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Cultura y comunicación

«El sueño tuerto»

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Una reflexión sobre los naufragios de refugiados en el  Mediterráneo, de Némer Salamún

El dramaturgo y director sirio Némer Salamún presenta en nuestra revista su pieza corta de teatro «El sueño tuerto», una escalofriante parodia de los naufragios que han costado la vida a cientos de refugiados sirios y de otros países, en su desesperación por huir de la muerte en su tierra. Némer Salamún es ciudadano español y pudo abandonar su casa antes de que comenzara la destrucción en Damasco y otras ciudades. Poco después de salir de Siria, el bloque de viviendas en el que estaba su hogar fue machacado por los bombardeos. Ya en España se enteró de que su sobrino Ziyad Salamún, había muerto en una comisaría seguramente bajo tortura. Némer ha convertido este crimen en un alegato contra la violencia del poder, como puede verse en el video enlazado. La ilustración de arriba, realizada en especial para el texto de Némer, es de Marta Hofmann.

Esto es lo que Némer Salamún dice de sí mismo.

nemer en damascoNémer Salamún es: Director de teatro, actor, dramaturgo, autor de relatos, cuentacuentos, provocador creativo, formador de actores y guionista. Se formó artísticamente en El Instituto Superior de Arte Dramático de Damasco, Le Conservatoire National Superieur d’Art Dramatique de París y en La sorbona de París. Aunque obtuve el doctorado de la U.A.M sobre “la cara oculta del posible teatro sirio”.
En 1991 Fundó la compañía “Teatro del EspeCreador” con la que tuvo un gran y continuo fracaso que le acompaña hasta el día de hoy. Entre 2000-2004 fue el director del Taller Municipal de Teatro de Segovia, no por méritos propios sino gracias a que nadie más que el se presentó al concurso público de aquella institución. Entre 2006-2008 fue nombrado Supervisor del Departamento de Teatro y Drama, en Al Jazeera Children Channel, un puesto imaginario ya que el departamento no existía, se lo dieron para acallarlo, hasta que encontraron el momento adecuado para echarlo.
Su actividad artística se desarrolla en varios países como su país natal Siria, su país de acogida España, Francia, Alemania, Italia, Suecia, Portugal, Egipto, Túnez, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Jordania, Líbano, Sudán, Qatar e Irán, donde participó en festivales, conferencias, congresos, ferias de libro e impartió talleres de teatro y de narración oral.
Desde 2008 hasta el momento ha sido el mejor parado “en paro” en España ya que no hizo nada más que votar dos veces y le salieron por la culata.

 

EL SUEÑO TUERTO

Para mi sobrino Ziyad Salamún, que supuestamente se murió y seguramente bajo tortura.

La ficción ya no es nuestro cobijo para escaparnos de la cruda realidad.

La ficción hoy en día es igual de cruel.

Perdóname por abandonarte cuando más me necesitabas.

Me subí, sin ti, al barco de los cuentos, y en un cuento mágico te convertí.

Personajes:

1. El Hakawati: Narrador o cuentacuentos, que así se llama en árabe.

2. Ahogado: Un hombre de mediana edad. Podría ser el Hakawati mismo.

3. Tiburón: Pues un tiburón normal y corriente.

4. Peces y animales del mar.

Lugar: Los hechos ocurren en un barco y en el fondo del mar entre Italia y Malta.

Tiempo: Hace tres años, dos, uno, ahora, dentro de un año, dos, tres o… La comunidad internacional y la mafia del ser humano decidirán.

Escena 1

(El Hakawati, vestido con ropa tradicional siria propia de su profesión como narrador, está sentado en una silla de madera antigua medio rota que se halla en un barco de pesca viejo. Mientras el barco avanza en las aguas del mar, el Hakawati va contando su historia, leyendo de vez en cuando en un libro bien gastado con hojas sueltas. Al mismo tiempo, algunos peces y otros animales del mar van saltando a su alrededor, escuchando la historia junto a unos cuantos cadáveres variados entre hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños, esparcidos en la superficie del agua.)

