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Cultura y comunicación

Grecia, una sociedad díscola

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Diez días pasados en Atenas, con dos excursiones a Delfos y a Nafplio, dan para una larga serie de impresiones. Lo que a continuación ofrezco es un resumen ordenado de esas impresiones. Cuento lo que vi o me pareció ver, las explicaciones que me dieron y las que yo mismo elaboré cimentadas sobre mi deslavazado conocimiento  de la antigua Grecia y sobre lo poco que sé de la Grecia presente. La mayoría de estas noticias antiguas y modernas son estereotipos, académicos unos, periodísticos otros. Así que el viajero curioso debe hacer un ejercicio malabar para sortear los tópicos. El título, «Grecia, una sociedad díscola», es un juego de palabras para ayudar a entender una realidad escurridiza como la pitón de Delfos. En griego moderno el vocablo «díscolo», pronunciado así, significa «difícil»; algo díscolo es algo difícil. Y añadiendo a este significado el que tiene en español el adjetivo que así se escribe, desobediente, que no se comporta con docilidad, me ha parecido que se obtiene un calificativo apropiado de la sociedad griega que he conocido: de complicado entendimiento y rebelde. Este viaje tuvo un motivo profesional, más bien una excusa, la presencia de mi mujer, Antonia Bueno en el Festival de Teatro Español de Atenas, del cual ha dado cuenta la dramaturga en su bitácora. 

Agente de Astinomia en actitud de descanso

Agente de Astinomia en reposo

Texto de Fernando Bellón. Fotos del autor y de Antonia Bueno

Impresiones de viaje

El pueblo griego sí es diferente y díscolo, y no el español, como acostumbramos a creer los hispánicos. Se nota solo con poner la radio. Todas las emisoras menos tres (algo que nos hizo descubrir un intendente del hotel) emiten en exclusiva música griega o balcánica en general. No sé si esto debe entenderse como orgullo de raza o de etnia (que significa nacional, en lengua griega), como rebeldía innata, como maniobra de despiste contra los que llegamos de Europa occidental cargados de etiquetas o como rasgo definitorio en un mundo en el que nadie encuentra su identidad, perdida entre las ruinas greco romanas. Las otras paradojas y curiosidades exclusivas que se describen en esta crónica apoyan la evidencia de que Grecia, siendo Europa, y encima su madre, no es Europa ni tiene intención de serlo. Me refiero a esa Europa burocratizada y obsesionada con tejer una epidermis homogénea sobre el bullicio de todas las ciudadanías del continente, hablen el idioma que hablen, padezcan necesidad, sean prósperas, pasen frío o se achicharren víctimas del cambio climático.

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Una galería de la Escuela Politécnica, antiguo foco de la resistencia contra la dictadura militar y hoy palimsesto de artistas del aerosol.

Grecia es una meta de turismo cultural y de turismo de ocio. Son dos líneas paralelas que, de acuerdo con la ley matemática, solo se juntan en el infinito. Un infinito que la publicidad pone al alcance de la mano. La alta calidad de ambas metas turísticas se tejía antes en revistas de papel cuché con fotos estupendas y hoy en las páginas de Internet. Hay que pisar tierra helénica para descubrir la trampa, el estereotipo.

La fotografía que encabeza este texto es uno de ellos, encontrado por casualidad. Un músico callejero, que por cierto tocaba como un Orfeo olímpico, llenando el aire de una emoción impropia en una ciudad rebelde, ese día sin tráfico debido a una huelga. El edificio del fondo es la Academia en versión moderna, porque Platón daba sus clases en otro barrio. Lo espectacular contrasta con lo insignificante.

El fenómeno que más me ha llamado la atención de Grecia es la ausencia de la monumentalidad. Cuatro edificios de planta clásica (el mencionado, la primitiva Universidad y la Biblioteca Nacional, ausentes en la foto, y en otro lugar el museo Arqueológico) son casi los únicos completos de toda la capital, y porque se edificaron en el siglo XIX, cuando Grecia se había desgajado del imperio Otomano y necesitaba proclamar su diferencia.  El resto de las construcciones de la época antigua y clásica están devastadas, como mucho quedan columnas huérfanas, basamentos o reconstrucciones parciales como la del Partenón.

