Del páramo castellano a la montaña cántabra
Compartir
Un viaje estival por tierras de España
Nueve días en Cantabria para compensar la asfixia estival valenciana. Tengo familia allí. Nos han acogido con generosidad. Cuando el agua del mar llegue a mi quinto piso en Burjassot, me refugiaré en el norte, después de darme un baño saltando al Mediterráneo desde el balcón.
Fernando Bellón
Primera parada de las vacaciones en Uclés.
Dice la oficina de turismo: «La localidad de Uclés se encuentra en una de las laderas del final de la Sierra de Altomira, rodeada de un paisaje poblado de pequeños cerros y mesetas, con cultivos de cereales y girasol, típico de este rincón de La Mancha Alta Conquense».
Sírvanos para situarnos en la geografía manchega, esteparia, ocre, tierra de secano. Tiene viejas casas solariegas hoy minusvaloradas, como también ocurre con el castillo de origen árabe y el Monasterio, porque su ubicación ha perdido importancia estratégica. Desde el oeste, el pueblo ofrece su mejor panorámica monumental. Los cultivos que se observan en sus alrededores son los mencionados, suponemos que sufragados por la Unión Europea. No se ve mucha tierra en barbecho, la agricultura se debe explotar bien. Pero las casas viejas se muestran abandonadas, con patios escombrados, y los edificios nuevos son de un gusto espantoso. No sorprende que la población abandone estos páramos. El monasterio alberga festivales de música, pero las partituras no alimentan más que a quienes las interpretan con sus instrumentos.
Uno se pregunta si ganaría algo el pueblo con las casas antiguas reparadas y las viviendas nuevas transformadas en edificios cómodos y vistosos. Los ecos de la visión crítica del mundo rural español formuladas desde el ocaso del imperio, los arbitristas del siglo XVII, suenan en los oídos de quien las conozca y visite el territorio del secano español, en especial el castellano nuevo: Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Toledo. Contiene este territorio bellezas monumentales, simas de historia, como la de Uclés, donde perdió la vida el sucesor del reino de León, Sancho Alfónsez, hijo de Alfonso VI, cuya madre era mora. Las noticias sobre los enfrentamientos entre cristianos y moros en esa etapa de la Reconquista nos hablan de un mundo incierto, en el que los cristianos se expanden infaliblemente hacia el sur, con señalados desastres como el de Uclés. Ya entonces debía ser tierra poco poblada, con aldeas como las de hoy, porque el censo de habitantes de los pueblos actuales no pasa de los quinientos. Esas casas que hogaño son ruinas estaban adaptadas a los rigores del clima, brutales como en este siglo, que tiembla cuando la temperatura sube o baja. ¿Quién las habita? Se ven niños y jóvenes por las calles, pero puede que sean hijos de veraneantes nacidos en Uclés o alrededores. ¿Cómo se ganan la vida los vecinos de Uclés? Las estadísticas de esto que llaman la España Vaciada aseguran que la mayoría vive de las rentas, es decir, de las pensiones de jubilación. Pero alguien labrará los campos, hará la siembra y la cosecha; los tractores necesitarán reparaciones en talleres próximos, el relativo turismo culto será atendido. ¿Qué hábitos de vida tendrán los locales? No muy distintos de los urbanos, es natural pensar, pero sin agobios de transporte, de contaminación, de prisas. Todo son conjeturas.
Estas ruinas históricas son las que vamos a encontrar en todo el trayecto por la autovía de Madrid, que deja a un lado y a otro rastros notables como Segóbriga, ciudad celtíbera y romana, y tantas aldeas y pueblos de pasado próspero, que se fueron despoblando con destino a la rica Andalucía para expulsar musulmanes y ocupar sus propiedades y sus tierras, a las venturosas Indias, a Flandes, a las agitadas ciudades de Corte, a la industria y los servicios de la gran ciudad.
Cruzamos Somosierra y entramos en Castilla la Vieja, hoy región con autonomía de gobierno junto a León. Segovia y sus tierra altas pasan. Es zona granítica, como decir zona dura, resistente, con bosques de pinos, sabinas, encinas y matorral de tierra fría, enebro, majuelo, endrino.