Hakawati: Había una vez un grupo de gente graciosa que se escapó de la muerte oriental para cobijarse en la muerte occidental. Porque la muerte oriental es tercermundista, mientras que la muerte occidental es demasiado civilizada. Pero la gran diferencia entre las dos muertes es que la oriental es fatal. En cuanto a la occidental lo es también. Jajajaja. El caso es que en Siria, como sabéis pero no lo queréis reconocer, había un dictador que mató a un montón de gente a principios de los ochenta. Y como no había internet ni todos esos medios de comunicación, la comunidad internacional se enteró tarde y tardó en reaccionar, porque su reacción iba en camello. Cuando la reacción internacional llegó, aquel dictador se murió. Pero dejó de herencia la dictadura a su joven hijo. Entonces la comunidad internacional le dio la enhorabuena al joven dictador por ser elegido democráticamente por su padre ya muerto. Es que en los países dictatoriales los padres eligen, aunque fallecidos. Los miembros de la C.I, o sea la Comunidad Internacional, fueron objetivos con el nuevo tirano, no eliminaron inmediatamente al sucesor de la autocracia sino que le dieron una oportunidad para demostrar su buena fe. Después de la ceremonia, la reacción de la Comunidad Internacional volvió a su sitio, pero esta vez en avión porque el mundo había evolucionado, según dicen los expertos, desde los ochenta hasta el dos mil. Entonces, sin esperar ni un minuto, el joven dictador se puso manos a la obra, mejor dicho manos a la horca, empezó a reprimir a su pueblo con buena fe, permitiendo montar clubes de libertad de expresión a quien quisiera. Y con la misma libertad ponía en la cárcel a los fundadores de los clubes. O sea, convirtió las prisiones en espacios de libertad. Hasta que un día, en marzo de dos mil once, tres niños jugueteando escribieron “libertad” en la pared de su escuela. La reacción del joven dictador fue muy clara, mató a los tres niños para protegerles de las enfermedades contagiosas de libertad y destrozó todo el país, con buena fe claro está, porque Siria necesitaba una reforma urbanística. Y así era la única manera de conseguir ayudas de la Comunidad Internacional que esta vez se enteró de todo demasiado rápido, gracias al internet y su familia tecnológica. Las malas lenguas dicen que se enteró incluso antes de que los niños escribieran “libertad” con su propia sangre. Pero la dichosa reacción de la Comunidad Internacional tardó igual en reaccionar que en los ochenta, porque con la nueva tecnología recibía al día miles de e-mails y no tenía tiempo para leerlos, o le llegaban informaciones distintas y contradictorias con lo cual no sabía donde estaba la verdad. Entonces, para ser muy cuerda y precavida, esperó hasta que el dictador con la ayuda de los grupos criminales “islamizados” mataron a cien mil, dos cientos mil, tres cientos mil, cuatro cientos mil… La cifra no importa, el caso es que liquidaron a todos los que sobraban allí. Una parte considerable del pueblo sirio, digamos el resto de las sobras humanas, no entendió las nuevas e innovadoras ideas de la reforma que proponía el joven dictador y, en vez de ayudarle a destruir el país para reconstruirlo, los ingratos empezaron a escaparse. “Sálvese quien pueda y cómo pueda”, ese fue el lema principal de un pueblo ignorante que no sabe distinguir entre un dictador viejo y un tirano moderno. Ante esta situación, miles como yo, que nos creíamos más inteligentes, cogimos cualquier medio de transporte para salir del paraíso sirio en búsqueda de otro paraíso para cambiar de aire. Podéis decir que era un simple turismo paradisiaco. La mayoría nos aventuramos subiendo a los barcos viejos, porque eran más exóticos. Pero algunas aventuras terminaron como podéis imaginar los que utilizáis la imaginación en vuestros tiempos libres fuera de las jornadas del Facebook y WhatsApp.

Bueno, decía al principio que, un día, un grupo de gente graciosa se escapó de la muerte oriental para cobijarse en la muerte occidental. Con este objetivo subieron en el barco, en este mismo barco y….

(Los peces y animales del mar que escuchaban la historia se sumergen en filas muy organizadas. El agua se agita y la imagen de el Hakawati se distorsiona.)

Escena 2

(El cadáver de un hombre ahogado se encuentra ante un tiburón, en el fondo del mar, contándole su historia que es la continuación del cuento del Hakawati. De vez en cuando algunos peces y otros animales del mar se acercan al “Ahogado” por curiosidad.)

