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Agricultura y naturaleza Historia General de la Agricultura de J.I. Cubero Series

Historia General de la Agricultura de J. I. Cubero – 14 (La conexión árabe)

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Parte Cuarta. La Pequeña Globalización

Capítulo XIV

Del libro Historia General de la Agricultura

De los pueblos nómadas a la biotecnología

del profesor Jose Ignacio Cubero

La conexión árabe

Corresponde al capítulo 17 del libro original. Resumen realizado por Gaspar Oliver

Recalca el profesor Cubero la trascendencia del Islam en la fijación de las etapas de la historia occidental, y se apoya en la autoridad de Christopher Dawson, quien en «The Making of Europe» asegura que es el siglo VII y no el V el que marca el inicio de la Edad Media europea.

Un siglo después de a muerte de Mahoma, el Islam se extiende desde Hispania al Turquestán y la India, pasando por el norte de África.

«El inmenso imperio creado puso en contacto todas las partes del Antiguo Mundo, su influencia y su comercio llegaron al corazón de la Europa cristiana y a rozar el impenetrable interior africano. Este contacto fue fundamental para la agricultura: cultivos y técnicas se difundieron por todo el Antiguo Mundo, algo que quizá habría sucedido tarde o temprano, pero que se pudo realizar con rapidez gracias a la expansión musulmana.

«Tras haber visto en el capítulo anterior la agricultura de la Europa Cristiana, en el presente veremos qué se trasmitió, de dónde a dónde, gracias a esa puesta en común de regiones lejanas, a esa conexión árabe. Sólo América queda fuera de esta Pequeña Globalización.» (Pág. 518)

La agricultura en Las mil y una noches

Aunque esa colección de cuentos no trata en ninguno de ellos sobre la Agricultura en especial, sí que aparecen en sus historias cultivos y ganados que retratan una forma de vida.

Advierte Cubero que un problema lingüístico ensombrece ese panorama, pues los traductores no eran agrónomos y confundieron determinadas especies con el maíz, el pimiento y el tomate, que llegan de las Américas en el siglo XVI. Salvando los localismos, la agricultura de «Las Mil y Una Noches» no es muy distinta de la andalusí. Y aparecen especias, flores y estupefacientes.

En términos estadísticos, la rosa es la planta que más aparece, seguida de la palmera datilera y de la vid (se menciona más al vino que a la vid y las pasas en concreto), el granado, el jazmín, el azúcar de caña, almendro, manzano, áloe, narciso, arroz, y así hasta el naranjo amargo. Del olivo hay pocas menciones, porque los cuentos están escritos entre Bagdad y El Cairo, donde el olivo no es frecuente. También cita Cubero los animales, los comunes en el Mediterráneo, más alguno exótico como el avestruz o el búfalo.

El Corredor Árabe

En el siglo XI existe una ancha franja que llamamos «Corredor Árabe» porque se basa en la expansión del Islam. En él confluyen rutas desde el Asia central y la costa oriental africana. No es un corredor espontáneo, Alejandro Magno había conectado ya con el Indo y la Bactriana. Y existían además la Ruta Sabea y la de la Seda, conocidas por griegos y romanos. Pero la expansión musulmana unifica todas las rutas, gracias, entre otras cosas, a la peregrinación a la Meca. Se puede atribuir sin reparo, dice Cubero, al mundo islámico haber sido el motor de la primera globalización.

El Imperio Mongol, que pudo haber sido el fin de ese corredor, lo estabilizó al asentar la paz y la seguridad en las rutas. Por el pasillo circularon personas de todas las clases sociales, mercancías, incluidas los libros, técnicas, cultivos y cultura. La filosofía, las matemáticas y la agricultura griegas fueron traducidas pronto al árabe centralizado todo ello por cristianos nestorianos a quienes el califa abasí Al Mamún cedió al «Casa de la Sabiduría» en 832. La dirección dominante de las transacciones fue, hasta el descubrimiento de América, de Este a Oeste.

