Cualquiera puede hacer arte. Una propuesta literaria y terapéutica de Denise Blais
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Que helarte es morirte de frío no es sólo un chiste. Que el arte es morirse de frío es una verdad, porque arte es cualquier producción realizada con el propósito de que sea arte. Desde las vanguardias de inicios del siglo XX arte puede ser cualquier cosa, desde un montón de escombros hasta un urinario.
Fernando Bellón
Pero ¿qué es el Arte? Una idea en el que cabe casi todo, incluido el dolor que producen en el “artista” de una performance los pinchazos de agujas o cortes sangrientos. Con la invención del arte en el siglo XVIII (La invención del arte, una historia cultural, de Larry Shiner, Paidós, Barcelona, 2004) y la irrupción de la Estética alemana, la poética aristotélica perdió su finura y su nobleza. Pero los académicos se metieron en un jardín filosófico, porque cualquier definición de Arte se quedaba coja. Por ejemplo, definir el arte por su propósito; o decir que arte es todo lo contrario de lo que no es arte. En definitiva, arte es todo aquello que ha sido autorizado y dignificado por una academia o un institución. Los innumerables creadores de obras artísticas sin canonizar por las academias y los medios, son unos simples mindundis.
Esta introducción es necesaria para hablar de Compartiendo caminos (Valencia, abril 2024), una antología de relatos cortos, reflexiones, creaciones colectivas y poesía de ciudadanos y ciudadanas asistentes a los Talleres de Escritura Creativa “Escribo vida” tutelados y dirigidos por Denise Blais, una canadiense que vive en España desde XX. Una colección de relatos y poesías hecha por artistas no reconocidos.
Denise Blais es autora de Viaje en blanco y azul, editado por Contrabando, Valencia en 2014. En esta revista hicimos una reseña de su obra.
En ella decía: Denise Blais es una canadiense con formación filológica y teatral, que vive en Valencia y ha llegado a dominar el español. Todos los que han comentado Viaje en blanco y azul en presentaciones y en reseñas coinciden en que no pertenece a ningún género literario tradicional. Es inclasificable. Es un alivio. Aquellos que aman la lectura disponen de un plato exquisito. Resumo mis impresiones: Viaje en blanco y azul es un libro estupendo, de agradable y fácil lectura (muy bien escrito), y cuyo contenido entra como un relámpago luminoso en el corazón o la conciencia.
Y también: Viaje en blanco y azul cuenta una historia, y por eso se sigue con interés. Pero como lo hace de un modo fragmentario (de ahí que el postmodernismo quiera apropiarse del libro), da la impresión de que lo que nos cuenta son retazos de memoria. Lo cierto es que si un editor quisiera imponer un orden diferente al libro para convertirlo en un aspirante a bestseller, se lo cargaría.
La autora está capacitada para dirigir cualquier taller literario. Imparte el taller “Escribo vida” con un planteamiento y un propósito parcialmente literario, puesto que se trata de un ejercicio de escritura creativa y sanadora. Es una actitud distinta a la de la multitud de talleres literarios que se hacen en España y en el mundo entero. No se enseña a escribir sino a dar rienda suelta a la intimidad más profunda, al sentimiento, “al corazón”, insisten los participantes.
Denise Blais deja claro el amplio abanico en forma y en fondo de contenidos del libro.
“Cada participante se inspiró en unas propuestas e indicaciones muy claras por mi parte. A posteriori, nos ha parecido conveniente y lógico reunir los textos en géneros: cartas, microrrelatos, reflexiones, diálogos, poesía y relatos. El tiempo dedicado a la propia escritura osciló entre diez y cincuenta y cinco minutos. Luego cada participante pudo tomarse la libertad de revisar sus escritos antes de publicarlos.”
Denise cuenta que la idea de los talleres fue consecuencia de una intervención suya en un taller de Constelaciones Familiares. Los escenarios terapéuticos colectivos partieron en Occidente de propuestas relacionadas con la psicología de grupo para casos excepcionales como las adicciones. Su eficacia amplió sus posibilidades, también terapéuticas, pero accesibles a personas de las que podríamos llamar “normales y corrientes”, cualquiera de nosotros, sometidos a las frustraciones y los dolores de todo ciudadano anónimo.
Así que diversos profesionales (Denise es licenciada en Creación Literaria en la Universidad de Quebec en Montréal) se han involucrado en estas experiencias con propósito sanador. Es preciso reconocer que no todos los monitores y monitoras de estos talleres son “profesionales”, lo cual no es ni un misterio ni un fraude. Hoy en día las universidades expenden títulos como una charcutería morcillas; y las de más calidad no siempre llevan etiqueta académica. La literatura no es un oficio reglado por una facultad, cosa que es una fortuna. El día que a la Unión Europea le dé por decretar reglamentos para este tipo de actividades, habrá que pensar en que el Gran Hermano por fin se ha quitado el velo. Ignoro si lo ha hecho ya, decretar reglamentos de esa naturaleza, porque la careta de Gran Hermano la lleva puesta desde que impuso la Agenda 2030: todos felices, todos iguales, todos idiotas.