Antigüedad monumental, presente ruinoso

Ruinas del Erecteion, a la entrada de la Acrópolis. Al fondo, el golfo de Elefsina, donde se halla da isla de Salamina, donde los persas perdieron una batalla que Heródoto convirtió en histórica.

Ruinas del Propileo, a la entrada de la Acrópolis. Al fondo, el golfo de Elefsina, donde se halla da isla de Salamina, escenario de una batalla decisiva en las guerras médicas.

Grecia es un país sembrado de monumentos en ruinas que fueron hitos de la arquitectura. Es el primer ejemplo de política monumental en Occidente. Sus edificaciones magníficas sufrieron demoliciones sucesivas, causadas por los propios griegos en sus guerras fratricidas, por los medos, los macedonios (Alejandro Magno arrasó Tebas, con la excepción de la casa del poeta Píndaro), por los generales romanos (los primeros saqueadores de la riqueza ornamental helénica y helenística), los sacerdotes y emperadores cristianos, que hicieron todo lo posible para arrancar las raíces del fecundo panteón olímpico, los turcos musulmanes tras la caída de Constantinopla, y al final, después de la independencia, los ingleses, los franceses y los alemanes, que trasladaron a sus museos todo lo que pudieron y les dejaron llevarse.

Las ciudades del siglo XXI ofrecen al turista y al visitante ocasional un friso de monumentos antiguos y contemporáneos, estadios, palacios de congresos, de la música, de la ópera, museos de nada y de todo… Son ciudades para ser visitadas, diseñadas con una perspectiva turística industrial. El forastero llega, se pasea por ellas, recorre sus espectaculares galerías, sus iglesias, sus mezquitas, sus plazas ornamentadas con colosales estatuas de antaño o con absurdas esculturas de hogaño, sus calles y rincones que proclaman leyendas o acontecimientos históricos más o menos fabulosos. Atiborra de imágenes digitales su cámara y su teléfono inteligente. Y se marcha con la satisfactoria impresión de haberse dado un atracón de historia y de arte.

En Grecia esto es imposible, porque las ruinas son pedruscos desparramados, y porque lo que de moderno ha agregado al urbanismo es caótico como el ápeiron de Anaximandro

Es preciso quitarse la mochila cargada de prejuicios

Capiteles jónicos del templo de Zeus Olímpico, que se quedó sin refugio hace siglos, pobre viejo.

Capiteles corintios de lo que queda del templo de Zeus Olímpico, expulsado de su casa hace siglos, pobre viejo. Al fondo, la silueta del monte Ymitos, al norte del cual se encuentra la llanura de Maratón.

He aquí la gran virtud de un país donde es forzado compartir el tráfago cotidiano de la gente porque hay poco monumental que ver. El viajero que se desprende de las adherencias turísticas se transforma en un espectador privilegiado de la tragicomedia griega contemporánea. Solo con salir a la calle se encuentra con ella. Los protagonistas son los griegos que componen la mayoría social, los vecinos de los inmensos barrios de Atenas, los ciudadanos de las localidades que siglos atrás fueron fortalezas de átridas y de cadmeos.

En la mochila, el viajero siempre lleva sus prejuicios locales, nacionales y universales. Y no cesa de establecer comparaciones midiéndolo todo con el patrón de su experiencia.

Es así que ve en las calles de Atenas una ciudad con una administración municipal tan arruinada como sus monumentos. Las aceras son un tumulto de baldosas. El asfalto está lleno de remiendos. Por la noche, la luz de las pocas farolas sume la ciudad en una atmósfera de misterio medieval. Los atascos de tráfico verifican las páginas dedicadas a ellos por Petros Márkaris en sus novelas del inspector Jaritos. Lo mismo vale para los contenedores de basura, con frecuencia ausentes, aunque no su contenido, disperso por el piso.

