Tragando plomo fundido
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Hemos realizado mi mujer y yo un viaje de seis horas en coche de Sevilla a Valencia. Sin incidencias. Sin problemas. Paramos a comer en una gasolinera, pero estaba cerrada.
Había bastantes coches y sobre todo motos (procedentes de Jerez), y la gente se buscaba rincones para orinar, porque los empleados de la gasolinera habían huido, o daba esa impresión.
Fernando Bellón
Poco antes de la una, pusimos una radio nacional por la inercia de conocer las novedades del día. La noticia era el Gran Apagón. Al principio nos lo tomamos a broma. Enseguida comprendimos que la cosa era seria. Los locutores entonaban las noticias con voz de alarma: Transportes a base de energía eléctrica parados, Caos en las ciudades porque los semáforos no funcionaban, Desesperación de padres que corrían vanamente (la circulación era intensa) a recoger a sus retoños, Desesperación de quienes habían cogido un tren por la mañana para desplazarse a otra ciudad con el propósito de volver a casa. Caos. Caos.
No había llegado el caos a la A 43 de Valencia a Badajoz (cuando la acaben de construir), no percibíamos nada. Mantuvimos un rato la radio informativa, que en todas las emisoras se había transformado en un loro de verdad, porque no repetía otra cosa que Caos, Caos, Tranquilidad, Calma, No llamen al teléfono de emergencia, Los hospitales funcionan gracias a los equipos de repuesto eléctrico. Caos. Cuidado. No salgan a la calle. No se muevan de casa. No sabemos qué pasa ni porqué…. Así desde la una a las seis y media.
Entramos en Valencia como cualquier tarde, tráfico ni siquiera denso, normal. Pero en la radio se empeñaban en que el acceso a las grandes ciudades era caótico. Programas especiales en todas las radios. Nada de televisión porque no debe haber muchos aparatos de televisión a pilas.
Ahora son las ocho y media y las radios no paran de hablar como loros. No me atrevo a encender la televisión, que en Valencia podemos hacerlo gracias a … ¿a quién?, porque el asedio al sentido común, a la paciencia y a la tranquilidad ha adquirido dimensiones de serie de ciencia ficción.
¡Me alegro tanto de ser un periodista jubilado, o sea sin la obligación de tener que decir exactamente lo mismo que repiten como loros todos los periodistas en todas las emisoras y medios de comunicación!
¡Menudo periodismo! Leñe, si no tienes nada nuevo que decir, no digas nada. Pues, no. Dale con el programa especial, dale con canutazos a ciudadanos ignorantes e indefensos que no pueden decir nada, porque no ven nada extraordinario a su alrededor. No tenemos ni idea, ni zorra idea. Leñe, pues lo decimos una vez y se acabó. ¡Que no! Horas y horas de un programa especial que es un disco rallado.
Es que hay que tranquilizar a la población. ¡Vaya usted a hacer puñetas, hombre! La población está tan tranquila mientras no la acosen con dosis simultáneas de Caos y Tranquilidad.
Y al final, aparece Pedro Sánchez con una hora de retraso respecto a lo anunciado, y dice exactamente lo mismo que aquello que los pobres locutores y reporteros de las radios vienen diciendo desde las doce y media: No sabemos qué ha pasado, ni por porqué, ni cómo vamos a arreglarlo, pero vamos a arreglarlo. ¿Quién lo va a arreglar, figura, tú? Tranquilidad. ¡A tragar plomo fundido!
¿Y qué dicen los expertos? A alguno he oído, y lo hacía con bastante precisión y un lenguaje casi accesible. Pues, leñe, que hablen los expertos si es que tienen algo que decir. Ya está.
La Macarena, la Virgen del Rocío y la Mare de Déu dels Desamparats nos libren de un problema gordo, pero gordo de verdad, otra riada imprevisible, un terremoto, un incendio pavoroso, o cosas peores. En esas circunstancias indeseables más vale apagar la radio y la televisión, irse a la playa a pasear, o al Retiro o al Parque de Maria Luisa, y aislarse del los loros del mundo, pobrecitos colegas míos, jóvenes con ganas de dar información, y obligados a no salirse de la rayadura del disco. Dios les perdone.
