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Agricultura y naturaleza Historia General de la Agricultura de J.I. Cubero Series

Historia General de la Agricultura de J. I. Cubero – 15 (China y África en el medievo europeo)

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Parte Cuarta. La Pequeña Globalización

Capítulo XV

Del libro Historia General de la Agricultura

De los pueblos nómadas a la biotecnología

del profesor Jose Ignacio Cubero

China y África

Corresponde a la segunda parte del capítulo 17 del libro. Resumen realizado por Gaspar Oliver

Empieza su repaso el profesor Cubero con un dato geoestratégico.

«En el año 751, un ejército turco-árabe destroza al chino en el río Talas, al norte de Sir Daria, en el actual Kirguistán. China, gobernada por la dinastía Tang, ve así cortada su expansión por Asia Central y las vías de acceso a la llanura indo-gangética, vías que habían permitido el paso de misioneros budistas y de viajeros y comerciantes en ambas direcciones. El budismo se enfrenta en Asia con una fuerza religiosa desconocida y pujante, el Islam, y China con un poder tan expansivo como ella misma. Se vuelca al mar y al comercio y en el primer tercio del siglo XV, en varias y sorprendentes expediciones navales alcanzará África, en cuya costa oriental llega hasta Mozambique.» (Pág. 549)

Y cuando parece, sigue Cubero, que China va a subir hacia el norte por la ruta del Atlántico, antes de que los portugueses lleguen al cabo Bojador, en el antiguo Sáhara Español, súbitamente, los emperadores deciden aislarse y encerrarse en su territorio. Más abajo puede verse un cuadro cronológico elaborado por Cubero.

Resume el autor algunas explicaciones tecnológicas para enmarcar el planteamiento agrícola, dominio del estudio. China diseñó y puso en práctica multitud de avances tecnológicos, algunos de los cuales tardaron siglos en llegar a Occidente: papel, imprenta, cerámica, hierro fundido y hasta acero, puentes colgantes, perforaciones de pozos hasta 600 metros de profundidad, atelaje equino y estribo, rueca y telar, tipos móviles e imprenta, canales de anchura y longitud asombrosas, red de graneros gigantescos, alta producción de arroz que llenaba esos graneros.

Pero el avance más desconocido en occidente es el de la ingeniería naval: desde el año 1000 construida barcos de varios mástiles que llegaban hasta el Índico, conocían la brújula, y su cartografía estaba muy adelantada a la contemporánea árabe o cristiana.

Esta superioridad naval produjo las expediciones del almirante Cheng Ho que al parecer era musulmán y eunuco. Llegó con sus inmensas naves a Sumatra, Ceilán, India, el Golfo Pérsico y puede que al Mar Rojo, y a Mozambique por la cosa africana. A su muerte, la corte, dominada por confucionistas, canceló las expediciones, que eran comerciales y lo que hoy llamaríamos culturales, pues los barcos además de miles de marineros y soldados transportaban diplomáticos y científicos. Se pregunta Cubero qué habría sucedido si en estas expediciones del primer tercio del siglo XV se hubieran encontrado con naves como las portuguesas o castellanas, que en relación a las chinas «eran esquifes».

Ricicultura y desarrollo agrícola

El arroz era alimento básico en el sur, como se ha dicho en el capítulo anterior, y para transportarlo a norte, políticamente hegemónico, se construyeron grandes canales.

«El arroz se cultivaba como un cereal más, pero en el siglo VIII se adoptó, como ya vimos, una nueva técnica: trasplante en lugar de la siembra directa e inundación controlada en lugar de depender del agua de lluvia, todo ello acompañado de instrumental (arados, azadas, etc.) adecuado a condiciones tan peculiares… El origen del nuevo procedimiento se sitúa bajo los primeros emperadores Tang, aunque bien pudo ser su difusión, y no su introducción que, como en el caso de cualquier técnica innovadora y compleja, no es una invención, sino una evolución.» (Pág. 553)

En el siglo XI se introducen variedades precoces indochinas que permiten dos y hasta tres cosechas al año, y se dobló la superficie de cultivo. Los canales para el transporte y los graneros permitieron el abastecimiento del Norte, de clima azaroso y fronteras conflictivas. China puede haber llegado a los cien millones de habitantes en el siglo XIII, más de la mitad en el Sur, el punto culminante del cultivo del arroz. El arroz fue el instrumento de la potencia china, y varió incluso el paisaje, ya que se cultivaba tanto en llano como en montañas.