Entre las técnicas y materiales distribuidos por el Corredor árabe están la seda (con la morera y el gusano como parte del paquete), el papel, la pólvora, la destilación y el alcohol.

En términos agrícolas, los árabes transmitieron hacia Occidente técnicas persas o mesopotámicas en el manejo del agua para labores agrícolas, la rueda hidráulica y la mina de agua, y desde Yemen la construcción de Terrazas. Los romanos no desconocían el riego, pero era algo limitado al hortus, no extensivo. Pero los cultivos que introducen los árabes en Europa necesitan mucha agua, y asegurar el riego es fundamental.

Advierte Cubero que algunas plantas como la alcachofa, la alfalfa y la alubia no eran desconocidas para los romanos. Pero la lista de novedades que se van a cultivar intensa y extensamente es muy larga, desde el arroz a la naranja amarga, la palmera datilera, el limón y la lima, sandía, berenjena, caña de azúcar, algodón, espinaca, el banano, el trigo duro, que precisa climas secos y cálidos. El naranjo amargo alcanzó España en el siglo X, pues aparece mencionado en un texto árabe.

«Hay que señalar la escasa importancia que en este tránsito de cultivos tuvieron, a pesar de lo que se cree comúnmente, tanto los bizantinos como los cruzados, unos y otros más interesados en el comercio de algodón, seda, tejidos lujosos, especias, colorantes, armas y esclavos que en las humildes plantas cultivadas». (Pág. 524)

Los cultivos tuvieron que enfrentarse a barreras de los propios agricultores, poco proclives al riesgo, de las autoridades, inclinadas a mantener cultivos que aseguraban los impuestos o la falta de técnica para el tratamiento industrial por ejemplo de la caña de azúcar, y la estructura de propiedad, de carácter feudal en Europa. Una de las causas irracionales que estorbaron la aparición de nuevos cultivos es el ejemplo del naranjo amargo, que se introduce con la llegada de los almorávides, y las taifas por ellos conquistadas lo consideraron una prueba de mala suerte.

Se pone Cubero en la piel de un agricultor de la época acostumbrado al trigo y al cebada, y se pregunta para qué necesita arroz o naranja amarga.

Las razones para la expansión y el éxito hay que buscarlas en la imitación de los poderosos, por ejemplo, al arroz se puso de moda en Bagdad, y también la exigencia de los inmigrantes, que buscaban productos de sus tierras, refiriéndose a los numerosos bereberes que se instalaron en Al Ándalus. La berenjena y al sandía tenían antecedentes (el pepino y el melón) que facilitaron su introducción. «Hay que mencionar también que, en el mundo musulmán, al contrario que en Europa, donde el campesino era un ciudadano de segunda clase como mucho, la labor agrícola está ensalzada ya en el mismo Corán y lo fue, lógicamente, por la sociedad: los poetas árabes componían poemas no sólo sobre flores y frutos sino también sobre cultivos modestos.» (Pág. 525)

Los tratadistas musulmanes

Asegura Cubero que los musulmanes medievales escribieron muchos y mejores textos que los cristianos referidos a la agricultura, transmitiendo, además, la racionalidad helena y romana. Basan sus tratados en el calendario solar, que es el cristiano, porque el musulmán lunar no sirve al cambiar de año en año. No le llaman calendario cristiano, sino siríaco o egipcio.

En Siria es donde los musulmanes encuentran toda la riqueza teórico práctica clásica, traduciendo y adaptando esa vieja savia a nuevas venas, según expresión del profesor. La poblaciones arabizadas de la España musulmana las trasladaron a Europa. Muchos autores grecolatinos se conocen gracias a los tratadistas musulmanes que hablaron de ellos, aunque fuera sólo citándolos.