La calle 28 de octubre. Al fondo, indiferente a la modernidad y a la crisis del euro, la Acrópolis

La calle 28 de octubre. Al fondo, indiferente a la modernidad y a la crisis del euro, la Acrópolis

Se adentra uno hacia la Acrópolis, que se divisa al fondo de la calle 28 de Octubre, desde el Museo Arqueológico, y al llegar al barrio de Monastiraki, al pie del cerro sagrado, le parece que ha retrocedido a los sesenta, cuando las tiendas de ultramarinos se mezclaban con las cacharrerías, las ferreterías y las de confección, y los grandes almacenes eran una novedad excepcional. «¡Qué atraso!», piensa. O «¡Sí que les ha arreado fuerte la crisis!» Porque los negocios cerrados, los edificios abandonados, algunos al borde de la demolición, se le echan encima como fantasmas de la decadencia económica. Depende de si el viajero es progre o no, puede atribuir semejante estado de abandono a la crueldad del capitalismo globalizador o a la incompetencia de los munícipes izquierdistas.

Una galería comercial al lado dela céntrica plaza de Omonia. Aire de zoco y de casticismo, a pesar de los locales cerrados, bajan colaterales de la crisis.

Una galería comercial al lado de la céntrica plaza de Omonia. Aire de zoco y de casticismo, a pesar de los locales cerrados, bajas colaterales de la crisis.

También puede que vea en esa manera de hacer comercio un atisbo del pasado turcomano, donde los mercados se llaman zocos, y al lado de un puesto de especias hay otro de alfombras, y luego, uno de artesanía de dudosa procedencia.

 

Museo inagotable de arte callejero

Pero lo que más sorprende a la vista del viajero es el espectáculo muralístico de la ciudad. En el centro de Atenas debe de haber muy pocos metros libres de pintadas, empapelados y churretes de todo tipo: el ayuntamiento, defendido por seguratas privados (solo he visto policías durante las manifestaciones, fuera de ellas, están ausentes, como si la ciudad libertaria les hubiera expulsado), y las preciosas iglesias ortodoxas con sus cúpulas bizantinas, que deben de respetarse por pura superstición; no es raro  descubrir a hombres y mujeres persignándose cuando pasan por delante de una de ellas, o verlos entrar en el lóbrego templo y besar un repujado de plata o de oro que representa a un santo o a una virgen, metamorfosis del viejo paganismo.

Una papelería-bazar en el barrio de Exarjía.

Una papelería-bazar en el barrio de Exarquia.

El barrio donde no hay ni un centímetro de pared limpia es el de Exarquia (suena exarjía). Algunos de sus edificios están okupados, y es un entramado de callejas con librerías, papelerías, tiendas de artículos para las artes plásticas (incluidos los aerosoles), de cafeterías, restaurantes y chirinquitos de comidas balcánicas.

La inmensa mayoría de los locales públicos que he podido conocer en el centro de Atenas y en algunos de sus barrios como el Pireo o Voula son lugares acogedores, donde te atiende a veces el dueño del local con una simpatía impostada pero de agradecer. Si la infraestructura turística griega, por utilizar un término comunitario, deja que desear, la restauración está por encima del notable, y no es más cara que la que te cobran en la Costa Blanca en rincones apestosos o en terrazas sin personalidad. Además, en general, los griegos se comunican bien en inglés, quizá porque todos tiene familia en los EEUU, en Canadá o en Australia.

Esto que parece, y es, un caos urbanístico, visto desde la calle es un hormiguero de vitalidad imagino que igual que la que había en la Atenas de Pericles, solo que hoy Pericles vive en Berlín.

Esto que parece, y es, un caos urbanístico, visto desde la calle es un hormiguero de vitalidad, imagino que igual que la que había en la Atenas de Pericles, solo que hoy Pericles vive en Berlín.

Se maravilla el viajero al observar la ciudad desde una de sus colinas espléndidas, la misma Acrópolis o la de Likaveto. El casco antiguo y moderno de la ciudad es un desastre urbanístico, con aspecto de dentadura podrida. Más allá, el caos ateniense se desparrama como la onda expansiva de una bomba urbanística kilómetros y kilómetros  hacia el Egeo por el sur, hacia el golfo de Elefsina  por el oeste, y al otro lado del monte Ymitos, casi hasta el golfo Evoikos, frente a la isla de Eubea.

