La democracia fluctuante
Compartir

Los sistemas de gobierno del planeta se están volviendo inestables. Esto, que es una majadería retórica, lo es menos en los países que se autoadscriben a la democracia parlamentaria y a las libertades púbicas. ¿Está en peligro la democracia realmente existente?
Gaspar Oliver entrevista a Fernando Bellón
Hay historiadores del siglo XX que explican el triunfo del nazismo en Alemania y del fascismo en Italia y su influencia en otros países del centro y el sur de Europa de un modo indebido.
Lo atribuyen a la pérdida del peso político de las clases medias, dañadas por las crisis económicas y políticas del primer tercio del siglo pasado. Fueron estas masas las que votaron a Hitler y apoyaron a Mussolini, aseguran. También dicen que las masas obreras siempre votaron, mientras les dejaron, a los partidos comunistas y socialistas.
Las circunstancias, sin embargo, fueron mucho más complejas, y no vamos a entrar en ellas.
Otro de los razonamientos de historiadores populares es que el escenario político presente se parece cada vez más al de hace un siglo.
En otras palabras, la democracia está en peligro.
El editor de esta revista, Fernando Bellón, ha sostenido en varios artículos que el escenario real de nuestros días es el ocaso de la democracia como sistema de gobierno. Añade, quizá para no cogerse los dedos, que ignora cómo va a evolucionar o a revolucionar ese sistema hoy en crisis.
Esa visión, que algunos califican de imprecisa y pesimista sólo afecta a los países democráticos hoy existentes, que vienen a ser los de Europa Occidental, incluidas sus islas, parte de la Europa Central, los países norteamericanos y, depende cual y en qué medida, los países iberoamericanos. Se suele incluir a Australia, a Nueva Zelanda y al Japón. El resto de países no tienen necesidad de democracia para encadenar las crisis.
¿El resto de los países, aunque tengan parlamento y realicen votaciones periódicas, no son democráticos?
Es la primera pregunta que hacemos a Fernando Bellón.
Fernando Bellón.- La respuesta es: no puede contestarse mientras no sepamos qué entendemos por “democracia”. Necesitamos una definición de “democracia”.
Gaspar Oliver.- ¿Cual es la tuya?
F.B.- Que no hay una sola definición, sino varias. No existe ningún modelo fijo y replicable de democracia. El fundamentalismo democrático es un concepto tan inútil y vago en la práctica como el verdadero color azul. Pero se usa como regla definitoria.
Los regímenes dictatoriales del siglo pasado en Europa se decían democráticos. En España, los politólogos del franquismo hablaban de “Democracia Orgánica”, queriendo decir que el cuerpo social constituido por las familias elegía sus representantes. En Portugal, el Estado Nuevo tenía propiedades similares. Había elecciones a cámaras representativas. Había crisis de gobierno…
G.O.– La Unión Soviética y sus repúblicas federadas o confederadas, según quiera mirarse, también tenía parlamentos, así como luego los llamados “países satélites”, que antes de ser comunistas tuvieron una experiencia “democrática”.
F.B.– Fíjate que el comunismo, que se impone antes que el fascismo y el nazismo, es el argumento que emplean ciertos historiadores para contrastarlo con el estos. Y dicen que el comunismo y el nazismo son los extremos del arco político moderno. Dan por sentado que en algún momento del siglo XX se establece ese arco político moderno. No explican cómo ni quién lo establece, porque es imposible. Tan imposible como hallar o señalar sin lugar a dudas el eslabón entre el antropoide y el ser humano.
G.O.– Se me ocurre que es la trampa en la que se cae al oponer evolución a revolución. La naturaleza y sus criaturas evolucionan, se transforman, aunque no sepamos cómo ni cuándo. Lo dijo Darwin y sanseacabó. Y a la vez, se observan en la historia humana las revoluciones que transforman la sociedad. Esta transformación es también una falacia.
F.B.– Ahí le has dao, como dice una amiga mía. La construcción social del bolchevismo se basa en experiencias pasadas recientes y en la mano de hierro de quienes las imponen. Los revolucionarios proletarios tuvieron un siglo para aprender y experimentar. La revolución política, la que sea, no cambia nada de repente. Si lo hiciera de verdad, no habría ya más revoluciones, ¿para qué?