El número de textos procedentes del oriente musulmán que han llegado a nosotros es menor que los originales de Al Ándalus. Se ha perdido, por ejemplo, el más importante, “El libro de las plantas”, de Abú Hanifa al Dinawari, una enciclopedia de multitud de tomos, semejante a la Historia Natural de Plinio. Lo conocemos por comentaristas andalusíes. Otro bien conocido es la «Agricultura Nabatea», libro “de culto” de relativo valor, “una mezcla de prácticas agrícolas con un sinnúmero de prescripciones teosóficas, mágicas y supersticiosas, incluso con toques poéticos y místicos” (pág. 527), basado en las Geopónticas, como se ha dicho antes. Se atribuye a Ibn Wahsiyya, de finales del siglo IX, y su influencia se debe a ser una refundición de textos griegos con otros de diferentes fuentes orientales.

Dedica buen espacio el profesor Cubero a los tratadistas agronómicos andalusíes.

“Precedidos por el Calendario de Córdoba en el siglo X, en el XI empiezan a aparecer en la España musulmana tratados de Agricultura que se prolongan hasta el XIV y quizá el XV. Con un seguidor que hace de enlace con la agricultura cristiana, Gabriel Alonso de Herrera. Están escritos por directores de Jardines Reales y sus discípulos, diseñadores de villas de recreo y a veces propietarios estudiosos y enciclopédicos. El conjunto de obras producidas por los andalusíes tiene poco parangón en la literatura agrícola hasta nuestra época. Sus obras estuvieron planteadas siguiendo esquemas grecolatinos clásicos, fueron autores serios, poco dados, en general, a la teosofía y a las practicas mágicas.” (Pág. 528)

Aclara el profesor Cubero un equívoco que refiere la literatura agrícola andalusí más a la romana que a la griega. Atribuye este error a que no se ha leído y comparado los libros del sevillano Columela con las fantasías de la «Geopóntica» de Anatolio de Beirut o de Casiano Baso, mencionadas en los capítulos dedicados a la agricultura griega y romana. Ibn Hayyay y Al Awam citan a un tal Junius, Iunius o Yunius, que no es Julio Moderato Columela, pues las citas literales pertenecen a las «Geopónticas».

A continuación expone una relación de siete obras y autores: Calendario de Córdoba, siglo X, con instrucciones sobre una variedad de plantas y su manejo; Ibn Basal, siglo XI, creador del Jardín Botánico de Toledo, una de sus obras se tradujo al castellano; Ibn Hayyay al Ishbilí, finales siglo XI, sevillano; Abu el Jair al Ishbilí otro sevillano mayor que el anterior, da los nombres de los meses en romance castellano, por ser solares; Ibn Wafid, el moro Abancenif citado por Gabriel Alonso de Herrera, contemporáneo de Ibn Basal y también director del Jardín Botánico de Toledo; Ibn Luyun, polígrafo almeriense entre los siglos XII y XIV, autor de un Libro de Agricultura escrito en verso para memorizar las instrucciones sobre el cultivo de una variedad de plantas.

Hemos dejado para el final el más destacado para el profesor Cubero, Ibn al Awam, autor de una monumental obra basada en su experiencia en su finca del Aljarafe sevillano, que siglos atrás pisaría su colega Columela. «Se lo ha tenido como resumen o copia de la Nabatea; esta, como otras muchas fuentes, le ha dado información, pero la composición es totalmente distinta: ordenada, sistemática, racional como las de Varrón y Columela, lejana de la magia y la teosofía”. (Pág. 529) Es tan preciso en sus citas, que conocemos a través de él obras de autores olvidados, cede al lector la práctica de lo que que propone, para que extraiga sus propias conclusiones. Es una obra que abarca la agricultura del mundo musulmán, son sólo de Al Ándalus.

En treinta y cuatro capítulos estudia tierras, abonos, aguas, arboricultura, conservación de frutos, hortalizas, semillas y harinas, cultivos extensivos de secano y regadío, cultivos de huerto, construcción de molinos y graneros, y varios capítulos dedicados al caballo, vacuno, ovino, caprino, aves y abejas, ninguno al cerdo.