Las vías urbanas son estrechas, flanqueadas de edificios construidos con un sentido estético más biológico que el de la arquitectura contemporánea hispano mediterránea, diseñada por reyezuelos del ladrillo. También es posible que su estado lastimoso les preste una pátina de familia bien venida a menos. Manzanas pequeñas, casas de vecindad, deterioradas, eso sí, sin aceras, atiborradas de coches aparcados de cualquier manera. Pero sin la vulgaridad de los pueblos costeros valencianos. Es una decadencia amistosa, no insultante.

En el primer momento, el viajero llega a pensar que el bello escenario ruinoso de la capital ática es el que espera dentro de una década a las modernas y feísimas ciudades españolas, ayunas de presupuesto para mantener en buen estado su grotesco urbanismo. Pero poco a poco va dándose cuenta de que el ejemplo de Atenas es enjundioso, afectuoso, seductor, con todos sus defectos, sus chafarrinones, sus pintadas, su inmundicia y su desorden. Porque va descubriendo en lo griego moderno una autenticidad a la que en España parece que hemos renunciado, unos por repugnancia progre hacia el tipismo, otros por un entusiasmo imitador de lo gringo. Aquí, en nuestra península, de 1980 hasta la fecha, la arquitectura es tan limpia como inhumana.

La desconcertante afinidad de griegos y españoles

Ciudadanos griegos en la estación de Metro de Thision, en la línea del Pireo. Podían salir de un vagón de Metro en Vallecas o en Aluche.

Ciudadanos griegos en la estación de Metro de Thission, en la línea del Pireo. Podían salir de un vagón de Metro en Vallecas o en Aluche.

El viajero empieza a ver en los ciudadanos atenienses a los protagonistas agónicos de la tragicomedia ática. Agón en griego significa lucha, y es evidente que la vida del griego medio tiene algo de superviviencia. Solo algo. Para empezar, uno percibe que los griegos y las griegas están cortados por el mismo patrón que los españoles, sean morenos o rubios, delgadas despeinadas o gordas de peluquería, hablen en voz baja o a gritos. Un par de chicas griegas que conocí en Atenas me decían (cada una por su cuenta, en inglés) que en el Reino Unido las confundieron con españolas al escucharlas hablar.

Quien haya leído la entrevista con la fotógrafa Lilia Koutsoukou en esta revista conocerá algunos detalles de la rebeldía griega. Al transitar por las calles libertarias de Atenas, al entrar en sus tabernas, al circular por las carreteras de Ática, de Beocia o del Peloponeso, encuentra pruebas por doquier de la actitud agónica de los griegos modernos, más aficionados a Aristófanes que a Esquilo.

Aprovechando el trayecto hasta el Pireo.

Aprovechando el trayecto hasta el Pireo.

Por ejemplo, todo el mundo fuma en todas partes. Pregunté a otra joven griega que hablaba un perfecto español si en su país no estaba prohibido fumar en lugares públicos. Me dijo que igual que en España y otros países europeos. Pero que nadie obedece la ley y nadie se preocupa de ejecutarla. Fumar, sé por experiencia de otros viajes (por ejemplo a Israel y a Colombia), es una muestra de tensión, de crisis. Y en Grecia si sobra algo es crisis. Según la fotógrafa Lilia Koutsoukou, que ha tenido la amabilidad de revisar esta crónica antes de su publicación, en Grecia «una ley para ser respetada debe estar en vigor mas de diez años. Por si mientras cambia, me imagino…»

Otra muestra de rebeldía y acción díscola es la conducción. En el viaje a Nafplio, antigua capital de Grecia en el Peloponeso, a la que se llega rozando Corinto, Micenas y Argos, el chófer amigo que nos llevaba adelantaba furgonetas, camiones y autobuses que iban a paso de tortuga sin tener en cuenta la doble línea en la carretera. Hay que decir que no lo hacía a lo loco. No era el único. Si bien contaba que entre la juventud sí se da la locura de la conducción, y la gente se mata o se despeña en las curvas con frecuencia de vértigo. Este efecto de saltarse la prohibición de adelantar lo volvimos a vivir en la excursión a Delfos, subiendo las laderas del monte Parnaso, con su corona de nieves venerables. El chófer del autobús pisó varias veces la doble línea para dejar atrás unas furgonetas y unos tractores.

Teatro de Epidauro, en el Peloponeso. Tápese la parte inferior de la fotografía, y el paisaje puede ser de Alicante o de Gerona.