Post Scriptum a las 10 de la mañana del día después
Ha amanecido nublado en Valencia. La normalidad impera en lo visible y en lo relatado por la radio. Merece la pena entretenerse un poco en lo dicho anteriormente y en lo recibido en la radio. Sigue sin saberse (¿de verdad?) por qué se produjo el apagón. Pero se conocen mejor las consecuencias y efectos en la población. Domina en los medios, como ayer, la cháchara especulativa.
Empiezan a iluminarse los datos por encima de la catástrofe o la indiferencia. En realidad la novedad es poco novedad, sólo las cifras. ¿Cuántas personas se han quedado tiradas en un escenario penoso? ¿Cuántas han dormido fuera de casa a consecuencia del apagón? ¿Cuántas personas siguen sin luz? ¿A qué hora se ha reanudado el transporte público urbano e interurbano en las ciudades? ¿Ha habido víctimas relacionadas con el apagón? ¿Qué daños ha ocasionado en la industria, en el comercio, en el funcionamiento de los aparatos sociales?
Todo esto es información. Lo demás son especulaciones o cháchara. La información irá apareciendo, será un goteo que durará días. Me temo que las emisoras de radio y de televisión lo transformarán en un chorreo de bobadas. Es natural. Los medios están concebidos para entretener no para informar. Eso de la “excelente cobertura” de la que presumen es una soberana tontería. Los ciudadanos no somos idiotas, ni ahora ni hace mil años. Pero los medios y los poderes nos tratan como niños mimados a los que hay que contener las rabietas. Visto de otra manera, los poderes (y la prensa es el cuarto) se esfuerzan en aborregarnos, para convertir el pensamiento analítico en sumisión y balidos.
Me hago eco de algunas anécdotas significativas. Las personas y familias que se quedaron varadas en la estación de Atocha de Madrid y tuvieron que pasar la noche allí recibieron visitas de algunos vecinos de la zona con alimentos e invitaciones a dormir en sus casa, en especial los niños. Lo ha contado en una radio una madre de familia gerundense. También llegaron agentes de Protección Civil con mantas, agua y creo que bocadillos. En curioso contraste (estimo que es una mera casualidad sin significación ninguna) un grupo de abuelos que viajaban del centro de España a Gerona en tren fueron recatados, llevados a Zaragoza y al final (no hay detalles) terminaron en la estación de Sans. Allí pasaron la noche sin la menor asistencia (según la radio); en palabras gruesas, no les dieron ni agua.
La buena y lógica noticia: no ha habido motines, no ha habido rapiñas, no ha habido asaltos en la noche oscura. Es que un apagón puede ser una buena excusa para un guión de teleserie, pero en una sociedad sorprendentemente equilibrada como la española pasa sin incidencias melodramáticas, que acaso sean corrientes en sociedades anglosajonas neurotizadas, no sé, aunque lo más probable es que tampoco sea habitual.
Otras anécdotas recogidas de las redes. No hay duda de que ha sido un ciberataque, pero no se atreven a reconocerlo por causas indescifrables. Entre bastantes testimonios que se emiten como ciertos (¡a saber!), están los de un testigo de un tren que salió de Madrid en dirección a Murcia, y se quedó varado en medio de la nada. Los pasajeros tuvieron que salir a la vía, andar kilómetro y medio con el equipaje hasta un apeadero próximo, y esperar a que les recogieran. La primera persona en salir disparada en un Úber fue cierta ministra del gobierno, que viajaba en el convoy. El tiempo confirmará o desmentirá este supuesto.
Pero aparecerán más que nos pasmarán a muchos.
A los ciudadanos de a pie sólo nos queda la religión, encomendarnos a nuestra Virgen favorita, y pedirle a nuestro Dios favorito que nos libre pronto de los poderes que nos atosigan. Siendo esto imposible, todos nos volvemos ateos.
Las anécdotas son la estructura básica de la red informativa, de la formal y de la informal. Distingo dos tipos de anécdotas: las intrascendentes como la vida misma, y las significativas. Estas últimas son las que permiten formarse una idea de lo que ha acontecido.