Pero además del arroz hubo otros cultivos. Desde el Norte se introdujo en el Sur trigo, mijo, cáñamo y soja, en las tierras de secano de la cuenca alta del Yangtzé. Y también de la India llegó el algodón, que se cultivaba en las provincias centrales de ese río. Lo mismo ocurrió con la caña de azúcar, que se extendió al delta del Yangtzé y otras áreas costeras. El té, originario de Annam, constituyo otra de las fuentes de riqueza, convertida en bebida nacional. Además, como se consume en agua hervida, tuvo efectos higiénicos. Melocotoneros, ciruelos y cítricos dulces y multitud de plantas hortícolas nogales, avellanos, castaños, perales se difundieron por los territorios adecuados de China, de un modo paralelo a su extensión por Occidente.

«Se disponía desde antiguo de una buena cantidad de aperos (arado, azadas, rastrillos rodillos) fabricados desde el siglo V con buen hierro, y molinos movidos con rueda hidráulica. Pero sería falso decir que todo este instrumental era propiedad del campesino. Los molinos, por ejemplo, pertenecían a los poderosos (civiles y religiosos) que cobraban un canon por su uso. Las descripciones de la vida del campesino apuntan a una pequeña parcela de tierra de un centenar de metros cuadrados con azadas y rastrillos de mano como único instrumental: un buey era muy caro, un asno, no tanto, pero no barato, y sin buey, asno o búfalo el arado era un instrumento inútil. Sólo la proverbial laboriosidad china pudo hacer que se sobreviviera en estas condiciones, cuidando cada planta como si fuera un tesoro». (Págs. 554-555)

La propiedad y el comercio

Recuerda Cubero que hubo dos Chinas, una al norte, donde los campesinos debían hacer trabajos obligatorios y un pago en grano y tejidos en función del número de hombres adultos, y otra China en el Sur donde se pagaban dos impuestos anuales, uno de tejidos en verano y otro de grano en otoño, según superficie y categoría fiscal de la familia. El sistema de impuestos varió con el tiempo, y ninguno resultó satisfactorio, por la enorme variedad de situaciones, la extensión del territorio y la dificultad de las comunicaciones.

«Desde finales de la dinastía Han cuando menos, había habido grandes propiedades feudales con dominios extensos, con arrendatarios, obreros y pequeños propietarios acogidos a la protección del señor, situación como se puede ver análoga a la de la Europa feudal incluso en las fortificaciones de las grandes mansiones y en los derechos de los que viven bajo su amparo. Desde el siglo X, pero sobre todo desde el XI, la autarquía y el feudalismo dejan paso a una clase de ciudadanos absentistas que explotan sus propiedades por medio de arrendadores a los que se les suministra semilla, vivienda, aperos y animales, pero que han de pagar según baremos bien establecidos (por cada animal, por la semilla…) (Pág. 555)

El resultado es que se ensancha el abismo entre pobres y ricos, y la aparición de rebeliones campesinas. Esto no impide que las tierras se vayan concentrando en pocas manos, a pesar de los intentos en el Sur de limitar la superficie máxima de propiedad.