Teatro de Epidauro, en el Peloponeso. Tápese la parte inferior de la fotografía, y el paisaje puede ser de Alicante o de Murcia.

Paisajes, mercados, sentimientos

El paisaje rural griego es también una réplica del español mediterráneo, del italiano o del argelino más próximo a la costa. Tan mediterráneo que no cuesta trabajo pensarse en las curvas de la carretera entre Denia y Calpe.

Las carreteras están llenas de carteles (con frecuencia confusos, y no por los caracteres griegos, sino por la indolencia de quien los coloca, como en España) con referencias a acontecimientos históricos o a mitos, como el rapto de Helena por Paris en las costas del golfo de Sarónica, o la batalla de Platea, que supuso el final de las guerras médicas en territorio helénico, en la llanura donde se halla la nueva Tebas, que en griego suena «Civa», capital de la región de Beocia.

Se nota que es Atenas por la pintada de la izquierda. La calle

Se nota que es Atenas por la pintada de la izquierda. La calle Kalidromiou es una galería de arte urbano, como las otras de Exarquia.

Las llanuras helénicas son escasas, y están bien aprovechadas. El mundo rural griego es montañoso, apropiado para el cultivo de almendros, olivos, algarrobos y vid. Mi amiga Lilia me decía que rara es la familia griega de clase media que no posee un trozo de monte o de huerta, viva en Atenas, en Tesalónica, al norte, o en Kalamata, al sur. Los familiares que viven en el pueblo o aparceros amigos la cultivan, y la familia tiene aceite y legumbres para casi todo el año. Debe ser por algo de esto que los supermercados de tamaño medio son infrecuentes en las ciudades. Los mercadillos sí se plantan aquí y allá, como el que recorrimos en el barrio de Exarquía, a lo largo de la calle Kalidromiou un sábado por la mañana. Las verduras y las frutas son las mismas que se pueden encontrar en los mercados valencianos, y más o menos al mismo precio.

Pescado fresco.

Pescado fresco.

La originalidad griega son los pescados, que en la España mediterránea se venden poco en la calle. Me llamaron la atención los gritos de los pescaderos que, igual en los mercados ibéricos, proclaman las virtudes del género. Y lo hacían en su lengua y en la mía, al menos en apariencia, porque yo escuchaba con claridad la palabra «fresco».

Tampoco he visto muchos hipermercados. He pasado por delante de algunos, no tan gigantescos como los de aquí. Y en cuanto a los centros comerciales, son de pequeño formato, salvo alguna excepción, que supongo la habrá, pero rara. Eso quiere decir que el pequeño comercio domina en Grecia. He leído y escuchado quejas de que la crisis se ha cargado muchos negocios familiares, y la confirmación se ve en la cantidad de cierres echados en todas las calles, céntricas y periféricas. Sirvan de testimonio estas fotografías. Pinchando sobre ellas, se ven grandes.

 

También me hablaba Lilia de la resistencia de los griegos a pagar impuestos, evidente en el estado de las carreteras y en otros detalles menos manifiestos. Esto significa que el dinero negro corre como la fuente inagotable de Castalia, porque hay que pagar al médico que te ha operado en un hospital público, y otro tipo de mordidas oficializadas, si bien no oficiales. El dinero negro es lo que explica la vitalidad de Grecia, donde no se observan signos de miseria, ni siquiera de necesidad, sino de paciente resignación. Igual que no se ven a los refugiados, recluidos en sus campamentos en las islas egeas o en albergues urbanos, y que no invaden las calles, aunque sí están presentes a modo de representación no masiva por las aceras de Atenas, por ejemplo, el excelso violinista de la foto.

La estratégica ocultación de los refugiados

Antiguo pabellón de baloncesto frente al Egeo, en la calle Leof Posidonos, que da entrada a una multitud de marinas a reventar de yates.

Antiguo pabellón de baloncesto frente al Egeo, en la calle Leof Posidonos, que da entrada a una multitud de marinas a reventar de yates.

