasta posibles. El problema es cómo se llevan a cabo. No veo yo a ningún partido político con capacidad y voluntad de hacerlo. Y tampoco parece que haya muchos hombres públicos con inclinación a tomarse en serio nuevas ideas, que en realidad ni son revolucionarias ni desconocidas.
Lo que sí resulta algo extraordinario y desconcertante es que el hombre en el castillo resista todos los embates, todas las galernas, todas las conspiraciones, todos los accidentes naturales o provocados, todas las catástrofes. Desde luego, Sánchez pasará a la historia, pero envuelto en el celofán pringoso del descrédito y la mentira. Él se lo ha buscado.
“Por tierra mar y aire”. Hay que derribar al soldado Sánchez como sea. ¡Y es el peor político de la historia reciente de España… Sin poner en duda que ha hecho cosas jurídicamente dudosas y políticamente no éticas no es un caso tan excepcional (si bien los intereses para que caiga intentan mostrarlo así). Léase al Sr. Aznar y su comprensión al “ejército Vasco de liberación nacional ” y su exponencial acercamiento de presos etarras al P. V, por no hablar de su apoyo a EEUU en Irak (que a España no le sirvió de nada pero a él sí, se ha hecho rico con Murdock), o al Sr Rajoy y su policía patriótica y los sobresueldos de Bárcenas. Sin olvidar el lema de “la culpa de todo la tiene Zapatero”… Y podríamos seguir, pero aquí el peor es Sánchez. Creo que toda la reacción por derribarlo no tiene en consideración una cosa: Sánchez ha eliminado a Podemos que sería el actual partido hegemonico de la izquierda, así que ¿sería mejor un gobierno presidido por Pablo Iglesias? ¿Las élites, incluida la monarquía estarían mejor? Por lo menos hay que ponerlo en duda, yo creo que no. Además Sánchez caerá pronto -no se puede gobernar tanto sin presupuestos- y cuando caiga dejará al país económicamente bien -algo de lo que curiosamente no se habla porque como es sabido al pueblo español no le importa la cartera, solo la ética de sus gobernantes- . Tan solo es una opinión . Saludos.