Destaca el autor la aparición de los primeros billetes de cambio en la historia a partir del siglo VII, como consecuencia del próspero comercio de la sal, el arroz y el té. Poco después se encuentran tiendas de cambio y comercios que emiten certificados de deposito negociables. Los primeros billetes estatales aparecen en 1024 con la dinastía Song. En principio eran regionales, pero la dinastía Yuan los convirtió en nacionales. Esta dinastía, desinteresada en la agricultura, y sólo preocupada en las obras grandiosas, como el traslado de la capital a Pequín, dice Cubero, acabó hundiéndose. Hubo un intento de protección del campo por el Gran Kan Kublai, retirando poder a los nobles, intentó organizar en el Sur comunidades de entre cincuenta y cien familias, aumentó la superficie regada, reforestó y construyó graneros estatales, pero no se ganó el favor del pueblo y sí la enemistad de los grandes propietarios nobles.

El siglo XIV trajo malas cosechas, inundaciones, hambrunas y quizá un preludio de la peste negra, que producen el cambio de dinastía, a la Ming dirigida por un campesino. Adoptó una política autoritaria para introducir reformas, que costó tiempo en ser efectiva. Pero se basaba en los intereses agrícolas. Entre 1371 y 1398 se reconstruye la agricultura. Al terminar el siglo hay más embalses, se triplica el cultivo y la tierra repoblada, se plantan millones de árboles para la industria sedera y la construcción de barcos. Todo esto para que tras al muerte del almirante Cheng Ho, China decida aislarse.

El aislamiento no elimina los problemas, indica Cubero. China, que llevaba siglos de adelanto técnico a Occidente, se encierra y se deja adelantar. La cerámica Ming es un espejismo, porque su perfección se limita a los productos caros. Las técnicas agrícolas se estancan. El autor llama a esto «el túnel del tiempo» en el que se mete China y del que sale en el siglo XX tras las guerras civiles.

En el mundo rural se vive el caos, las cargas fiscales terminan por deshacer las «familias hereditarias». Parte de la población ahora sin beneficio deriva a las ciudades en busca de trabajo, otros emigran a las colonias. Se suceden los disturbios durante los siglos XV y XVI, a veces con alianzas entre agricultores y otros sectores como los mineros. Si China no desaparece por inanición es sólo gracias a la agricultura, sentencia Cubero. Los cultivos americanos entran en China y se establecen tan bien que parecen autóctonos.

«Poco hay que decir del resto del tiempo; en el siglo XIX se asiste al desmoronamiento de la agricultura en paralelo con el del país, sin que se atine, una vez más, a encontrar una explicación clara. La deforestación aumenta, seguramente para buscar nuevas tierras en vez de intensificar la producción, cosa que tan eficazmente se había hecho en el pasado». (Pág. 558)

Finaliza el profesor Cubero con una mención a la cocina china, advirtiendo que no es realista hablar de una cocina china, pues hay varias, si bien predomina la cantonesa, del sur, rica en verduras, carnes, pescados y salsas. «En China se come de todo, pero hay productos que ni el más ‘étnico’ de los restaurantes se atrevería a ofrecer hoy en día: la carne de perro sería un plato casi normal en una carta con serpientes, escorpiones o saltamontes, gusanos de seda e insectos variados…» (Pág. 559)

Cerdo, perro y pescado es lo que consumía la clase baja. Los privilegiados contaban con el cordero (pero no el vacuno, dedicado a otros menesteres), diversas aves, crustáceos, legumbres y frutas de zonas tropicales o templadas, pasas, dátiles, condimentos y especias que se usaban para una o varias fermentaciones. Las bebidas eran el té, jugos de frutas y alcohol de arroz, siendo el vino un lujo, sin que se usara la leche y sus derivados, posiblemente por la intolerancia a la lactosa entre los orientales, sustituida por la soja.

África

Habla Cubero de la «inercia» africana, su relativo aislamiento y su baja demografía. La información, ya resumida en el capítulo 7 del libro y IV de esta serie, viene a valer, si bien en el milenio que transcurre suceden acontecimientos resumidos en el siguiente cuadro.

Las agriculturas africanas

Los contrastes medioambientales y la baja densidad de población explican el escaso desarrollo de las técnicas agrícolas africanas, que quedarían así hasta la invasión colonizadora europea. Cubero aclara que lo que va a continuación es válido hasta el siglo XIX.

