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Agricultura y naturaleza

Ecocestas en un Edén granadino

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Siete jóvenes agricultores sobradamente preparados

El Valle de Lecrín es un tajo en la parte occidental de la Sierra Nevada de Granada, de norte a sur. A lo largo del río Dúrcal va a parar al embalse de Béznar. Y un poco más al este, haciendo cuña con él, bajan barrancos en cuyas alturas se expanden los campos de Dúrcal, Nigüelas, Talará, Lecrín, Melegís, Restábal. Es la geografía de «Bodas de Sangre», de «Yerma», pero también de «La zapatera prodigiosa» o «Doña Rosita la soltera». García Lorca nació algo más al norte, en Fuente Vaqueros, pero el pálpito de sus personajes parece verse en las fuentes, en los caseríos, en los huertos de naranjos y en la peluca blanca de la Sierra.

Pero sobre todo, el Valle de Lecrín es uno de los escenarios fértiles de la Red Agroecológica de Granada. En sus pueblos de cuento y poesía viven decenas de jóvenes agricultores que están haciendo del Valle su paraíso particular, y un edén del cultivo orgánico.

Un reportaje y fotografías de Fernando Bellón.

Noemí y Marta con la Sierra Nevada al fondo

Noemí y Marta, con la Sierra Nevada al fondo

Hemos dado cuenta en la primera actualización de mayo del Ecomercado de la ciudad de Granada, una plasmación urbana de los proyectos que cultiva la R.A.G. En esta segunda actualización de mayo vamos a exponer los trabajos y los días de un puñado de chicos y chicas, ingenieros agropecuarios, que han tomado el relevo de los pequeños agricultores del Valle de Lecrín que se van retirando y cediendo sus tierras al cultivo ecológico. En la inmensa marea agrícola andaluza pasan desapercibidos, porque trabajan pequeñas parcelas. Su labor diaria emula las odas de Hesíodo, y es ejemplo de cómo sacar provecho a la tierra sin dañarla y sin dejarse devorar por ella.

Hemos hablado con Marta Ibáñez Verdú, de Nules, Castelllón, ingeniera agrónoma, con Víctor Soldevila Carrascosa, de Chiva, ingeniero técnico agrícola, con Noemí Pezuela Pérez, de Guadalajara, ingeniera técnica agrícola, y con Francesco Cillia, italiano de Sicilia. Ingeniero agrícola especializado en producción animal. Rondan todos los veintitantos, cerca de los treinta, y acumulan al menos siete años de experiencia en el Valle.

Llegaron a él cada uno por su cuenta, a veces con sus parejas, empleados por instituciones agrícolas de la Junta de Andalucía o la Diputación de Granada. Y no tardaron en echar raíces y pasar de asesorar a labradores a cultivar ellos mismos la tierra.

Víctor preparando la masa madre en la panadería

Víctor preparando la masa madre en la panadería

Dice Víctor Soldevila que al ir conociéndose descubrieron que compartían “afinidades en agricultura ecológica, una visión diferente de ver la agricultura. Estábamos viviendo por aquí, y al reactivarse la Asociación Ecovalle, que sirvió como aglutinador de las personas que teníamos un interés, nos fuimos juntando.” Estuvo trabajando en la Federación Andaluza de Empresas Cooperativas Agrarias, en Higüelas, un pueblecito del valle, facilitando a los campesinos los trámite de subvenciones, y asesorando en agricultura en general.

La Asociación Ecovalle es un agregado de labradores, monitores, distribuidores. La castellonense Marta Ibáñez trabajaba en el sindicato agrario COAG. “Se me terminó el trabajo allí, y decidimos venirnos a Dúrcal a cultivar. Empecé con dos compañeros a cultivar patadas a 2.000 metros en la sierra. Y luego, cuando se activó la Asociación, que al principio solo hacía cursos de formación, talleres y cosas así, nos juntamos un grupo de gente con ganas de cultivar. A parte de las patatas decidimos montar huertas, hacer una planificación conjunta, sobre todo para comercializar, y vender cestas”.