Ahogado: Éramos cuatrocientas ochenta personas.

Tiburón: ¡Qué preciso!

Ahogado: Es que fui el último en subir al barco con mi mujer y mis dos hijos, una niña y un niño. El dueño del barco contaba a la gente que entraba, al verme dijo: “Cuatrocientas ochenta”.

Tiburón: ¡Qué curioso! Fuiste el último en alcanzar el barco de la muerte. Y seguro que estabas muy contento por llegar a subir en el último momento.

Ahogado: Mucho. Para nosotros era la salvación de nuestro gran sufrimiento. Cuando nos escapamos de Siria hacia Libia creíamos que íbamos a estar mejor allí, hasta que llegara el día de encontrar una manera de entrar en Europa, ya que en Libia habían eliminado a su dictador. Pero nos topamos con pandillas de su régimen y otras de mercenarios, incluso algunas otras camufladas por la religión. O sea, fuimos del infierno del dictador sirio al averno libio. Fue un calvario hasta que pudimos encontrar la solución que todo el mundo tuvo, ir en barco a Italia, una de las puertas al paraíso europeo. Nos avisaron un día antes de que podíamos coger aquel barco. A pesar de prepararnos muy bien para llegar a tiempo, no pudimos hacerlo. Después de llegar a la mitad del camino, mi hija pequeña se acordó de que se había olvidado su juguete en la pensión donde estuvimos. Le intentamos convencer de que íbamos a comprarle uno mejor en Italia, un muñeco europeo mucho mejor que el suyo, pero en vano. Quería su muñeco, lo único que salvó y llevó con ella de Siria. Como bien sabes si tienes hijos, señor tiburón…

Tiburón: Sí tengo. No sé cuantos pero tengo.

Ahogado: Entonces entenderás mi postura de padre. Sentía un gran remordimiento de conciencia hacia mis dos hijos, porque considero que les hacía sufrir conmigo. Ya que fuimos, su madre y yo, los causantes de traerlos a este mundo, y más siendo sirios sometidos a la dictadura toda la vida. Por eso acepté, ante las lágrimas y súplicas de mi querida hija y la confirmación del conductor que nos llevaba, que teníamos tiempo de sobra. Entonces volvimos a recoger el muñeco. Y al reanudar el viaje hacia el sitio clandestino fijado para coger el barco, nos topamos con una revuelta entre grupos armados de todo tipo. Al intentar eludirla llegamos tarde. Pero gracias a Dios, al final llegamos, porque de lo contrario los armados podían habernos matado.

Tiburón: (Tocándose la barriga) Menos mal que no os habéis muerto en el tiroteo.

Ahogado: Menos mal. Porque así, al menos, nos hemos muerto todos ahogados. En el tiroteo podrían haber muerto unos, haber caído heridos otros y salvarse algunos. De este modo los salvados iban a afligirse por los muertos y los sanos por los heridos. En nuestro caso nadie sufre por nadie, ya que estamos todos muertos.

Tiburón: ¡Qué raro! ¿Preferías que todos muriesen a salvarse algunos? ¡Qué egoísmo! ¿No?

Ahogado: No es ningún egoísmo. Es pura preocupación por los que se quedan vivos y solos sin apoyo alguno.

Tiburón: A ti ¿Qué más te da? Si estás muerto no vas a sentir nada.

Ahogado: Es lo que piensan los tiburones. Aunque perdamos los cuerpos, nuestras almas seguirán allá en el cielo, sintiéndolo todo.

Tiburón: (Haciendo una mueca) Pues la verdad, hasta allí no llego, mi especialidad es el cuerpo. Las almas no entran en mis intereses, porque no se comen. Nosotros aprendimos bien la lección de uno de nuestros abuelos que se pretendía espiritual, dejaba los cuerpos a sus hijos mientras él comía las almas. Terminó muerto de hambre. Y tuvimos que comerlo. La verdad, no nos gustó su carne porque sabía a alma sosa.

Ahogado: Hombre, si tuvierais alma no habríais comido a los humanos.

Tiburón: No me llames hombre por favor.

Ahogado: Como quieras. Lo siento mucho.