Los políticos “revolucionarios” emplean la mano de hierro, porque saben que nada se cambia de golpe, y creen que el nuevo hábito implacable transformará a la larga a los seres humanos, a la sociedad en general. Era una falacia desde el primer momento, la mentira del hombre nuevo, del hombre sencillo que no tiene que preocuparse por nada, porque el estado se lo dará todo gratis. El caldo de cultivo del bolchevismo era la clase obrera, el del nazismo, la raza aria. En ambos casos son dos conceptos imprecisos o inexistentes, como se ha acabado viendo con el paso de los años.
G.O.- Es lícito pensar que la primera revolución que inaugura las turbulencias sociales en la historia es la Francesa, que fue un estrepitoso fracaso tras un baño de sangre. En dos décadas regresó el Antiguo Régimen, que fue evolucionando hasta convertirse en monarquía parlamentaria o en república de voto censitario o restringido. Así que ¿evolución o revolución? Te pregunto ahora ¿por qué está en peligro o en decadencia el sistema democrático que llamaríamos convencional?
F.B.- Por la misma razón que se gastan las herramientas o las máquinas, y hay que sustituirlas por otras, por el uso, que con frecuencia es mal uso por falta de experiencia o de sentido común. Los fundamentalistas democráticos sólo contemplan una herramienta de material imperecedero, la democracia pura y virgen, niegan que se desgaste, algo que ni los niños esperarían de un juguete.
G.O.– Entonces, quienes critican el torcimiento de la democracia realmente existente y solicitan una intervención política para enderezarla, no son populistas, evidentemente.
F.B.– Evidentemente. Hablar de enderezar la democracia queda muy bien, nos situamos en el marco de la evolución frente a las fracasadas revoluciones. Y hablar de sustituir la democracia por otro sistema queda muy mal, porque presupone que hay formas de gobierno no democráticas, y esto da miedo a los políticos acostumbrados a vivir del cuento, que es el parlamentarismo.
Sin embargo, sea lo que sea el futuro político, hay que considerar todas las posibilidades, no excluir nada, mientras no se atente contra las libertades públicas.
G.O.- ¿Es eso posible, libertad sin democracia?
F.B.- Vamos a dejar eso para luego. El populismo es un concepto creado por el fundamentalismo democrático. En España los socialistas y sus socios han conseguido imponer su verdad en la sociedad: ellos la poseen en exclusiva, quien les discuta es un fascista. Lo chocante es que ha funcionado. La democracia es propiedad de la supuesta izquierda. Muchos de mis amigos son “de izquierdas”, o eso se creen ellos. Y van tan contentos por la vida porque sienten que poseen la razón. No se enteran de casi nada. A esos sí les va a caer una “revolución” encima y les va a dejar molidos.
En el resto de la Europa democrática, de la América democrática y la Oceanía democrática el dualismo Paraíso / Infierno adquiere diferentes formas, pero refleja el mismo panorama. He aquí la paradoja, los poseedores de la verdad, la izquierda, los progresistas, los “tipos guay” son unos reaccionarios conservadores de tomo y lomo.
G.O. – Hay algo que me gustaría que aclararas, porque confunde a tus amigos. Al criticar y condenar el modelo democrático en uso…
F.B. -Hombre, condenar, condenar, tampoco es. Digo que es inviable, que no es lo mismo.
G.O. – No es lo mismo, de acuerdo. Pero la impresión que dan tus artículos sobre la democracia realmente existente es que esperas la irrupción de un salvador de la patria.
F.B. – Bueno, eso es cosa de quienes lo interpretan así. Además, no es excluible, dado el callejón sin salida al que ha conducido la izquierda y su exclusiva verdad a la población. La democracia parlamentaria de los países que se creen y se dicen democráticos de verdad es papel mojado; eso, aquí en España y en los demás. Quienes gobiernan en los estados y en la Unión Europea, por ejemplo, son individuos a quienes nadie ha elegido. Quiero decir que el voto para la representación parlamentaria es una farsa, porque no garantiza ninguna reforma, renovación o evolución. Los unos suceden a los otros y no varía nada. Lo que pasa es que en España, por razones todavía difíciles de explicar y de entender, se ha hecho con el gobierno un tipo excepcionalmente hábil y amoral, y se ha rodeado de personas como él, pero de muy inferior categoría, y ha prescindido del parlamento sin pestañear.
