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Bitácora y apuntes

Descomponer para recomponer y el truco del silencio profundo

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Una foto posmoderna de Nápoles. Únete a Dios, que también vive en los andamios.

Una reseña de Segismundo Bombardier

Me ha pedido el editor de esta revista digital que vea la película de Paolo Sorrentino È stata la mano di Dio (“Ha sido la mano de Dios”), porque se desarrolla en Nápoles, dove il è stato di recente, y quería saber qué impresión me ha producido la ciudad de Nápoles, que Sorrentino utiliza como escenario de fondo.

He esperado a verla para preguntarle qué le ha parecido el Nápoles de Sorrentino, y me ha dicho que los protagonistas y la ciudad le han resultado tan ajustados como los protagonistas y las ciudades de las películas de Luís García Berlanga. En otras palabras, entre la realidad y la ficción hay correspondencias, pero no está claro si es la primera la que influye en la segunda o al revés.

Mi opinión sobre el tema es que, sin conocer Nápoles, la ciudad de la serie I Bastardi di Pizzofalcone me convence más que la de Sorrentino, quizá porque para el director mencionado es un mero escenario en la concepción estética de su cinematografía, ¿o quizá debía decir su concepción esteticista?

Y termino con el tema de Nápoles. Lo que quiero tratar es ese estilo narrativo que tanto se usa hoy en las series y en las películas dirigidas a un “público culto”. Yo nombro a esa técnica “descomponer para recomponer”, más “el truco del silencio profundo”.

Para abreviar reduciré los tipos de narración a tres. Narración clásica. Narración moderna. Y narración posmoderna o dislocada.

La narración clásica, en Occidente, se inicia en Súmer, continúa en Grecia, y dura cuarenta siglos hasta hoy en día, cuando los superventas se escriben según el esquema clásico de planteamiento, nudo y desenlace, con las novedades añadidas a partir de la novela romántica de suspense o sorpresas con las que se quiere recuperar la atención del lector.

La narración moderna es la que da lugar a la novela de mediados del siglo XIX, si bien las grandes obras rusas, inglesas, francesas, hispanoamericanas, italianas o portuguesas son bastante convencionales, como el Quijote, la novela quientaesencial, que en realidad equivale a una novela de viajes o al presente “road movie”. Es la novela de antihéroes, de personajes desequilibrados y a la vez comunes. Y poco a poco se va introduciendo en ella la intriga.

Este componente es la esencia de la narración posmoderna. En la vida de los protagonistas existe un secreto, un trauma o un accidente desconocidos para el lector, que va emergiendo poco a poco o de golpe.

El otro componente de la narración posmoderna es la dislocación, la fragmentación, la descomposición del relato, que se inicia, por tomar una referencia, con el Ulises de Joyce, los surrealistas y los vanguardistas irrespetuosos de normas y tradiciones.

La técnica ha saltado al cine y a la televisión de un modo natural. Si se recuerda el cine primitivo y el que dominó hasta después de la Segunda Guerra Mundial, la narración era de un «clasicismo» a veces férreo, mientras la novela escrita derivaba hacia la alucinación y el caos. Eso se debía a que el espectador no estaba educado todavía en la nueva fórmula narrativa, lo más atrevido que se proponía eran los flash back. Hoy en día, avanzado el siglo XXI, las series y las películas más apreciadas por la crítica “digna” o “seria”, la que desdeña lo convencional, lo “vulgar” son aquellas que se atienen al esquema de planteamiento “in media res”, inicio en mitad de la historia, la dosificación de otras tramas o subtramas, los flash back desconcertantes porque se intercalan sin  razón a la vista, la desaparición del nudo, porque con tanta sorpresa no hay uno sólo sino media docena, y un desenlace que se ve venir, a pesar de tanta retórica fílmica.

Me hago a la idea de que el método consiste en desarrollar linealmente un esquema complejo con tramas y subtramas, trocearlo (para lo cual es importante la profesionalidad del guionista cuyo trabajo más complicado es no crear un lío en el espectador), y reordenarlo de acuerdo con un esquema verdaderamente barroco, cuanto más, mejor.

Así es como veo yo ciertas series, sobre todo las realizadas en el marco de la HBO o Netflix.

En cuanto a Sorrentino,  La Grande Bellezza y La Giovinezza no encajan en el modelo posmoderno que acabo de describir, sino en otro, el barroquismo felliniano. Ese es su gran valor, porque hacer una buena película con fuerte presupuesto, actores y actrices de alta profesionalidad, y tecnología de última hora no es tan complicado, si el director está bien formado y tiene experiencia acumulada. Sin embargo, las series El Joven Papa y El Nuevo Papa, realizadas según un modelo barroco felliniano, sí contienen elementos de narración fragmentada.

Al inicio de esta reseña he mencionado un factor en la técnica narrativa cinematográfica posmoderna: “el truco del silencio profundo”. No es nuevo, se da desde antiguo, en especial en el cine calvinista escandinavo y en las películas antisistema del fenecido socialismo real. El silencio profundo unido a la descomposición y recomposición, tiene un efecto muy melodramático o de fuerte patetismo. En È stata la mano di Dio se unen con inteligencia.

Termino. Considero la narración posmodernista un intento culterano de atraer la atención del espectador, que (supuestamente) está fatigado de las fórmulas narrativas garbanceras, vulgares, antiguas.

Lo que me pregunto con frecuencia es qué sucedería si determinadas películas y series no se fragmentaran y se realizaran de acuerdo con un guion más o menos lineal. O a la inversa, ¿qué Quijote saldría si descomponemos el de Cervantes, suprimimos episodios enteros o a medias, y lo ordenamos de otro modo?

 

 

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