El arado no penetró más abajo de una línea que une Canarias con Abisinia. Pocos animales de tracción llegaron más abajo de esa línea, así como el problema ocasionado por los suelos tropicales, muy frágiles una vez deforestados.

La cultura agrícola y del hierro la difunden los bantúes desde la curva del Níger, de la que se ha hablado también en nuestro capítulo IV. Es una difusión más que una conquista. La deforestación tiene entre otras una causa evidente, la fundición y trabajo del hierro en un continente donde no hay carbón.

«La única agricultura posible fue la itinerante, la más primitiva, sin vivienda fija, sin ganadería, sin llegar al Este, por lo que la reposición de la fertilidad era imposible. Los suelos actuales rojizos, sueltos, completamente degradados, tan típicos del continente, proceden de esa época». (Pág. 561) Sus instrumentos de trabajo fueron el palo y la azada, nunca el arado, inutilizable aunque lo hubieran conocido. El paisaje quedó configurado como lo conocemos, baobabs en la sabana y tóxicas euforbias. Los oasis del Sáhara con su estampa de palmeras, se convirtieron en escalas de las rutas, y se utilizo su agua para el riego o dar de beber a los animales de los pastores. Los cultivos deberían ser muy escasos por la falta de materia orgánica y suelos salados. «La situación social de entonces debía ser aún peor que la actual: los dominantes son los grandes señores pastoriles, trashumantes y belicosos, que hoy ‘pactan’ con agricultores que eran semi esclavos en la época considerada». (Pág. 562)

En la curva del Niger se mantuvo la economía polivalente de agricultores, pescadores y pastoralistas, con artesanos y activo comercio norte-sur. Seguramente debido al cambio climático, explica Cubero, la población disminuyó drásticamente entre los siglos XII y XIV. Una región autosuficiente fue la isla de Ukara, en el lago Victoria, y lo sigue siendo. Allí se mantuvo la fertilidad del suelo. En la región etíope continuó una agricultura integral con cultivos autónomos, mediterráneos en las altura entre 1.500 y 2.000 metros, y tropicales a nivel del mar.

El cultivo del plátano creó un ancho cinturón desde Mozambique y la costa de Kenya hasta el golfo de Guinea. Un auténtico maná, productivo y alimenticio, fácil de cosechar y de reproducir sin mucho trabajo. El alimento fundamental en la zona del Golfo de Guinea era el ñame, y su pobreza proteínica se compensaba con pesca o caza. Sorgo, mijo y leguminosas habían sido domesticados a lo largo y ancho de la sabana, donde habían llegado por la Ruta Sabea.

El sur de Arabia producía pimienta, y era ruta de tránsito de canela y clavo del sudeste asiático, controlado ese comercio por los árabes desde el establecimiento del Islam en la zona, que hacían llegar la mercancía por el Nilo hasta el Mediterráneo.

Los dos estimulantes africanos han sido la cola y el café. La cola se conseguía en el Golfo de Guinea y se exportaba hacia Mauritania, aunque nunca llegó al Mediterráneo, al contrario que el café, producido en la costa oriental, y que sí alcanzó el mar. Se masticaban las hojas, al igual que la coca en América, y es posible que se hicieran infusiones, pero el gran éxito fue el grano tostado, posible innovación de los árabes de la península, donde la sequedad del clima impedía la conservación de las hojas, y sí del grano elaborado. Los turcos adoptaron la infusión como bebida propia, difundiéndola por todo su imperio y luego por Europa, tras el sitio de Viena. Anota una curiosidad Cubero: el cruasán lo inventó un pastelero vienés para conmemorar el fin del asedio, con un bollo en forma de media luna.