Noemí Pelezuela lleva diez años por la zona, para la Consejería de Agricultora, para la Diputación, hasta que decidió quedarse unos naranjos y se puso a vivir en Dúrcal, ya en la reactivada Ecovalle.

Formaron un colectivo de parejas agricultoras, una de ellas la del siciliano Francesco y su novia. Francesco llegó con una beca de la Unión Europea. Tenía que presentar un plan de negocio, y pidió a Ecovalle si podía hacer prácticas con ellos. La práctica se convirtió en pasión, y se quedó en Lecrín. “Al final, si haces este trabajo es porque te gusta. Puedes trabajar en una oficina, aunque no te guste, pero la agricultura, si no te gusta, no puedes hacerla”.

“Tenemos una planificación conjunta de las huertas, con producción hortícola todo el año, dependiendo de la temporada, y lo vendemos en cestas o en tiendas”, explica Marta. “Luego, algunos tienen naranjos, Víctor, la panadería y Francesco hacía quesos.

Víctor empezó cultivando, pero se aficionó a la panadería, y ahora dedica todo su tiempo al horno.

“Empecé la panadería con otro compañero que, por temas económicos ha tenido que emigrar, está en Inglaterra trabajando. Los dos teníamos algún conocimiento de pan, y vimos una manera interesante de complementar la producción de las huertas. Llevábamos la panadería entre Marta, Jorge (otro miembro del colectivo) y yo. A principio de año me quedé yo con la panadería y Jorge y Marta, con las patatas”. Victor ahora no hace nada de huerta, hasta que no estabilice la panadería. Dice que no quiere estresarse.

“Hago pan un día a la semana. El día previo tengo que preparar la masa madre, dejar listo el horno, cuadrar los pedidos, y el día que hago pan, todo el día en el horno, y al día siguiente, hago el reparto. Vengo casi todo en Granada. Depende de la semana, entre 120 y 160 kilos de pan”. La rentabilidad, advierte, está a partir de los 250 kilos, para sacar un suelo y pagar a una persona que le ayude, porque solo no da a basto.

Tienen en total tres hectáreas de tierra de huerta. El trozo más grande está en la sierra, que es bastante cantidad de superficie, y luego están las huertas por unidad productiva. En el valle están las pequeñas parcelas, aterrazadas.

Francesco, Noemí, Víctor y Marta en el almacén donde preparan las cestas.

Francesco, Noemí, Víctor y Marta en el almacén donde preparan las cestas.

Francesco y su pareja tienen la finca en Mondújar, hacia el norte. “Tendremos unas doce marjales (unidad granadina de medida, equivalente a cinco áreas). Es un huerto con naranjos, porque originariamente la finca era de naranjos, pero ahora cultivamos papas, cebollas, alcachofa…”

Noemí cultiva cítricos en el valle de Lecrín, un poco más abajo de Dúrcal. “Empecé hace seis años. Lo gestionamos entre Dani y dos personas más. Son unas dos hectáreas de cítricos.”,

Marta y Jorge cultivan patatas en el Parque Natural de Sierra Nevada, a 2000 metros de altura. “Llevamos cinco temporadas. Al principio lo hacíamos con mulo, con unos muleros de la zona, que ya se han jubilado y vendido las mulas. Ahora llevamos dos años haciéndolo con tractor, con un chico de la sierra que nos ayuda a sembrar”.

Toda la tierra de este colectivo dentro de Ecovalle viene a sumar unas cinco hectáreas, dos de ellas de cítricos. Y ocupa al cabo de las cuatro estaciones del año a casi veinticinco personas, la mayoría de forma esporádica. La cooperativa Hortigas de Dúrcal comprende una ochenta personas, entre consumidores y productores del Valle de Lecrín, y forma parte de Ecovalle. Así que el total de personas trabajando la tierra en ese vergel granadino, la mayoría jóvenes, pasa de los cien.