Recomiendo a quien quiera conocer el drama de los refugiados en Grecia que se meta en esta página de Cafe Babel. Como he dicho, yo no vi muchos por las calles de Atenas. Algunos mendigan, otros tocan el acordeón, pero no acosan con su desgracia al viandante. Nos dijo el amigo que nos llevó a Nafplios que a veces se cuelan en tropel en la ciudad, como sucedió en noviembre. Al parecer habían llegado al Pireo en los transbordadores que atracan allí procedentes de todas las islas egeas. Ocuparon la plaza de Victoria. Pero la policía se los llevó a albergues, como el que aparece en la fotografía, un antiguo pabellón de baloncesto en el barrio periférico de Elliniko, al lado del viejo aeropuerto. Los refugiados le han caído a los griegos como un pedrisco (que me perdonen los pobres peregrinos por la comparación inevitable) debido a la situación geopolítica del país. Por eso las autoridades los mantienen apartados, aunque las evidencias de solidaridad popular de los griegos hacia ellos son abrumadoras, y vergonzosas para el resto de los europeos.

La instantánea está tomada desde el tranvía que va de la plaza Sintagma a Voula (se puede ver la ropa tendida en cuerdas delante del edificio), un largo recorrido que ilustra a la perfección la vida urbana de los atenienses normales y corrientes, acostumbrados a sortear la crisis con experta habilidad de funambulistas.

La línea del tranvía de Voula recorre hasta la mitad la costa entre el Pireo y el cabo Sounio, donde se hallan los restos el templo de Poseidón. Es un viaje instructivo e informativo. Pasa por delante de tus ojos una película acelerada de la vida cotidiana de los barrios periféricos de Atenas. Los ricos, como el de Faliro, los que tienen fama de pobres, como el de Tavros, y los que se disponen a lo largo de la costa, con sus playas y sus marinas. Esto de las marinas es algo desconcertante, porque las hay a decenas en toda la costa ática. No las conté, pero deben albergar miles de barcos de recreo y también verdaderos yates. Supongo que el número de naves atracadas se corresponde con la cantidad de familias que no han sido afectadas por la crisis, una cifra convincente, miles de personas que no padecen la agonía de la privación. Pero también manifiesta la vinculación del mar con el común de las gentes helénicas, algo tan viejo como el acoso aqueo a Troya y todavía más antiguo, la cultura minoica, mil y pico años antes de nuestra era, llamada talasocracia.

Una playa del golfo de Sarónica, en Voula, tomada el 6 de diciembre.

Una playa del golfo de Sarónica, en Voula, tomada el 6 de diciembre. Al fondo luce el Pireo.

Bañistas por prescripción facultativa

Otra imagen que deja perplejo al viajero comodón es la de los bañistas. En las playitas que salpican la costa sur del Ática se ven individuos e individuas que se despojan de la ropa y se meten en el mar. Esto ya es de por sí llamativo en diciembre, porque los peatones íbamos bien abrigados. Sin embargo lo excepcional es que los bañistas son hombres y mujeres de edad incluso provecta. Algunos llegan en su coche, aparcan en un malecón paralelo a la playa, se desvisten delante de ti sin el menor enojo, se meten en el agua y se ponen a nadar como delfines maduros. Yo imagino, por la edad que representan, que serán pensionistas. Y no vaya el lector a creer que se trata de hombres y mujeres de complexión atlética, acostumbrados a competir en las olimpiadas de la tercera edad o forjado su cuerpo en el gimnasio. Son tipos de mortales carnes fofas y aspecto de jubilado ocioso. Como no hablo griego no pude preguntarles qué les atraía del remojón prolongado, nada de meto los pies, me salpico y salgo corriendo a secarme. Son buenos hijos de Poseidón o de su víctima, Ulises, que padeció naufragio tras naufragio durante los diez años que le costó volver a Itaca desde Troya.

La explicación que me da Lilia de este misterio es la siguiente: «Los médicos proponen siempre a los jubilados, y no solo a ellos, baños para todas las enfermedades de los huesos y piel. Todos los mayores griegos hacen bajo prescripción medica unos 90 baños, todos los días de verano, de una hora en el mar. Después los complementan con baños termales. Es algo muy común. Además desde pequeños nos obligan tomar baños en el mar, pero no tomar el sol sino nadar o por lo menos flotar donde no tocas con los pies, con el reloj una hora. De toda la vida y aun hoy cuando acompaño a mis padres en la playa tengo que decirles la hora desde la orilla.»

