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Bitácora y apuntes

La religiosidad española

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Citar a Pío Moa sin incriminarlo o vilipendiarlo es poco común, aunque cada día su sagacidad y talento van siendo menos ignorados.

Acaba de publicar un nuevo libro de historia: Hegemonía española (1475-1640) y Comienzo de la Era Europea (1492-1945) Ediciones Encuentro S.A. El texto que sigue es una reseña realizada por él mismo, en torno al tema mencionado en el título. La calidad de Moa como historiador está atestiguada en sus libros sobre la República Española y la Guerra Civil que acabó con ella. Moa se sumergió en todas las fuentes a su alcance, y realizó con ese ingente material un estudio que contradecía los que se publicaron después de la Transición. Esto le ha costado el ostracismo académico y de la izquierda indefinida; pero también de otras perspectivas a quienes turba la realidad que esconde la pedagogía políticamente correcta. La tarea de Pío Moa desde ese periodo suyo ha sido la de convertirse en un excelente divulgador de la historia de España y de Europa, con una prosa asequible, lúcida y limpia. No todas sus consideraciones han de ser compartidas, pero antes de condenarle, hay que leerle. Esta es su página personal: https://www.piomoa.es/?p=18548

Un artículo de Pío Moa

Lo que más sorprende de la época de hegemonía española es el contraste entre la inmensidad de cosas que hicieron entonces los españoles, y su decadencia posterior y más acentuada a cada siglo. El propio Julián Marías, que ensalza la primera época, considera  luego modélica la de Carlos III. En realidad, la época de Carlos III fue mediocre, y la expulsión de los jesuitas ocasionó un duro golpe a la cultura española, a la formación de élites.

La gran época de España (XVI-XVII) ha sufrido los embates denigratorios  sucesivos de los borbones –una dinastía impuesta precisamente por el mayor y más tenaz enemigo que había tenido España después de los otomanos (y aliado con estos)–; y de la ideología inglesa, hasta volverla opaca a los mismos españoles que la defendían. Ejemplo máximamente revelador es la semiceguera  ante el  alcance histórico sin parangón  de las empresas y exploraciones  navales españolas, aceptando una imaginaria superioridad del historial inglés, del que tradicionalmente se han recordado como hechos supuestamente definitorios la “invencible” y Trafalgar. Estas actitudes no solo venían de los fervorosos adoradores del trasero de Inglaterra o de Francia, sino de quienes los criticaban, pero un tanto acomplejados e insuficientes.

En la sarta de disparates que es la, por lo demás tan influyente, España invertebrada, de Ortega, hay un punto en que acierta bastante: la escasez  o casi inexistencia de “minorías selectas” o élites. Lo que ocurre es que ese fenómeno dista de ser connatural a la historia hispana como él suponía, sino que  ya toma fuerza con los Borbones y se acentúa al máximo desde la invasión napoleónica.

Sería un error culpar de tal hecho directamente a los borbones o a la influencia inglesa. Creo que el fallo se encuentra en el declive de la institución universitaria, que  va percibiéndose ya desde la segunda década  del siglo XVII. La universidad ha sido en la cultura europea el mayor venero de aquellas “minorías selectas” cuya escasez o ausencia lamentaba Ortega, y que hoy se hace notar tan agudamente. Más que minorías selectas, predominan actualmente los grupillos de pícaros con poder.

La decadencia se percibe muy bien en la religiosidad. En el siglo XVI, la Iglesia española es capaz de crear órdenes como los carmelitas descalzos, los jerónimos y sobre todo los jesuitas, o de evangelizar  América y Filipinas. Aparte de su influjo artístico o literario como la poesía mística, es capaz de oponerse intelectualmente  a las interpretaciones luteranas y calvinistas,  con éxito culminado en Trento, el concilio doctrinalmente más importante del cristianismo desde el primero de Nicea  Después, la religiosidad se vuelve más ritualista y formalista, más beata y supersticiosa, y la decadencia en conjunto podemos verla comparando Trento con el Vaticano II, en el que la participación de la Iglesia española fue insignificante.  Y que marcó el comienzo de la traición eclesiástica hacia quienes habían salvado a la Iglesia del exterminio. La diferencia es sin duda enorme.

Es muy difícil predecir si estas miserias tendrán arreglo o no, el futuro dirá. Pero si no empezamos por constatarlas, no habrá remedio posible.

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