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Cultura y comunicación

Consumidora consumida

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 Es el título del monólogo que Antonia Bueno interpretó en el primer taller de la Escuela de Alimentación de VSF Justicia Alimentaria Global, tenido en el colegio del Pilar de Valencia el 20 de noviembre pasado. A continuación ofrecemos el texto de este monólogo, «Consumidora consumida».

VSF-JAG es una asociación que, entre otras cosas, se dedica a la formación alimentaria en la población. Ahora desarrolla un programa para AMPAS en Valencia. Sus argumentos son los siguientes:

Antes el sobrepeso en niños era poco frecuente. Hoy lo sufre sobrepeso 45% de la población infantil.
Antes se compraba en el mercado del pueblo del agricultor del pueblo porque no había mucha más opción. Hoy tenemos muchas opciones en el supermercado y sin embargo los agricultores/as difícilmente viven una vida digna; cada vez hay menos “buena agricultura”: generadora de empleo y salud.
Antes los sistemas agroalimentarios eran localizados y centrados en la “buena alimentación”, hoy son globalizados y centrados en los mercados. Grandes empresas se disputan uno de los mercados más atractivos en el escenario global con enormes inversiones en publicidad. Uno de cada dos anuncios de alimentos son de productos ricos en grasas y azúcares.
Antes se aprendía a comer como se aprende a hablar, los saberes tradicionales se transmitían de generación a generación de forma natural, por lo que no necesitábamos educarnos para una buena alimentación. Hoy sí: necesitamos que la alimentación sostenible, sana y justa entre en las escuelas, y que el compromiso con una buena agricultura y con una buena alimentación lleve a la comunidad educativa a contribuir a la buena vida que todos queremos.

Los colegios que deseen que se realice este taller pueden ponerse en contacto con VSF-JAG vsfvalencia@vsf.org.es, o en el teléfono 615069001. 201510_presentación taller alimentación AMPAS

taller alimentaciónCONSUMIDORA CONSUMIDA

Antonia Bueno

(Aparece una mujer cubierta con plumífero invernal y gorro de lana. Arrastra un gran maletón. Va abanicándose. Se dirige al público.)

Buenas tarde. ¡Uf, qué calor!, ¿verdad? Parece que este verano ha venido fogoso. Ustedes pensarán que me voy a Alaska… o a la Patagonia… o a Groenlandia… o a esquilar ovejas siberianas… o a escalar el Kilimanjaro. ¿A que sí?… Pues no. ¿Entonces?… A esta mujer le faltan unas cuantas tuercas. ¿A quién se le ocurre, en pleno agosto valenciano salir de esta guisa? Pues no, no voy al Polo Norte… Pero casi: ¡Voy al súper de la esquina! Sí, sí, ese que todos ustedes tienen a caer de la boca.
¿Acaso ustedes no se hielan al pasar por los yogures o los congelados? Yo ya he cogido unos cuantos resfriados. Pero se acabó, a mí no me hacen tiritar más.
Se preguntarán por qué no llevo el clásico carrito de la compra, como todo el mundo. ¡Ay, amigos míos! Eso hacía antes y no me servía de nada para mis fines. Porque mi finalidad de un tiempo a esta parte no es sólo salir a comprar cualquier cosa. No, ahora quiero saber qué compro. Y, como eso nos lo ponen cada vez más difícil, tengo que ingeniármelas utilizando mis propios medios.
Aquí dentro llevo una escalera. Sí, una escalera plegable muy apañada, que me permite subirme a mirar los estantes altos, ahí donde ponen productos menos comerciales y más asequibles (al bolsillo, claro) que los que colocan a la altura de los ojos.
También llevo un equipo completo de espeleóloga. ¿Qué para qué? Pues, está bien claro: Para sumergirme en las profundidades, en esos bajos fondos de las estanterías, donde anidan las marcas blancas y los chollos.taller alimentación2
Y por supuesto, no falta una de mis herramientas fundamentales: una lupa de 100 aumentos, básica para… ¡Para todo! Para arriba, para abajo, para el centro… y ¡para dentro! Sí, señoras y señores, hay que mirar bien. E intentar adivinar tras las etiquetas cómo ha muerto el pollo, si su nivel de stress en el matadero ha equivalido al de un ejecutivo agresivo. Eso cuando el pollo realmente existe. Porque puede haber sido sustituido por una sarta de saborizantes pollastriles de difícil clasificación y peor asimilación.
¿Y qué me dicen de las naranjas? Aquí llevo dos cosas fundamentales: una estrella de David y una mano de Fátima. Se las enseño a las naranjas y observo atentamente. Si no se inmutan está claro que son de la terreta. Pero puede ser que, por el contrario, me saluden con un ¡Shalom! como buenas hijas de un kibutz israelí, o con un ¡Salam Aleicum! con acento de la vega margrebí, en ambos casos felices por habernos colado el gol de sus redondeles en nuestra portería naranjil. Seguro que ustedes las han visto, bien embutidas en sus llamativas mallas carmesí, cual orondas bailarinas orientales y cítricas.
¿Y esas otras mallas más convencionales que envuelven tubérculos y van hasta los topes puestas de pesticidas industriales?…
¿Y los zumos?… ¡Ah! Ahí sí que necesito echar mano de todos mis artilugios. Las letras propagandísticas enormes, atractivas, nos tienden sus brazos seductores con promesas de salud y bienestar si consumimos sus elixires… beatíficos. Pero, ¡ahí es donde interviene la lupa! Hay que cogerla y buscar concienzudamente la miniatura escondida en un rincón perdido del envase. ¡Aja! Cuando la hemos pillado, intentamos descifrar el enigma. ¡Mnnnn!… ¡Imposible! Para eso también llevo un completo diccionario de términos médicos y un vademécum de compuestos químicos… alimentarios, que voy consultando a medida que sigo el rastro minúsculo. Vean, vean la abusiva cantidad de azucar, de grasas, de aromas, de trazas de… las cosas más variopintas…
Bueno, tal vez sea mejor darse al vino. Veamos. Sulfitos y otros añadidos acompañan y pervierten las uvas originales. No hay remedio. Y de las colas… ¡Ni hablemos! Química pura para desatascar tuberías.
taller alimentación3En fin, vayamos a los huevos. Aquí en mi maletón llevo un pack de botella y vasito. ¿Qué para qué, señora? Está claro, para calcular su edad. La suya no, señora, la del huevo. Si es jovencito, cae al fondo como un plomo. Si va a cumplir el mes, flota cual cachirulo ovoide.
Y así con todo. No sigo por no aburrirles con mi perorata.
Pero no se dejen engañar, señoras y señores. Hagan como yo en su próxima compra. O si no, quítense todos estos atavíos, dejen el maletón, cojan un capacho o una bolsa de tela y diríjanse a sus vendedores locales, sobre todo a los que venden productos ecológicos. No pasarán frío, ni precisarán ejercer de detectives, ni acarrearán pesos innecesarios. Y además: ¡Su salud se lo agradecerá!

(Se quita el plumífero y el gorro, suelta el maletón y sonríe.)

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