G.O. – En España lo tenemos mas crudo que en Alemania, en Francia o en Inglaterra.
F.B. – Eso es. Por eso tenemos más probabilidades de encabezar un “proceso revolucionario” que dé al traste con muchas rutinas políticas en Europa. Aunque el tema más grave es el de la libertad.
G.O. – Hay quien afirma que no hay democracia sin libertad.
F. B. – O al revés, con libertad puede no haber democracia. Es el caso del España de Sánchez y de la Unión Europea como institución. En las democracias parlamentarias al uso, el ciudadano tiene libertad para votar a quien se presente dentro del esquema político vigente. Pero, esa libertad, ¿de qué le sirve? El representante no le representa a él, sino al partido gobernante o en la oposición, no cuenta con él más que para pedirle la papeleta. En las democracias al uso el ciudadano puede expresarse libremente en la calle y en los medios. Y si no tiene acceso a los medios, tiene las redes sociales, tiene internet. ¿De qué le sirve? El uso de las redes sociales puede dar más dolores de cabeza que satisfacciones, puede confundirnos, atontarnos, si no somos muy selectivos. Y por último, en las democracias al uso, el ciudadano es libre de reunirse, asociarse, manifestarse, acatando las normas vigentes.
La libertad es algo antiguo, muy viejo, que se manifiesta en Grecia y arraiga en la cultura y en la política europea y luego americana (de toda América, no sólo la de los gringos). Todas las culturas han apreciado la libertad, sobre todo las occidentales en las que la persona tiene un valor moral superior al de la multitud, al de la masa.
G.O. – Es decir, que la libertad del individuo no se perderá en los futuros posibles sistemas políticos. En otras palabras, si la libertad deja de servir, si se convierte en una bonita palabra, se nos acaba el futuro.
F.B. – En el momento en el que la libertad desaparezca por la razón que sea, por la fuerza o por inercia, los seres humanos dejarán de serlo. Los enemigos de la libertad hoy no son los comunistas ni los nazis, son aquellos que se han inventado la Agenda 2030, el “poder oscuro”. Si entras en la página que la ONU dedica a la Agenda 2030, descubrirás lo difícil que resulta oponerse a los objetivos propuestos: fin de la pobreza, de las desigualdades, del hambre, salud y educación de calidad, agua limpia, trabajo asequible, trabajo decente… Todo muy bien. Pero, eso, cómo se consigue, nadie lo explica, no se conocen programas, compromisos, acciones, acuerdos. La Agenda 2030 es el caramelo que se nos enseña para conducirnos al abismo. Cada día estamos más cerca de él.
G.O. – ¿Eres optimista o pesimista?
F.B. – Intento ser un observador activo. Pero las fuerzas aliadas en esta carrera hacia la mentira y la nada tienen casi todas las sartenes por el mango. Hoy en día vivimos en el mejor de los mundos posibles, y eso nos hace descuidar eventualidades catastróficas. Un apagón como el del lunes 28 de abril en España pudo arreglarse en doce horas. Pero lo cierto es que vivimos a espaldas de los hechos excepcionales, los occidentales nos encontramos en un nicho solo protegido por zarandajas ideológicas, me refiero a la gaseosa sostenibilidad, a la religión del cambio climático. Pero estamos inermes ante cosas tan sencillas como que falle la luz, o que se desmoronen puentes por un terremoto, que alguien ponga una bomba en el Parlamento Europeo, que vuelva a diluviar en una zona muy poblada, que fallen los trenes… O que en Europa la supuesta “extrema derecha” empiece a ganar elecciones antes de que la ilegalicen. O lo contrario, que se llene de políticos tan ambiciosos y amorales como nuestro presidente de gobierno.
G.O. – ¿Y no pueden ser esas “fuerzas oscuras” las responsables de esos fallos o crisis como la pandemia? ¿No pueden estar haciendo pruebas con los seres humanos para comprobar la resistencia de los ciudadanos afortunados de vivir bien?
F. B.- Pues, ¿qué quieres que te diga? Quieren acostumbrarnos a vivir sin libertad. Así que no descarto ese temor.