“El gran ministro Campomanes encargó la edición a José Banquieri para uso de los agricultores españoles, y ya en 1751 se publicaron dos capítulos como apéndices del Cultivo de tierras; la traducción completa, junto al texto árabe, no se publicó debido a diversas vicisitudes hasta 1802”. (Pág. 530) Se tradujo al francés en el siglo XIX para los colonos franceses de Argelia, y a finales del siglo XIX Esteban Boutelou lo resumió para que sirviera de desarrollo a la agricultura española. Al Awamia es el nombre del Instituto Tunecino de Investigaciones Agrarias.

Cierra el listado de botánicos, médicos y agrónomos andalusíes con mención a Al Hajj, el Granadino, de mediados del siglo XI, que escribió un Tratado de Agricultura en 12 volúmenes, de los cuales quedan fragmentos. Abulcasis, medico de gran fama, era un especialista en procesos de destilación. El Botánico Anónimo de Sevilla escribió un tratamiento de la plantas de carácter moderno, asegura Cubero. Y por último, Ibn Baytar o Abén Beithar, malagueño de la primera mitad del siglo XIII, que llegó a ser director de los jardines de Damasco, y estudió y corrigió al botánico griego Dioscórides.

La agricultura árabe

Admira Cubero la capacidad poética de los botánicos y agrónomos árabes: «La Alcachofa es una muchacha cristiana vestida con una coraza de espinas», dice . Establece que no hay diferencia perceptible entre la agricultura grecolatina y la llamada «árabe», pues esta es una derivación de la primera con algunas aportaciones orientales.

La mayoría eran cultivos de nuestro verano, el del ámbito mediterráneo, que en sus lugares de origen se cultivan durante el húmedo monzón. Esto obligó a los agricultores de zonas áridas a buscar la mayor eficacia posible en el uso del agua. Otra diferencia entre árabes y grecorromanos es que los primeros estudiaron a fondo los detalles.

«El resultado fue un aumento notable en el conocimiento de tierras, abonos y aguas, y en un mayor estudio de las operaciones agrícolas en general (por ejemplo, de los injertos) y de las necesidades concretas para cada cultivo. Es peculiar a la agricultura árabe el loable intento de utilizar todo tipo de suelo, de agua y de abono, hasta los más sorprendentes; no hay abandono del yermo sino todo lo contrario, una necesidad de llenar el vacío: si el yermo es yermo es porque no se lo puede cultivar». (Pág. 535)

Los andalusíes experimentaron sobre experiencias grecorromanas y elevaron los conocimientos a un nuevo marco teórico. Las operaciones agrícolas deben de realizarse de modo que compensen el equilibrio de los cuatro elementos básicos, tierra, agua, aire y fuego, con sus pares antagónicos de frío y seco y cálido y húmedo. El desequilibrio de los elementos esenciales se trataba como una enfermedad, con una sistematización de conocimientos sobre plagas y enfermedades, desarrollada por Al Awam, que los depura de explicaciones teosóficas astrológicas.

También distinguieron el sexo de las plantas, no siempre con precisión, pero atinaron en la polinización forzada de determinados cultivos como pistachero, algarrobo, laurel y cáñamo.

Si el material técnico es abundante, no hay mucha información sobre la estructura de la tierra y la organización general. Hay más documentación en Al Ándalus, pero no es aconsejable trasladarla al resto del mundo islámico.

Domina una gran distribución de la propiedad con pequeños propietarios, pero también latifundios. Se añade a la dificultad el que en muchas regiones los derechos eran tribales, y siguen siéndolo. Ejemplo de ello es que los ocupantes árabes de la península recibieron lotes de tierra y se agruparon por etnias o clanes, que se conservan en los topónimos. No hay equivalente al siervo de la gleba ni al trabajo obligado para el señor, que en la Europa transpirenaica formó el feudalismo. Hubo, eso sí, obreros contratados. «Sin embargo, la gran mayoría de las tierras debieron quedar, en una primera fase, en poder de los hispanos a cambio del pago de unos impuestos variables según los casos», explica, pero precisa que la permanencia de lo hispano en la agricultura árabe está fuertemente debatido y sin conclusión unánime.