Se admira el autor del ganado en África, continente con una gran variedad de animales pero que adopto la domesticación del Próximo Oriente. El enemigo principal fue la mosca tsé-tsé. En las praderas en torno a los Grandes Lagos, los bantúes encontraron pueblos pastoralistas y desarrollaron su propia ganadería, vacuno, cabra y luego cebú importado de Asia. El ganado fue el «capital» de los pastoralistas, su moneda, aunque el abuso de su número resultó en la esquilmación del suelo. Debieron ser los constructores del Gran Zimbabwe en la región del Limpopo. Cuando se descubrió no se creía que fuera obra africana. Se desarrollo entre los siglos IV y XIV y cuando los portugueses llegaron a la zona, ya era una ruina. El pastoreo fue un sistema poco sostenible, debida a la sobre explotación y a la erosión de los recursos. «También debió de influir el comercio árabe en la costa de Kenia y Zanzíbar desde el siglo XIV, comercio basado principalmente en esclavos y oro que debió hacer aún más insostenible la sociedad ganadera del Gran Zimbawe». (Pág. 564)

Menciona el autor otros pueblos ganaderos como los masai, al norte de Kenia y las tribus trashumantes del Sahel, especializados en la oveja, pero también en el camello. El cerdo en cambio no se difundió, porque no es animal de secarrales ni de grandes trashumancias, y porque allá donde dominó el Islam, fue proscrito. La gallina debió ser conocida en toda África, pues la comieron los hombres de Vasco de Gama en Mozambique, pero no se la reconoció ni como ganado menor.

La economía africana

Un núcleo interno y otro externo tuvo la economía africana del periodo tratado, según el profesor Cubero. En el interno contaron los cultivos, el ganado, el hierro, la sal y los esclavos. En el externo figuran el oro, el marfil y de nuevo, los esclavos. El comercio se hizo entre poblaciones vecinas, aunque se han encontrado cuentas de cristal de la India en el norte del Kalahari.

A Egipto llegaban de Sudán oro, huevos, plumas de avestruz y maderas preciosas. Y desde el siglo X hay productos africanos en China, que también exportó cerámica al Gran Zimbabwe. Las minas de sal del norte de Nigeria, Mali y Mauritania exportaban grandes lajas de sal hacia el golfo de Guinea, intercambiada por esclavos, oro y marfil. El oro no fue metal apreciado por los africanos, y el continente negro constituyó la fuente de este metal entre los siglos XIII y XVII. Los esclavos africanos se «exportaron» a América desde su descubrimiento y a Arabia, la India y el imperio turco por los árabes. «Se ha llegado a decir que entre el 30 y el 60 por ciento de todos los africanos ha sido esclavos, y no es extraño pues la institución ha tenido arraigo en todos los continentes y en todas las épocas. No siempre la situación del esclavo era indeseable: podía integrarse en la familia como entre los tuaregs y otras tribus. Los portugueses, en la costa occidental a finales del siglo XV, no hicieron más que seguir un comercio universalmente establecido: llevaban armas, cuentas, caballos y paños, los cambiaban por oro en la Costa del Oro y, poco más adelante, por esclavos en la Costa de este nombre. Nadie puede tirar la primera piedra.» (Pág. 566)

Resume el autor lo dicho en este capítulo en el concepto de «pequeña globalización». Desde la expansión árabe hasta el descubrimiento de América y la llegada de los portugueses a la India rodeando África tiene lugar la gran expansión china, con un inexplicable encapsulamiento en la segunda mitad del siglo XV. No puede evitar una apreciación interesante sobre la expansión árabe, que se detiene en Poitiers, no tanto por la oposición de los francos, como porque al trasladarse el califato de Damasco a Bagdad, el interés islámico se posa en oriente. Y añade que el destino de Europa pudo haber sido distinto tras la derrota de rusos, polacos, húngaros y alemanes a manos de los mongoles, si estos no hubieran debido entretenerse en la elección de un nuevo Gran Kan.

Europa sobrevive por suerte o por milagro, pero absorbe cultura y crea cultura y técnica que terminarán dándole la hegemonía. «El nexo común de todo este largo capítulo es originariamente árabe, en todo caso ‘musulmán’, pues es la fulgurante expansión de la nueva religión la que pone en contacto firme, constante y duradero todas las partes del Viejo Mundo.» (Pág. 567) El Viejo Mundo es ahora global.

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