(Se acercan unos peces a Ahogado, le examinan los ojos, las orejas y otras partes del cuerpo. Algunos le pican. Esta situación le molesta mucho. Por lo cual se pone a protestar.)

Ahogado: (Muy incómodo) ¿Qué es eso? ¿Qué hacéis? Dejadme en paz. (Los peces no le hacen caso.)

Tiburón: (Se ríe) Jajajajajajajajajajajaja.

Ahogado: (A Tiburón, suplicando) Por favor, diles algo, me están estorbando.

Tiburón: (Burlón) Es normal, estás en su territorio, hombre. Tú sí que eres un hombre. (Lanza una carcajada) No tengas miedo, es pura curiosidad.

Ahogado: Pero me están picando.

Tiburón: (Mofándose) ¡Ay, qué sensible es este muerto! (A los peces) No le piquéis ahora, dejad sitio en vuestros estómagos para la comida. Jajajajajajajajaja.

(Los peces se alejan de Ahogado riéndose. Reina un poco de silencio, en el que Ahogado mira fijamente la cara de Tiburón.)

Tiburón: (Se da cuenta de la mirada fija de Ahogado. Se siente algo molesto) ¿Qué? ¿Por qué me estás mirando así? ¿Te gusta mi cara?

Ahogado: (Sorprendido por la pregunta) Qué va.

Tiburón: (Estupefacto por la respuesta) ¿Qué?

Ahogado: (Sobrecogido) Quiero decir que no te miraba a la cara por admiración… (Se da cuenta de su nueva metedura de pata) Eso, que realmente te admiro, pero no te miraba por admiración. Entiendes lo que quiero decir ¿No?

Tiburón: (Tajante) No.

Ahogado: Quiero decir que, aunque nunca te vi antes en persona, tu cara me suena.

Tiburón: Por fin se expresa el elocuente. Es normal que mi cara te suene, porque a muchas mujeres embarazadas se les antoja tener niños tan guapos y fuertes como nosotros. Así que no me extraña que hayas visto antes algunos tiburoncitos o tiburones terráqueos.

Ahogado: (Como si se acordara) Ya sé porque tu cara me suena, el dueño del barco y el intermediario se parecían a ti.

Tiburón: Sí, sí. Podrían ser primos míos, porque se dice que algunos de mis antepasados se casaron con alguna mujer. Fueron unos de estos casamientos turísticos durante una visita fugaz de los tiburones a la playa, o en uno de los cruceros durante una tempestad marina o frutos de un matrimonio de tiburón inmigrante con una humana. No lo sé, hay que leer la crónica “tiburonesca”, que ignoro porque no soy de Historia, no me gusta, aunque la Historia, como dicen, la hacen los tiburones.

Ahogado: ¡Tiburón inmigrante! ¿Será posible?

Tiburón: Claro que sí. Nosotros, los tiburones, emigramos también a veces. Cuando nuestra patria acuática no da abasto, nos buscamos la vida fuera, en la tierra. Lo único es que pagamos siempre nuestras vidas como precio de esta aventura, porque fuera del mar no respiramos. El aire de la tierra nos mata.

Ahogado: ¡Qué curioso! A nosotros nos mata el aire del mar.

Tiburón: Cada uno está acostumbrado a su aire, aunque esté contaminado.

Ahogado: Sabiduría pura.

Tiburón: Volviendo a la emigración de los tiburones, los hijos que dejan atrás nunca vuelven al mar. Se acostumbran al exilio y allí se quedan.

Ahogado: ¿Qué cosas dices? Me emocionas.

Tiburón: Ese es vuestro principal problema, vosotros los humanos os emocionáis inmediatamente por cualquier cosa, aunque el damnificado sea un tiburón. Pero, igual que os emocionáis rápidamente, os olvidáis de las cosas que os emocionan rápidamente también. Por eso seguís cayendo en todas las trampas de la vida.

Ahogado: (Asombrado) ¿Tiburón y filósofo también?

Tiburón: La filosofía es la cháchara de los humanos, lo nuestro no es filosofía sino “granería”.

Ahogado: Y ¿Qué es la “granería”?

Tiburón: Ir directamente al grano. Así que sin perder ni un segundo más dime ¿Cómo habéis llegado aquí?