Hay detalles de la agricultura en el reino de Granada antes y después de la caída en 1492. La situación era parecida al resto de la Andalucía conquistada: grandes latifundios, terrenos forestales, pastos, secano y regadío, y minifundios tan pequeños que una morera podía pertenecer a varios propietarios por ramas, igual que los olivos.

Aunque el estado musulmán no construyó grandes obras públicas, al estilo de los imperios aztecas, mayas, incas o chinos, mantuvieron calzadas, puentes y regadíos, y mejoraron grandemente las captaciones de agua. Las leyes para evitar el abandono del campo tuvieron su eficacia. Las tierras sin cultivo durante años se repartían, se favoreció la roturación de eriales, pastizales y tierras desérticas, los impuestos se fijaban atendiendo a la producción, la calidad de la tierra y el origen del agua; los pozos, norias, minas rebajaban los impuestos con respecto al cultivo con agua de lluvia o de ríos próximos. Se pagaba la mitad de la renta de los frutales si se plantaban como cultivos permanentes.

Sistemas de cultivo y manejo del agua

Califica Cubero a los árabes como «señores del agua», por el sabio uso que supieron hacer de ella, aunque no fueron los primeros en explotarla. La propiedad del agua es privada, según numerosas y variadas disposiciones legales que varían de un lugar a otro, pero según el Corán, no puede negarse a nadie que la necesita, incluso si no es musulmán.

Destaca el autor los cuatro principios fundamentales de los árabes (es preciso advertir que en algunos casos Cubero utiliza «árabe», y en otros «musulmán», aunque nunca al azar; en este caso se refiere a la forma de entender la agricultura de los pueblos de la península arábiga, donde nace el Islam).

La agricultura es una obra grata a Dios. Toda tierra es aprovechable. Toda agua es utilizable. Y todos los abonos son posibles. A ello hay que añadir el valor que se da al trabajo y que la estructura de propiedad musulmana no era feudal.

El arado que conocieron y usaron fue el romano, nunca el pesado del norte de Europa, y el equipamiento también era semejante, y ha quedado en el léxico.

Para los árabes era importante conseguir una capa superficial en la que opinaban estaba toda la sustancia nutritiva de las plantas. Para el desfonde inicial, nunca superior a los 30 centímetros de profundidad, se utilizaban palas de hoja triangular. A cada suelo corresponde un riego especial y unas plantas determinadas. Para Al Awan había que hacer un tratamiento enérgico el suelo, con tres aradas, si bien podía llegarse a diez en el caso del algodón.

El papel fertilizante de la leguminosa era conocido, estercolaban o hacían descansar la tierra, a modo de intensificación del barbecho. La agricultura andalusí, en lo que concierne al barbecho y a las leguminosas fue muy superior a la práctica medieval cristiana.

«Los sistemas de cultivo principales eran los clásicos: barbecho (que se podía sembrar con leguminosas de grano o forrajeras), cultivo al tercio (cereal, barbecho y pasto) y cultivo continuo. Pero con la introducción de nuevas especies de clima cálido y cultivo de verano, hubo que importar también nuevas técnicas, es más, lo que se importó fue realmente el paquete tecnológico, pues de otra manera la implantación habría resultado imposible. Esto alteró el calendario agrícola, las rotaciones y el trabajo, pero puso en circulación una tierra hasta entonces improductiva. En lugar del año y vez clásico, ahora a veces se llegaba a cuatro cultivos cada dos año, y a rotaciones de hasta seis u ocho cultivos en sucesión». (Pág. 540) Los cultivos de ciclo corto, como berenjenas o espinacas, podían hacerse hasta tres al año. Los problemas de infertilidad creados se contrarrestaron con hacían cultivos de verano que cubrían el suelo, lo enfriaban con su sombra y mediante el riego.