Las montañas del fondo creo que pertenecen a la isla de Egina.

Las montañas del fondo creo que pertenecen a la isla de Egina.

También se ve a otras personas que no entran en esa categoría de bañista aventurero. A lo largo del matorral mediterráneo que hay entre la carretera o avenida Posidonos y la playa uno encuentra emboscados a grupitos de hombres sentados en torno a una mesa plegable jugando a las cartas o simplemente comentando la meteorología o la metafísica de Aristóteles. Me dio la impresión de que, en este caso, más que pensionistas eran refugiados que habían salido a tomar el aire marino, no el sol, porque ese día estaba nublado e incluso se puso a llover, sin que nadie se molestara por ello.

Guerrilla urbana de baja intensidad, una vieja costumbre balcánica

He dejado para el final de la crónica el episodio menos turístico del viaje. Me refiero a los dos días de manifestaciones, huelga y guerrilla suave que viví en Atenas. Aventura que no tuvo nada de ello, porque ni mi integridad sufrió amenaza ni menoscabo, ni los trastornos ciudadanos fueron tales, pues solo se detuvieron, y con largas horas de funcionamiento entre medias, el metro y los autobuses.

El follón guerrillero en la calle Tositsa, que nace entre el espléndido museo Arqueológico y la castigada Escuela Politécnica

El follón guerrillero en la calle Tositsa, que nace entre el espléndido museo Arqueológico y la castigada Escuela Politécnica

Esta imagen impactante nos recibió al dirigirnos al hotel el martes, día 6 de diciembre. Tuvimos que precipitarnos dentro de él porque empezamos a llorar como fuentes. Eran los gases lacrimógenos disparados por la policía, que a su vez recibía morteros a base de petardos bien fuertes (en Valencia se llaman «masclets») y de cohetes, lanzados por los guerrilleros urbanos.

Esto tenía lugar en al barrio de Exarquia, en torno a la plaza del mismo nombre. Las calles, normalmente llenas de vehículos aparcados, estaban vacías. Los negocios, cerrados a cal y canto. El resplandor de las llamas dominaba la atmósfera.

Sin embargo no se advertía una tensión especial en el ambiente. Los polis estaban tranquilos (al menos los de la retaguardia), los fotógrafos de los medios, también, todo el mundo con su máscara antigás, y los escasos viandantes salían corriendo no por miedo a encontrarse en medio de un fuego cruzado, sino huyendo del gas lacrimógeno.

La plaza Exarquia una noche después del tumulto.

La plaza Exarquia una noche después del tumulto. La pancarta proclama la necesidad de luchar en común por la vida, la dignidad y la libertad.

Esta escena de guerrilla parece ser habitual en Atenas, y forma parte de una liturgia, una representación, un rodaje. Se diría que los protestantes mantienen el tipo y la policía se entrena. Me enteré luego de que esa guerrilla de baja intensidad tenía lugar todos los primeros de diciembre, en conmemoración de un suceso trágico ocurrido en 2008, la muerte de un estudiante en la plaza Exarquia en una algarada parecida a esta, pero con un gobierno menos transigente con el desorden.

El barrio Exarquia es el escenario permanente de estos episodios pseudoinsurreccionales. Viene a ser una sucursal moderna del teatro de Herodes Ático, al pie de la Acrópolis, donde todavía se representan tragedias y comedias clásicas griegas. Todas sus calles, en especial la plaza del mismo nombre, son el proscenio donde se desarrolla la acción. Una acción diaria, porque la escenografía pintada en las paredes de los edificios cambia, con carteles nuevos y renovación de pintadas.

Esto de las pintadas tiene su vertiente profesional. En el barrio de Monastiraki, otro escenario del grafitismo a lo bestia, encontramos varios negocios de venta de aerosoles. Aunque la mayoría de las intervenciones estéticas, llamémoslas así, son espontáneas y responden a la ira juvenil o a propósitos ideológicos, también hay quien decide pintar el cierre de su negocio quizá para evitar que se lo embadurnen los «bárbaros». Algo que observamos en las inmediaciones de la plaza de Omonia, en una tienda de delicatessen.