Por eso iniciativas solventes como las de Denise Blais son dignas de encomio. Y su resultado Compartiendo caminos, es digno de lectura y reflexión. La lista de los que han intervenido en el taller es considerable.
A mí me salen dieciocho, dos hombres y dieciséis mujeres. Esto me recuerda una pregunta que hice en un curso de verano de la Menéndez Pelayo, donde el alumnado estaba compuesto de chicas, y un par de chicos. ¿Dónde están los hombres?, pregunté. Me contestaron, “Jugando el fútbol”. No era una exageración, era un símbolo.
Denise Blais es asimismo actriz, y ha sido co-protagonista de “Las mil y una muertes de Sarah Bernhard”, de la dramaturga Antonia Bueno, también reseñada en esta revista.
En conclusión, la creación literaria es un dominio abierto, aunque el reconocimiento de esa realidad amplísima se hace imposible, porque no se da a conocer, no se reconoce ni en las academias ni en los medios convencionales autorizados para hacerlo.
Cada vez que entro en una librería en busca de saldos (casi nunca de novedades) me sobrecoge el océano de libros desplegados ante mí. Es posible que el diez por ciento de ellos se hayan publicitado, pero muy pocos han quedado en la memoria reciente de los compradores.
Sin embargo, un autor sólo puede ser reconocido como tal si publica un libro en papel. Digo puede, no que lo sea. Y más en nuestro presente tecnológico, que ofrece al escritor o escritora la posibilidad de autoeditarse sus trabajos. Esto no diferencia nada nuestra época de otras; en España y en el extranjero son legión los hoy famosos o reconocidos escritores que tuvieron que pagar de su bolsillo la edición de sus creaciones. La diferencia es que hace ochenta años o un siglo el precio de cien ejemplares era considerable, y hoy lo puedes hacer por mil euros.
¿Está el mercado saturado? Físicamente puede que sí. Pero lo que está sobresaturado es el sistema de reconocimento. Sería necesaria una sección literaria diaria de varias páginas en los periódicos, y una sección literaria diaria en los informativos de radio y de televisión, algo similar a las secciones deportivas. Y ni siquiera así, tanto es el material.
El refugio digital, como lo es esta revista, es el recurso alternativo. Tan alternativo que su difusión es minúscula en comparación con los medios poderosos. En Agroicultura Perinquiets encontrará el lector pocas reseñas de libros celebrados en los grandes medios, no es ese nuestro territorio. Pero todos los temas tratados aquí tienen el sello de la calidad no reconocida por ninguna academia, sino por su valor intrínseco.
Y acabo. Hay un libro interesante sobre la teoría del arte. Es El círculo del arte, de Larry Dickie. Paidós, Barcelona. 2005. En él el autor reconfigura su previa teoría institucional del arte, es decir, el elemento social (académico, mediático, el trasfondo del mundo del arte) que confiere a la creación un estatus artístico. La rectificación consiste en “concebir tal estatus no como algo que se configure, sino como algo que se logra de otro modo”. Emplea ciento cincuenta páginas en desentrañar esta afirmación: una introducción, seis capítulos y un epílogo.
Hay en el artículo una frase que me ha gustado, dice: «En conclusión, la creación literaria es un dominio abierto». Me parece más que una conclusión, una norma,una prescripción a seguir. Al menos, yo me lo tomo así, sencillamente, porque es mi caso. Yo acudí en tres ocasiones a un taller literario: aprendizaje, avanzado y novela policiaca. para lo único que me sirvieron fure para seguir haciendo lo que hacía y ponerme en el empeño de conocer más y mejor las figuras literarias, cosa que nunca conseguiré. Eso sí, el ambiente que se respira en esos talleres literarios es estimulante. En principio piensas que saldrás de allí, escibiendo mucho mejor y crees que lo has conseguido cuando el director te dice que se va a hacer una edición conjunta. ¡Oh, Atenea, por fin llegué a la meta! La creación literaria, lo mismo que la artística, es un 45% de interés, otro 45% de voluntad de trabajo y un 10% de inspiración. No queada nada para los talleres literarios, lo siento. Opino que es como los libros de autoayuda o como las sietas milagro. Creo que fue Nietzsche quien dijo: «Para llegar a ser un escritor, debes estar diez años escibiendo todos los días cuatro folios, viajar, observar paisajes y personajes, escribir sobre ello, analizar el comportamiento humano, describir todos los aspectos de la vida… al cabo de ese tiempo, puede que hayas aprendido algo.» Tampoco daba nada por seguro el señor Nietzsche. Y esta frase que he reproducido muy mal y de memoria, me ha hecho más bien que esos tres talleres literarios a los que acudí. Me ha hecho bien, por el mero hecho de mostrarme lo inutil que es creer que puedes ser un buen escritor porque hagas un curso. Tampoco será buen pintor quien vaya a la academia. En el arte, se es o no se es. Todo lo demás es pura afición.