“En Dúrcal está la cooperativa Las Hortigas, con quien intercambiamos recursos”, cuenta Marta. “Ellos a veces nos ayudan en ciertas labores, nosotros les ayudamos a ellos. Compartimos maquinaria. Nuestro grupo hace cestas, y ellos también. Nosotros nos llamamos Ecovalle-Ecocestas. Luego hay gente implicada en Ecovalle que cultiva, y que también que da cursos. Utilizamos el atornapeón o atornallom que se dice en Valencia. Es algo común”.

Queremos saber si viven de su trabajo, y Marta precisa que de momento no pueden decir que viva de la agricultura ecológica, pero sí que sobrevivan, haciendo otros trabajos como dar cursillos. Pero Víctor señala que “depende de cómo se vea. Porque llevamos aquí no sé cuantos años, y otra fuente de ingresos no tenemos… “

Noemí da detalles: “Hay meses en los que a mí no me entra dinero, y tengo que tirar de ahorros. El mes pasado, de huerta, tuve 37 euros. Pero con la entrada de los naranjos se compensa. Tenemos distintos recursos, para no asfixiarnos. Hay meses y meses.”

Y Francesco. Añade: “Nosotros vivimos con la cesta. Si incrementamos el número de cestas creo que podemos sobrevivir bien. Ahora tenemos una media de 30 cestas a la semana. En temporada alta hemos tenido hasta 90 cestas. Con eso puedes vivir bien. Vamos a mercados, y tenemos varias alternativas, por ejemplo, el cerezo. Hacemos una planificación de modo que a final de año, todos y cada uno tengamos lo más parecido a un sueldo.”

Para encarrilar el negocio han contratado a Mariam, una granadina especializada en gestión, que está llevando la comercialización y la publicidad.

Un aspecto del Valle de Lecrín, con algunas industrias de Dúrcal entre medias.

Un aspecto del Valle de Lecrín, con algunas industrias de Dúrcal entre medias.

Preguntamos sobre el balance entre las buenas y las malas experiencias o los buenos y los malos ratos en su profesión.

“Lo que más me gusta es trabajar en el campo”, asegura marta. “No lo veo como un trabajo, aunque hay momentos en que una dice, ‘qué demonios hago aquí, pudiendo haber encontrado un empleo con estabilidad económica’. La verdad es que no me veo en otra profesión. Y lo que más me cuesta, a parte de estar lejos de la familia, es la inestabilidad en la que vivimos. Vivimos muy bien, comemos muy bien, mejor que mucha gente, no nos falta la comida. Pero hay meses en que no llegas a pagar todos los gastos, como la nave-almacén, la casa en la que vives. La inestabilidad te hace que haya meses que sacas 500 euros, meses que sacas 30, 800, incluso 1000.”

Víctor coincide con Marta en los rasgos negativos y positivos. “Lo que más cuesta es continuar el trabajo sin estresarse, sin que se te caliente la cabeza con el tema económico. Lo que me gusta es la autonomía que he adquirido. De ser un asalariado que depende de los criterios de otra persona, a tomar las riendas de tu trabajo, organizarte como tú quieres, con la gente que quieres, de la manera que quieres. “

Francesco, igual. “Lo que me gusta es parecido a lo que acaban de decir ellos, ser dueño de ti mismo. Las dificultades económicas te agobian un poco, pero nos estamos acostumbrando.

Y Noemí apunta: “Como soy madre, esto me permite llevar la crianza de mi hijo como queremos, no meterle a las siete de la mañana y recogerle a las cinco de la tarde”.

Para acabar preguntamos a Francesco que compare su experiencia en la tierra siciliana con la granadina.

“Lo veo muy parecido a mi tierra, me encuentro muy bien. En la costa, los invernaderos se parecen a los de mi tierra. Aquí la gente que he conocido en los pueblos se comunica mucho contigo, hablan de todo. En mi tierra, no. Son menos íntimos. Aquí, sin conocerte, te cuentan si se han divorciado, si se les ha muerto el perro. En Sicilia son más reservados. “

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