Ahogado: (Burlándose) Ahogándonos, no será en avión.

Tiburón: (Se ríe) Tienes un buen sentido de humor. (Tocando su barriga de nuevo) Me gusta la gente salada.

Ahogado: Aunque dicen que mucha sal no está bien para la salud.

Tiburón: No te hagas el inteligente. Estas insinuaciones no te van a salvar de tu destino. Al grano, continúa tu historia de cómo habéis llegado aquí.

Ahogado: Después de haber llegado al barco en el último momento, dentro nos dimos cuenta de que era un barco de pesca donde a penas cabía la mitad de la gente que llevaba. El pescador de emigrantes clandestino puso a cuatrocientas ochenta personas, como si fueran sardinas.

Tiburón: ¿De qué tipo y tamaño eran las sardinas humanas?

Ahogado: Había niños, jóvenes, mujeres, hombres y mayores.

Tiburón: Entonces había para todos los gustos “tiburonescos”.

Ahogado: Puedes decir eso.

Tiburón: Habréis pagado poco por este viaje, por eso os pusieron en una lata de sardinas. No me extraña.

Ahogado: Que va. Nos costó a cada uno un ojo de la cara.

Tiburón: (Burlándose) O sea todos, que los viajeros estabais tuertos. Tal vez por eso os habéis equivocado de camino. Jajajaja. ¿Y?

Ahogado: Cuando el barco se movió, se despertó el sueño de todos con la esperanza de llegar a Europa, al paraíso anhelado.

Tiburón: ¡Un sueño con un único ojo! No sé yo.

Ahogado: (A partir de ahora, Ahogado continúa su relato muy concentrado, como sí se hablara a sí mismo, de modo que no escucha los comentarios del tiburón) Las sonrisas de alivio, a pesar del cansancio y el sufrimiento, dominaban las caras de circunstancia de los viajeros. ¿Cómo no estar contentos, si dentro de unas horas íbamos a estar en un lugar seguro, donde no hay bombas, ni misiles, ni violaciones, ni hambruna, ni ningún peligro?

Tiburón: Hombre, gracias a vosotros no vamos a tener hambruna durante mucho tiempo. En cuanto al peligro tienes razón, una vez os comamos no tendréis ningún riesgo. Además sois muertos y los peligros sólo alcanzan a los vivos.

Ahogado: (En su mundo soñador) Por fin íbamos a estar en un lugar que respetaba al ser humano y protegía sus derechos de vivir dignamente. Así pensábamos todos soñando, cada uno a su manera, su gloriosa llegada al nuevo mundo más civilizado.

Tiburón: “Civilización” es un insulto grave para la “tiburonalidad”.

Ahogado: Pero, de repente, unos traficantes marinos mafiosos, por cuestiones de competencia, dispararon al barco.

Tiburón: (Entusiasmado) Dale suspense, hombre, por fin se mueve el asunto. La verdad es que me estabas aburriendo con tu historia. Además, con el hambre que tengo… Pero ahora la cosa parece que promete. Os dispararon. ¿Y?

Ahogado: El agua empezó a entrar por los agujeros causados por los tiros. Obviamente el barco se iba a hundir en pocas horas. Las mismas horas que íbamos a tardar en llegar a la orilla del paraíso las gastaríamos para establecernos en el fondo del mar si nadie nos socorría.

Tiburón: Aquí también está el paraíso, pero nadie lo sabe hasta que sale de él.

Ahogado: Los dueños del barco no sabían hablar más que en árabe. Yo era el único pasajero que hablaba muy bien el inglés. Los traficantes llamaron a las autoridades marítimas de Italia, el supuesto destino del barco.

Tiburón: Nadie sabe nada del destino, ni el destino mismo.

Ahogado: Entonces me pasaron su móvil satélite para hablar con los supuestos salvadores. La primera llamada fue a las once de la mañana, la segunda a las doce y media y la tercera a la una de la tarde.

Tiburón: Alucino. ¿Hablabas por teléfono, mirabas el reloj constantemente y te hundías al mismo tiempo? Y eso que las mujeres dicen que los hombres no pueden hacer más de una cosa a la vez. Fíjate.