Es el caso que el barrio de Exarquia lleva una vida intensa pero tranquila durante el resto del año. Tiene cafeterías, restaurantes y bares de copas exactamente iguales que los que se pueden encontrar en el barrio de Malasaña de Madrid, en el del Carmen de Valencia y en otros parecidos de ciudades ibéricas. La diferencia suele ser que la restauración griega es muy superior a la española, y al mismo precio. Cuando llega el día de la representación, los negocios echan el cierre y esperan a que escampe. Al día siguiente, se vuelven a llenar. Hecho este que refleja mal la crisis que acogota al país.

Monumento a la masacre de 1973 en la EScuela Politécnica de Atenas

Monumento a la masacre de 1973 en la Escuela Politécnica de Atenas

Uno de los lugares emblemáticos del barrio de Exarquia es la Escuela Politécnica. El 17 de noviembre de 1973 la escuela sufrió la invasión del ejército que había dado un golpe militar seis años antes. De la entrada de los tanques en el complejo queda un patético monumento. La matanza de estudiantes dio lugar a la caída de la dictadura, y convirtió la escuela Politécnica en un espacio de culto político. Un culto en el que se incluye la intervención estética de sus paredes, repletas de pintadas y de pasquines. No sé si esta costumbre se extendió como una mancha de aceite al barrio entero o fue al revés.

Después de la guerrilla de baja intensidad, las manifestaciones pacíficas y hasta folklóricas. En la puerta del ascensor del hotel apareció un pasquín (de la dirección) advirtiendo que al día siguiente había huelga general. Afectaría al Metro y a los autobuses, con un amplio horario de servicios mínimos. Corrí al mostrador de recepción a preguntar por las repercusiones de la protesta, ¿encontraríamos los comercios, los museos, los restaurantes cerrados? Nada de eso, fue la respuesta, todo estará abierto. ¿Pero no es una huelga general? El recepcionista se encogió de hombros y dibujó una ancha sonrisa.

Un detalle de la Escuela Politécnica. Ofrenda de café a un busto clásico

Un detalle de la Escuela Politécnica. Ofrenda de café a un busto clásico

Debido a nuestra ignorancia del idioma griego, no hubo manera de enterarse del motivo de la huelga. Las personas que participaban en la manifestación, que al parecer hace un recorrido fijo entre la plaza de Omonia y la de Sintagma por la calle llamada del Estadio, lucían el esperado aspecto de trabajador asalariado (del Estado, imagino, pues todo lo demás funcionaba), de pensionista o de parado. En las fotografías se puede ver que dominaban los hombres y las mujeres de edad madura, sin que faltaran los jóvenes. Algunas chicas aplicadas y sonrientes recorrían las aceras ofreciendo a los transeúntes ejemplares de un periódico comunista, y tendiendo hacia ellos una caja de zapatos donde podían contribuir a la causa.

Me dirigí a una muchacha que portaba una pancarta en compañía de otros jóvenes y le pregunté si tenían folletos explicativos en inglés o en francés. Se disculpó, no tenían presupuesto para traducciones. ¿Pero quién convoca la huelga? Los sindicatos y los partidos de izquierda. Pero, el gobierno no es de izquierdas? Lo era.

 

Pasquín pegado en las paredes hacia el día 9 de diciembre. Dice (amable traducción de Ilia Koutsoukou):

Pasquín pegado en las paredes hacia el día 9 de diciembre. Dice (amable traducción de Lilia Koutsoukou): «¿Se pueden mejorar las barreras? TRANSPORTE LIBRE PARA TODOS/TODAS. Ni barras ni inspectores, ni billetes electrónicos, ni cámaras, ninguna exclusión, ninguna inspección. EN DEFENSA DE LAS NECESIDADES BÁSICAS. »  Proclama entre la acracia, la inocencia y la utopía, de una parte del díscolo pueblo griego. Por cierto, en Atenas el Metro no tiene puertas automáticas de acceso, la entrada es libre como en Alemania (aunque si te cogen sin billete, te crujen). La fotografía se diría tomada en el Metro de Madrid.

Después de publicado este reportaje han salido a la luz algunos con informaciones precisas y bastante dramáticas sobre los refugiados en suelo griego. Recomiendo este de Helena Vázquez para El País.

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