Este vocabulario y las imágenes que se representan en mi cabeza me retrotraen al bachillerato. Con mi familia y con algún amigo recorrí León y Castilla la Vieja. Conocí los escenarios del Arcipreste y del marqués de Santillana, donde se fue urdiendo la lengua española. Y se me hizo familiar el estilo gótico castellano, esas pinturas de sayones bigotudos y Cristos famélicos, Vírgenes alucinadas, soldados feroces, castillos en lontananza sobre peñas boscosas, procedentes de un paisaje imaginario, porque en Holanda no hay montañas. Esa imaginería penetró en mi conciencia para no irse. Es mi juventud de brillante angustia, recelo y sueños casi todos cumplidos, porque no eran ni extremos ni ambiciosos.
Luego se abre la Meseta Norte y sus páramos de cereal y vino. Nubes algodonosas, aborregadas, amplias y densas flotan a media altura en el cielo burgalés. Supongo que serán cúmulos o cúmulo nimbos de una belleza espectacular y serena, decorados de un drama que lleva siglos desarrollándose y se manifiesta en la pintura, en la arquitectura, en la literatura de frente de guerra.
Como llevábamos algo de prisa no paramos a tirar fotos, que habrían sido magníficas. De hecho sólo lo hicimos al llegar a Asturias de Santillana, incluida en la vieja provincia de Santander, hoy segregada de su territorio original, cuna de Castilla, puerto de Castilla, por obra y desgracia de los constitucionalistas de 1978, ansiosos por repartirse el espacio y llenarlo de caciques de partitocracia moderna.
Antes de llegar a Aguilar de Campoo se pone a llover. Es un agua juguetona, que parece salir de las entrañas de Reinosa, y en lugar de dirigirse al sureste para formar el Ebro, se eleva cargada de brumas y de nieblas, y se derrama sobre las faldas cantábricas. Venimos tan sobrecargados de calor, con el aire acondicionado del coche a tope, que la lluvia nos calma y nos hace felices. A manta cae agua de las nubes hasta llegar a Santillana y su alfoz.
Setecientos kilómetros en dos sentadas aconsejan un paseo por los escenarios cantábricos. Un paraje llamativo ahora que se aproxima el ocaso es el cementerio de Santillana. Visto desde determinada perspectiva recuerda a un barrio de pareados. Lo cierto es que es habitación de seres humanos en posición horizontal. Baña las tumbas una luz rojiza sedante. Y también los chatos cilindros de plástico negro en los que se debe pudrir la paja o la hierba de los prados, ignoro con qué propósito. La presencia de estos rollos inmensos es ubicua en el paisaje rural, que es casi todo en Cantabria.
Este párrafo lo incrusto una vez publicado el original. Contiene matices y rectificaciones que debo a Rafael Escrig. Las pacas o balas que acabo de mencionar contienen heno, y no para que se pudra, sino para que resista la lluvia, la humedad, el calor y el frío. La hierba de los prados se siega en verano, respetando la que se van comiendo las vacas y los bueyes. Anteriormente se acumulaban en almiares, montones en torno a un palo vertical. Pero aunque se cubrieran con lonas, la lluvia echaba a perder el heno, lo llenaba de hongos, o se lo comían los ratones. Los rollos envueltos en plásticos especiales conservan el heno hasta el invierno, cuando los prados no dan de comer a las reses, y se utiliza como alimento de reserva, bastante más barato para el ganadero que comprar el heno o el pienso. Vuelvo al original.
La llegada a la Montaña se hace gloriosa. Ha dejado de llover.
Las colinas y valles de estos balcones al mar son tapices de hierba alimenticia y maíz, una planta que esta tierra conoció tarde, porque la importaron los españoles de las Indias. Pero ahora predomina junto a otra planta de lueñes tierras: el eucalipto, que alguien trajo de Australia a saber con qué intención, todavía después, en el siglo XVIII. Hoy los bosques de eucalipto cubren inmensas laderas cantábricas y gallegas porque crecen rápido y son fuente de celulosa. La otra riqueza económica de estas tierras verdes es la ganadería: vacas rubias pacen resignadas, y te dirigen miradas inescrutables. ¿Se puede escrutar la conciencia de una vaca? La etiqueta de un cartón de leche de la zona asegura que «somos más de 6.000 familias ganaderas». Según un estudio de la Universidad de Cantabria de 2014, las personas ocupadas en el sector suman 8.500. Números redondos. Dice que la economía ha despuntado gracias «a pequeños ganaderos emprendedores que están demostrando el gran potencial de la ganadería cántabra». El censo bovino en 2009 era de 278.476 cabezas.
Se cierne sobre nosotros el ocaso acaramelado, y nos adentramos en el camino del mar.