Ahogado: (Ensimismado) La respuesta del centro de la coordinación de socorro en Roma fue clara: “El barco está en aguas maltesas. Por lo cual, es Malta la encargada de salvaros. Tome este número, es de las autoridades maltesas y llámeles, es 00356…. bip, bip, bip…”. Se cortó la llamada sin poder apuntar el número.

Tiburón: (Divirtiéndose) ¡Qué suspense que se corte la llamada en el momento más crítico! Me gusta como estás contando la historia. Jajajajajajajaja. (Lanza una risa que mueve toda el agua del mar, formando grandes y fuertes olas.)

Escena 3

Hakawati: Aunque el barco siniestrado estaba a 70 millas de la ciudad italiana de Lampedusa y a 136 millas de Malta. Además había dos barcos italianos a 60 millas del barco de los inmigrantes, pero nadie les dio orden de moverse para socorrer a los desesperados. (Satírico, enseñando un documento que arranca del libro que tiene) Porque, según el tratado de Hamburgo, firmado en 1979, las autoridades deciden quien debe tomar la responsabilidad de dirigir y coordinar la operación de socorrer, y elegir el horario conveniente y los estilos, e incluso pedir la colaboración de otros. (Más burlón) Así que, hasta que los malteses se dieron cuenta del asunto, el barco ya se había volcado y empezado a hundirse a las 17 horas.

(Se vuelca el barco del Hakawati, que se agarra al borde del mismo, sin soltar el libro ni dejar de contar leyendo, aunque jadeando por miedo a hundirse. Mientras el tiburón sube a la superficie para averiguar lo que está pasando, el Hakawati se asusta más.)

Hakawati Es cuando los “mal-teses” pidieron ayuda a los italianos que, a su vez, dieron una orden a su barco más cercano de la tragedia para intervenir. Cuando llegaron los barcos socorristas había muchos niños esparcidos en el seno del mar jugando, como les gusta a los niños, pero esta vez a la vida y a la muerte.

(Se escenifica lo que dice, aparecen cadáveres y gente luchando por su vida entre mayores y niños. Mientras el tiburón se sumerge contento en el agua.)

Hakawati: (Perdiendo fuerzas) Seis horas de espera podían haber salvado a todos. (Arrancando otro documento del libro como puede) De 480 personas se salvaron 212, mientras se ahogaron 268, de las cuales recuperaron sólo 26 cadáveres.

(Suelta el barco, intenta nadar agarrando el libro de cuentos, sigue hablando aunque con muchísima dificultad. Los peces y animales del mar lo rodean y persiguen para escuchar el resto de su cuento.)

Hakawati: Unas 480 personas quisieron escaparse del infierno del dictador sirio al paraíso europeo, pero se ahogaron en el mar gracias al tratado de Hamburgo, que no permite a nadie socorrer a los necesitados fuera de su agua.

(El Hakawati se hunde y desaparece en el fondo del mar, mientras las hojas del libro van flotando poco a poco en la superficie del agua.)

Escena 4

(Ahogado está ante Tiburón como en la primera escena, terminándole la historia)

Ahogado: Aún así, los italianos se compadecieron de los muertos y les dieron la nacionalidad. Con lo cual, vivimos y nos morimos sirios pero entraremos en el paraíso o en el infierno sin visado, sobre todo si el paraíso está en zona Schengen.

Tiburón: Espero que hayas aprendido bien la lección para la próxima vez, aunque no habrá otra vez. (Se ríe a carcajadas) Moraleja: “Si quieres emigrar clandestinamente, elige bien el agua en la que tienes que ahogarte según el tratado de hamburguesa”.

Ahogado: (Le corrige) Hamburgo.

Tiburón: Será su hermano. Pues Hamburgo, hamburguesa, da igual, todo se comerá, incluso tú y tu familia.

Ahogado: (Algo sorprendido) ¿Qué?

Tiburón: Después de haber escuchado con mucha atención tu absurda, graciosa y divertida historia, te condeno con mucha piedad a ser comido con tu familia.

Ahogado: (Muy sorprendido) ¡Mi familia! No he visto a nadie de mi familia desde que nos ahogamos ¿La habéis encontrado?

Tiburón: La encontraremos. Aquí tenemos un servicio de inteligencia fabuloso, aunque hay más servicios que inteligencia. Así que no sé de donde viene este término.