Los musulmanes superaron en finura y precisión a los grecorromanos en la descripción y aprovechamiento de suelos, con el riego racional y mucho más eficaz, y una combinación de las rotaciones largas con las cortas, según la experiencia india. Lo mismo que se introdujeron en Al Ándalus nuevas plantas también se hizo con todo tipo de abonos: «estiércoles diversos relacionados con sus propiedades y uso [incluido los de cerdo, advierte el profesor], orina, huesos, sangre, masa vegetal, minerales, polvos de los caminos, por su mezcla con deyecciones y textura suelta), enmiendas, incluso la tierra de los cementerios (evidentemente no musulmanes) por el contenido en cal y fósforo de los huesos». (Pág. 541)

Los cultivos de clima monzónico introducidos en el Mediterráneo occidental de veranos secos y calurosos, necesitaban mucha agua para vegetar y producir, por ejemplo la caña de azúcar necesita riego cada 4-8 días, el arroz, inundaciones en parte de su ciclo. La tendencia hacia un agricultura extensiva era evidente. Cubero señala que, si bien fueron maestros del riego, se basaron en los esquemas existentes en cada zona que ocuparon, o extendiendo la red de canales. Utilizaron diversos procedimientos para la captación de aguas, desde presas hasta azudas o aceñas dirigidas a ruedas hidráulica o molinos, en el siglo XI no quedó corriente fluvial sin utilizar. Los primeros colonos musulmanes procedían de Siria, donde habían aprendido técnicas premusulmanas como la noria, y su tecnología pronto se extendió a la Europa cristiana para molinos y batanes.

Cultivos, ganados, industria

Unas quinientas especies se cuentan entre las citadas en la bibliografía agronómica musulmana. La más completa es la de Al Awam, que cita cuatrocientas, de las cuales cincuenta son arbóreas. Las cifras deben ser calibradas, debido a problemas de traducción pues, insiste Cubero, los lingüistas no son agrónomos. También es de tener en consideración que productos como el arroz o el azúcar de caña tardaron en implantarse. Hasta que los portugueses no empiezan a cultivar caña en las islas Madeira, el azúcar no aprovisiona Europa. Los cereales determinantes siguen siendo los clásicos, cebada y trigo, con variedades de duro y harinero. El algodón se cultivaba en forma herbácea a mediados del siglo X en Sevilla, y la caña de azúcar en Almuñécar (Granada).

La variedad de verduras de huerto era impresionante, algunas relativamente nuevas, como el espárrago, la sandía, la berenjena, la alcachofa. Al igual que ahora, dice el profesor Cubero, varios de los cultivos de huerta se podían sembrar en secano como melón sandía y calabaza, incluso en invierno en lugares protegidos.

«La labor con los frutales fue formidable; en Basora, en el 860, un autor dice que en el mercado había hasta 360 clases de dátiles y en un lugar del Norte de África, hacia el 1400, un autor habla de la existencia de 65 clases de uva, 36 de peras, 28 de higos y 16 de albaricoques. Cifras quizá exageradas, pero que da un buen índice del hortelano árabe.» (Pág. 543-544)

Los cítricos adquieren carta de naturaleza en ese momento, aunque las naranjas dulces llegaron a Occidente en dos momentos, en el siglo XV mediante los genoveses, y en el XVI mediante los portugueses. La palma, la vid y el olivo también requieren el interés de los tratadistas, a pesar del tabú del vino en el Islam. Al Awam menciona gran variedad de uvas. Se bebía vino en Bagdad, en Damasco y el Córdoba. Del olivo se mencionan maneras de plantarlo y de la recolección mediante vareo. La aceituna se consumía aderezada o seca, y el aceite se utilizaba sobre todo para iluminación o para higiene corporal, y vehículo de medicinas, pocas veces como condimento de cocina. Las plantas ornamentales también tuvieron importancia, en especial entre los poetas musulmanes.