Un día nos vamos de excursión hacia el oeste. Pasamos por Comillas, muy noble pueblo, pero no nos detenemos. La ambición turística nos lleva hacia San Vicente de la Barquera, con su iglesia, su castillo, su ría y su frontera con la Asturias legítima, que ahora quiere titularse Asturies y escolarizar a los niños en bable. Yo tuve un amigo en Sydney, nacido en Asturies, que llegó a Australia con diez años. Hablaba un perfecto inglés (era economista). Pero su español era bable. Y eso que su madre, maestra de profesión en España, le había intentado corregir el acento y prosodia adquiridos en casa. Formidable paradoja. El hombre estaba avergonzado de su lengua materna española, y se vino a España a cualificarse. Lo logró, pero el país no le convenció. Y se volvió a Sydney. Ahora ya no se podrá decir que Asturies ye españa, y el resto es tierra conquistada. Asturies quiere tener lengua propia y desgajarse de la península ibérica. Lo cual es una exageración (que quiera desgajarse) y una estupidez (que alguien lo pretenda).
Al final hicimos parada en Cóbreces. En Cóbreces vive nuestro colaborador y amigo Gaspar Oliver. Pero no estaba, se había ido de vacaciones a Corea. Le dejamos mensajes en la playa.
La gente tiene familia en cualquier parte, primos, cuñados, abuelos. En Liencres vive medio año un primo materno mío, un jubilado como yo de clase media alta, según valoraciones del Ministerio de Hacienda. Ingeniero industrial retirado, viejo rockero sobreviviente, toca la armónica en grupos de Blues; y sorprende que lo haga muy bien, y que entremedias cante como si fuera un esclavo de plantación. Me habla de su hermano mayor, alto cargo de un banco grande hasta que le dio un patatús y le aconsejaron jubilarse. Primero se deprimió. Luego se repuso, y se dedica a jugar al golf, me cuenta mi primo. Nos da un paseo pedagógico por la Costa Quebrada, un prodigio marítimo, que ha conseguido debilitar los acantilados, mellar las rocas y derrumbar paredes inexpugnables para los seres humanos. Véase la prueba gráfica.
Para llegar a Santander se pasa de refilón por Torrelavega, vieja ciudad industrial fabricante de celulosa apestosa. La fábrica son hoy varios edificios leprosos; seguro que han sido escenarios de películas de miedo y acción. El área que ocupan es tremenda, y llevan décadas deconstruyendo la industria. Una fábrica que sí funciona hace productos químicos, que exporta con aprovechamiento, según dicen ellos, y respeto absoluto a la termoecología y lo que haga falta; da trabajo a 750 personas, y la celulosa lo daba a 4.000. Además, hay un polígono industrial notorio y notable. En la población de Torrelavega se ven magrebíes, algo poco usual en tierras cántabras.
Mi madre cantaba una canción burlesca: «Santander, qué bello es. Siempre llueve, siempre llueve, nunca deja de llover.» En su niñez estuvo de colonias en Santoña. Era el verano de 1936, y volvió a su casa en el Madrid devastado la primavera de 1939. La ciudad de Santander es la villa donde otro colaborador de esta revista creció. Se trata de Andrés Arenas, profesor y traductor de inglés, que en su juventud fue monárquico, admirador y defensor de Menéndez Pelayo y de Pereda. Hoy mantiene su respeto a esos autores inestimables y luminosos, y se acuerda con nostalgia de progre moderno de la irrepetible ocasión cuando hizo una conferencia sobre Alfonso XIII en la Facultad de Filosofía y Letras, donde nos conocimos allá por 1967. Fue una intervención excepcional en aquel revoltijo de carrillistas, maoístas y cosas peores. Pero nadie le tiró huevos podridos. Eran otros tiempos.
De vuelta en el tren hacia Torrelavega, aprovechamos el vehículo que nos espera en el aparcamiento de la estación para acercarnos otra vez a la costa. Es la caída de la tarde, y nos topamos con otro ocaso, pasando por Tagle. La movida turística persigue los tópicos. Uno de los más hermosos, y no es estereotipo porque es natural, es el del ocaso. Los caminos que cruzan los maizales son una maldición de vehículos con los que hay que hacer ejercicios malabares para no rozar. Desde que el verano se ha hecho sofocante en el Mediterráneo, dicen, un montón de gente viene a pasar sus vacaciones al Cantábrico. Acaso con la esperanza de librarse de la subida del mar e inundación de la costa inminente, gracias a los acantilados. Los atascos en el puente de San Vicente de la Barquera son un espectáculo en sí mismo. Y entrar en ciudades como Llanes, en Asturias, es empeño inútil. Yo pasé por allí antes de que finalizara el siglo XX, y pude aparcar cerca del puerto. A este paso, viajar para disfrutar va a ser imposible. Mejor quedarse en casa y ver reportajes en la televisión.