Ahogado: Vale. Pero te ruego que nos coma el mismo tiburón. No queremos que nos separe ni la muerte, por favor.

Tiburón: ¡Vaya frivolidades que dices! No pudiste proteger y cuidar a los tuyos vivos ¿quieres hacerlo cuando están muertos? De verdad, te pareces a los servicios… de inteligencia.

Ahogado: Los cuidé e intenté protegerlos al llevarlos fuera del infierno sirio.

Tiburón: Pero los perdiste igual, tonto. ¿No habría sido mejor quedarte en tu país? Lo mismo tú y tu familia estaríais vivos ahora.

Ahogado: Vivos pero humillados. La muerte es mejor que la humillación. Al menos, hemos vivido unos días de libertad, hemos probado la adrenalina del miedo libre y hemos muerto por decisión propia y no por el antojo del tiburón de Siria.

Tiburón: (Enojado) No te permito compararme con un falso tiburón sin raza. Si no, te como a ti solo, sin tu familia.

Ahogado: (Apurado) Perdona. No he querido molestarte. Cómenos a todos por favor. Les echo tanto de menos.

Tiburón: Perdonado estás.

Ahogado: (Agacha la cabeza) Gracias.

Tiburón: Dime ¿Qué pasó con el muñeco de tu hija?

Ahogado: Se ahogó con ella, es que nunca se separaron ni vivos ni muertos.

Tiburón: (Sorprendido) ¿Los muñecos se mueren?

Ahogado: Supongo que cuando se mueren sus dueños se mueren ellos también.

Tiburón: ¡Qué curioso! No lo sabía. ¿Y la carne de los muñecos es tierna y rica como la de los niños? ¿A qué sabe?

Ahogado: (Aterrorizado) No lo sé. Nosotros no somos “muñecóbalos”.

Tiburón: Nosotros sí que comemos todo tipo de seres, aunque sean de plástico si hace falta. (Llamando a los peces) ¡Eh, peces! Venid a picar algo antes de comer.

(Una gran avalancha de peces se acerca a “Ahogado” y empieza a picarlo.)

Ahogado: (Sufriendo intentando escaparse, gritando) No, no me piquéis. Haz algo, Tiburón. Me prometiste comerme junto a mi familia, sin separarnos. Pero de esta manera voy a estar repartido entre muchos peces. Cumple tu promesa, Tiburón.

Tiburón: (Imitando a Ahogado) Cumple tu promesa, Tiburón… Cumple tu promesa, Tiburón. (Vuelve a su naturaleza) No te fíes nunca de la promesa de un tiburón, aunque sea yo. (A los peces) ¡Qué aproveche!

(Los peces reanudan su tarea de picar y comer a “Ahogado” mientras este no deja de protestar y gritar.)

Ahogado: Comedme con mi familia, por favor. No nos separéis, os lo ruego.

(Los peces no le hacen caso, Tiburón observa la escena satisfecho. Poco a poco el movimiento de Ahogado va disminuyendo hasta que se tranquila completamente. Los peces se alejan de él saciados. En este momento se ve el esqueleto de Ahogado claramente.)

Tiburón: (Mirando fijamente al esqueleto) ¡Qué suerte tienes, hombre! Más bien ¡Qué milagro! De esta manera has emigrado a muchas entrañas, siendo una única persona. Poca gente lo consigue. Ahora tienes un historial de emigración inmenso que puedes añadir a tu currículum; tu alma emigró al cielo y consiguió la nacionalidad divina, un ojo tuyo se instaló en el bolsillo del dueño del barco, tu cuerpo primero se refugió en el fondo del mar, pero como no podíamos cobijarte en un único estómago “pezcarial”, porque están repletos de refugiados, repartimos tus átomos entre muchos peces. Y cada pez te va a dar su nacionalidad, así que eres más que internacional. Eso sí que es el paraíso que buscabas, y no lo que creías.

Esqueleto: (Llorando lágrimas de huesos) Mi paraíso habría sido cualquier sitio estando con mi familia. Por eso quería que nos comieras tú para reunirnos en tu estómago.

Tiburón: Al no comeros yo y encargar eso a los peces más pequeños os hice un gran favor. Gracias a estos peces volveréis pronto a la vida.