Con los animales, no hubo tantos intercambios como en los cultivos. La única excepción la constituyeron los caballos árabes, que dejarían su impronta genética en todas las futuras razas europeas. Al Awam dedica a los caballos dos largos capítulos, y también a los burros, mulos y camellos, así como al vacuno. El cerdo no se menciona, pero es conocido que lo consumían los cristianos. Las ovejas aparecen en los tratados, siguiendo un régimen trashumante; los cristianos posteriores, dice Cubero «se quejaban de los ganaderos que metían sus ovejas en sus cultivos ‘al estilo de los moros’ »

En la regiones orientales del Islam señala Cubero que el búfalo tiene la consideración del buey en Europa, animal esencial en la finca. Incluye en la nómina a los pastoralistas islámicos de las estepas, que manejaban todo tipo de animales, salvo los cerdos, cuya presencia es incompatible con la higiene de las aguas. «El sistema económico es siempre el mismo: maximizar el número de cabezas, pues es lo que sirve de moneda de cambio; eso tiene el inconveniente de una erosión creciente de los recursos naturales, en particular el agua y los pastos». (Pág. 546)

El profesor Cubero se permite una reflexión sobre el deterioro contemporáneo de las estepas asiáticas y europeas por su explotación secular, y la arbitraria distribución de modernas naciones artificiales en territorios tradicionales de pastoreo. «Uno de los muchos problemas agrícolas no resueltos».

En fin, la industria que más destaca el autor es la destilación, pues las tradicionales se mantuvieron. La destilación fue fruto de trabajo de los alquimistas, que detalló con precisión Al Awam, basándose en dos figuras universales, Abulcasis y Razes. «La destilación permitió la proliferación de nuevos productos aplicables no sólo a las conservas sino a la obtención del ‘espíritu’ o el ‘sutil’, el alcohol, base de todo un mundo de aplicaciones que compitió desde entonces con el aceite en la fabricación de perfumes.» (Pág. 547)

¿Existe una cocina árabe? El profesor Cubero afirma que es una pretensión absurda, porque el «Corredor o Pasillo Árabe» tiene miles de kilómetros de longitud, y no hay nada tan local como el alimento cocinado. Nada tiene que ver un menú preparado por un musulmán malayo o chino que el de un andalusí. «Hay menos diferencias entre un cuscús magrebí y un cocido castellano que entre ellos y cualquier plato de de la cocina oriental». (Pág.547) La prohibición de consumo de alcohol, por lo que parece nunca llevada a rajatabla, privó a la población de una fuente de hidratos de carbono, que se recuperó mediante el desarrollo de la pastelería, que Cubero sí eleva a «cocina identitaria» musulmana.

Los menús elaborados que hoy conocemos en España en la época andalusí eran comunes a cristianos y a musulmanes, en forma de guisos con todo lo que se pudiera añadir a la olla, que se consumían una vez al día. Por supuesto, la mesa de los poderosos y señores eran otra cosa.

Concluye el profesor Cubero destacando lo que ningún historiador niega, que la cultura andalusí en el extremo occidental del corredor árabe tuvo una época de esplendor en todos los sentidos, desde la agricultura a la ciencia. No hay error, dice, al considerar que la España cristiana era bien consciente del valor del conocimiento agrícola de la musulmana, algo que se tradujo en publicaciones estimuladas desde el poder. Los Reinos de Aragón y de Valencia fueron los que aprovecharon mejor la herencia musulmana gracias a los moriscos.

Cierra el capítulo de la agricultura musulmana con una reflexión sobre un paulatino eclipse que sufre desde el siglo XI. La causa para el profesor Cubero, aunque no es de aceptación general, es la expansión turca. Ortodoxos y estrictos musulmanes eran un pueblo de las estepas, con habilidades militares, pero más influidos por sus costumbres nómadas, que les hacían desinteresarse de los cultivos.

El próximo capítulo en la edición de febrero incluirá la agricultura en la China medieval y en África hasta la colonización. Y de ahí pasaremos a la parte V del libro, «El final de la tradición. La gran globalización: un solo mundo»

(La fotografía de presentación muestra un cultivo de alcachofas en la Huerta de Valencia, un paisaje  que conserva unas costumbres agrícolas y elementos de hace siete siglos, cuando los musulmanes la cultivaron.)

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