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Bitácora y apuntes

El verano bajo tierra

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El incendio de Andilla desde la ciudad de Valencia. Foto cedida amablemente por José Antonio Lumbreras (Fotoclub Valencia)

Por Segismundo Bombardier

Me cuenta un amigo valenciano que la terraza de su casa en la ciudad se está llenando de cenizas. Son las pavesas dispersas de los incendios forestales. Cada vez que hay un incendio pasa lo mismo, pero la impresión que siempre causa es triste y dramática, y a veces melodramática.

“Nos estamos cargando la naturaleza”, es la reacción más frecuente, porque se viene haciendo desde hace décadas y siglos, según testimonian documentos de diversas civilizaciones.

Una antigua compañera del trabajo, una documentalista de moral y comportamiento conservacionista (lo mismo que medioambientalista, pero con sentido crítico), me decía hace poco que se resiste al pesimismo, y cree que los seres humanos seremos capaces de solucionar los problemas que hemos producido en la naturaleza, que no son tan graves como proclaman los cenizos del holocausto medioambiental.

Este optimismo ha suavizado mi indignación por el pensamiento único sobre la supuesta catástrofe climática que tantos ciudadanos occidentales anuncian, basándose en criterios ajenos y en la observación implacable de que en verano hace con frecuencia mucho calor, y de que hay periodos de sequía hasta en la Europa atlántica y central.

Pasé el verano de 1969 fregando platos en diversas cocinas londinenses. Julio fue especialmente seco y caluroso. A los británicos, acostumbrados a usar el paraguas hasta para ir al baño, les producía mucho mal humor. A mí y a mis compañeros de cocinas españoles e italianos nos parecía algo corriente. Sin embargo los pommies venían y vienen a cocerse en Benidorm. Un verano antes, mi tío Felipe natural de Linares, Jaén, pero habitante en Lille desde 1939, se quejaba del calor repitiendo el mantra de los franceses, c’est la fin du monde.

Mi antigua compañera documentalista baraja todo tipo de estadísticas, y dice con sonrisa algo sarcástica que no soporta que se hable con tanta ligereza de cosas como que los veranos van a ser cada año más calurosos, que eso es imposible o letal.

Imaginemos que la predicción es correcta. ¿Cuántos veranos tardaremos en llegar a los 50 grados de media en la Europa traspirenáica y trasaplina, y a los 55 en la Mediterránea? Si estamos seguros de que esto será así, y no hacemos nada para prepararnos es que somos gilipuertas. ¿Por qué no empezamos a construir hacia abajo, para pasar el verano a salvo del sol? Como mi amiga, y como tantas otras personas que intentamos valorar las informaciones que se nos dan, y contrastarlas con fuentes no interesadas en causar el miedo y la sumisión a la autoridad, como muchas personas con entendimiento, repito, me niego a creer estas tonterías de las que sólo puede deducirse que a la especie humana le quedan un par de décadas de presencia en el planeta, asadas a fuego lento.

Lo más dañino de estas atrocidades sobre el aumento de la temperatura y el cambio climático acelerado es su efecto en los jóvenes.

Puede que sean mayoría los jóvenes a quienes sólo interesa padecer poco y pasarlo lo mejor posible, que les aprueben gratis los estudios y que les den becas y dinero de bolsillo para ir a la disco cultural. El cambio climático se las refanfinfla.

Pero hay muchos chavales y chavalas que se toman las cosas en serio, y a quienes las jeremiadas de los catastrofistas les sobrecogen, deducen que este mundo de mierda se va a acabar antes de que concluyan la universidad.

La reacción de estos jóvenes despiertos y/o impresionables puede ser varia, y lo estamos viendo. Actitudes agresivas, feroces, temerarias, escépticas, aislacionistas, desconfiadas, indiferentes, amorales, depresivas, suicidas. Todo esto de acuerdo con el carácter de cada individuo y sus inclinaciones. Pero siempre lógico y “natural”, porque si desde niño vives oprimido por el miedo al exterminio debido a la estupidez de una masa de buitres y mezquinos, no es raro que en un momento malo, desesperado cometas alguna imprudencia fatal contra ti o contra tus semejantes.

La responsabilidad de quienes aseguran una catástrofe inminente, basándose en datos interesados, es criminal. Al igual de quienes las difunden en medios de comunicación y en redes. Es puro veneno que afecta a miles de millones de personas, en especial jóvenes, que beben garrafas enteras de pesimismo cada vez que miran a sus teléfonos móviles. Y los datos sobre el apocalipsis climático son interesados porque el cambio climático es consustancial con el planeta Tierra según constan los estudios geológicos que aprendimos en el bachillerato, con sus ciclos de altas y bajas temperaturas. Martillear en las conciencias de los seres humanos la idea de que estamos al borde de la extinción es un crimen.

 

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