Esqueleto: (Asombrado como se asombra un esqueleto) ¿Qué dices?

Tiburón: Es la pura realidad. 

Esqueleto: Pero ¿Cómo?

Tiburón: Ya sabes, nosotros los peces, por mucho que lo intentemos, no vivimos mucho, porque terminamos siempre pescados por vosotros, o sea el ser humano. Pero algunos de nosotros, como yo, tardamos más en ser pescados. Por eso dejé a los peces comerte, porque son fáciles de caer en las redes de los pescadores, y van a hacer lo mismo con los tuyos. De este modo, cuando los pescadores humanos los pesquen y los coman, os comerán con ellos ya que formáis parte de los peces. Y así vais a formar parte de los que os coman, los humanos.

Esqueleto: (Petrificado) Nosotros, los humanos… ¿Nos comemos sin darnos cuenta?

Tiburón: Y dándoos cuenta también os coméis.

Esqueleto: Es horrible.

Tiburón: Es la ley de la emigración.

Esqueleto: Ley de vida, querrás decir.

Tiburón: La vida no es nada más que una emigración múltiple.

Esqueleto: (Con cara de bobo) No entiendo.

Tiburón: Por eso emigras tanto, porque no entiendes.

Esqueleto: (Desconcertado) Me siento perdido.

Tiburón: Porque estás a punto de emprender una nueva emigración.

Esqueleto: ¿A dónde?

Tiburón: A la vida, para ser parte del alimento de los humanos. (A los peces) ¡Venga! Peces, subid a las redes de pesca. Sacrificaos para que este buen hombre vuelva a la vida.

(El agua se agita, un banco de peces se organiza en filas y se lanzan hacia la superficie del mar, donde las redes de pesca empiezan a sumergirse para recibir al cuerpo de Ahogado, afincado en el interior de miles de peces. Abajo, en el fondo del mar, el esqueleto se hunde para formar parte del tesoro marítimo y petrificado.)

Escena 5

(El Hakawati sentado en la orilla del mar, con todo el cuerpo mojado, se ve que acaba de ser rescatado de ahogarse. En su mano un libro deshecho al que mira leyendo, mientras su cara gotea constantemente.)

Hakawati: Otros viajeros sirios se enteraron de la tragedia de sus compatriotas. Por eso, consultaron a Noé para que les diera consejos sobre cómo podían convencer a cualquier autoridad para salvarlos si se estropea el barco que los lleva en el mar. Noé les aconsejó llevar con ellos a unos animales, sin explicarles por qué. Hicieron lo que les dijo el gran Noé, cada familia llevó a un animal al barco y emprendieron la aventura. Por casualidad, el barco se estropeó en el mismo punto marítimo, con las mismas circunstancias del otro barco siniestrado. Uno de los viajeros llamó a la autoridad italiana para pedir ayuda, le remitieron a las autoridades maltesas porque estaban en su agua. De repente ladra un perro, lo oye el almirante italiano, jefe del servicio marítimo. Entonces pide al hombre que el perro se ponga al teléfono. El perro habla con el almirante, le dice: “Guau, guau, guau”. Cuando cuelga el teléfono, todos los viajeros le preguntan: “¿Qué te ha dicho el coronel?”, el perro les responde: “Guau, guau, guau”.

– Y tú ¿qué le respondiste?”.

– “Guau, guau, guau”.

A pesar de que no entendieron nada, tuvieron buenas vibraciones, aunque la espera se hacía muy pesada. Pasada una horita, aparecieron diez barcos de varias nacionalidades y salvaron a todos los animales. Mientras, los humanos siguen esperando, hasta el día de hoy, la llegada de sus barcos de salvación.

Moraleja: “Él que no ladra no se salva”.

(Cerrando el resto de su libro) En cuanto al dueño del barco, fue detenido más de una vez, le castigaron arrancándole la cara, le pusieron otra y le desterraron con su barco a otra zona para desarrollar la pesca de seres humanos como un buen experto.

Y colorín colorado ¡Viva el sueño, aunque amargado! En este mundo chiflado.

(Zamora. Sábado, 05-12-2015 a las 19:33) Némer Salamún

 

 

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