Otro día nos vamos para Asturias, pero por la A-8, con desvío en Unquera. Hemos bordeado quilómetros de bosque, mayoritariamente eucaliptos. Para encontrar la flora más o menos local hay que meterse hacia el interior, donde crecen sin sofoco los arces, avellanos, robles, castaños, nogales… Los encontramos en la sauceda de Buelles, que da sombra al río Deva. Nos hemos citado allí con Waltraud García y su familia, sus dos hijos, un mozo y una moza con aspecto germánico y su marido, personaje goethiano, políglota, antiguo soldado y marino, y ahora analiza mercados y cosas así zambulléndose en las redes como un delfín.
Nos metemos por un camino lleno de charcos y de barro, bajo avellanos y sauces verdísimos, que no se distingue en nada de las trochas franconas o de la Baja Sajonia. Les pregunto a los chavales si se sienten en su tierra y lo confirman en un español intachable, son de dos tierras; su madre es de tres, porque vivió en Australia en su infancia.
Luego de completar la excursión nos vamos hacia Panes en paralelo al Deva. Panes es pueblo de veraneo antiguo, con pensiones y posadas repletas estos días del año de gente de todas las procedencias. Ahora al veraneo se le llama turismo, y disfrutamos todos de él, no sé por cuánto tiempo. Quizá algún día las habitaciones se llenen de chinos con coches eléctricos. Por fortuna mi futuro es corto, no me hago a ese mundo que tendrán que vivir y sufrir los hijos de Waltraud.
Próxima etapa, Cabezón de la Sal. Lo hemos encontrado lleno de motos y de moteros. Son tipos que dan miedo, pero suelen ser pacíficos. Había una concentración en una ciudad cuyo tótem es una bicicleta, a saber porqué. Tiene jardines, palacios y dos hermosas secuoyas, el anticipo de un bosque plantado artificialmente al otro lado de la A-8, hacia el norte.
Estos pueblos de Cantabria y de Asturias que hemos visitado no tienen desperdicio, está casi todo nuevo o recompuesto y limpio. Lo cierto es que las ruinas en este clima se vuelven románticas en lugar de vertederos de cascotes, y la basura la tapa el matorral. Si sacas el pié de la carretera al arcén pisas un charco o lo metes en una zanja cubierta de hierba. Hay botellas de plástico y cajetillas de veneno, pero hay que buscarlas, no aparecen como productos del terreno.
Vamos acabando. Nos despedimos de Ubiarco, y subimos la cordillera Cantábrica hasta Reinosa y Aguilar de Campoo. Vamos de vuelta. Los páramos de Castilla la Vieja, tierra de Fernán González, de Rodrigo Díaz, de Sancha Alfónsez de León, de su hijo Alfonso el sexto. Cuando el reino de Oviedo se expandió a León y vinieron las disputas con los condes castellanos, y se reunió el reino con Alfonso el Sabio, esta fue una tierra de promisión, de valientes avanzados, de fueros generosos, de hijosdalgo, y luego de conquistadores de indias.
Hoy, al fotógrafo le inspiran las ruinas mesetarias. Volvemos al inicio. ¿Qué tipo de vida llevan estas personas castellanas y los recién llegados musulmanes? ¿Conviven? ¿Qué futuro tienen estos castillos, estas iglesias, estas colegiatas? El frío y el calor las han desmigajado, incluso antes de que los conceptos de cambio climático y España vaciada entraran en uso.
A uno, que ha sido lector ávido de Azorín, le da por soñar un viaje en carro por estos lugares apuntando lo que ve. Me entraría una melancolía azoriniana que arruinaría mi vejez.
¿Recorrido, excursión, periplo, odisea? Escribir un libro de viajes es tentador; sencillamente has de escribir aquello que ves, pero ¡tate! la cosa se complica si quieres hacerlo bien. Supongo que tu narración está bien hecha, para eso eres un profesional. De todas formas, aunque este tipo de narraciones sea muy tentador para mí, hay algo en ellas que me cansa. He de decirte algo, amigo Fernando: de toda la bibliografía de Saramago, que sabes que es uno de mis escritores preferidos, el único libro que no he podido terminar es su «Viaje a Portugal». Parece que a él tambió debió tentarle eso de andar y describir rincones de su tierra.