Lenin se detuvo en Málaga a capitular otra vez y pedir disculpas
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Una conjunción astral de proporciones casi inverosímiles se ha concentrado sobre España, y no tardará en arrojar un diluvio destructivo imposible de prever por ninguna agencia estatal ni gobierno instituido. Y en medio de este huracán, Fernando Bellón presenta “La rendición de Lenin”, una novela sobre otra conjunción astral de cuyas consecuencias todavía no nos hemos librado. ¡Qué osadía!
Fernando Bellón
Málaga es ciudad con encanto y con un montón de librerías repletas de volúmenes. En una de ellas, posiblemente la que más volúmenes almacene, Librería Proteo, presentamos “La rendición de Lenin” el jueves, 21 de noviembre.
Málaga, además de bastantes librerías, tiene una actividad cultural endemoniada. La competencia es fuerte, y a casi todos los actos asisten grupos de ciudadanos ávidos de bañarse en letras.
Y sin embargo “La rendición de Lenin” convocó a un número apreciable de amigos y curiosos, que también compraron libros.
Así que la cosa fue un éxito en ese mar mediterráneo de eventos malagueños.
Los promotores de la presentación fueron Andrés Arenas y Enrique Girón, amigos entrañables, que presentaron el acto con rigor y generosidad hacia el autor. Ambos son conocidos en las páginas de esta revista, profesores, lingüistas y traductores del fecundo y proceloso idioma inglés. Presionando aquí se traslada el lector a una grabación de YouTube de la presentación, en donde conocerá la frescura del acto.
Que el autor de una novela autopublicada la presente en público es un acto más desesperado que eficaz. Al recorrer los cuatro pisos de la librería Proteo uno ve estanterías repletas de libros de las especies más variadas que pueda imaginarse, y en los recovecos montones de cajas con más libros. Se pregunta uno si un curioso lector que entre en el local en busca de una publicación concreta o por mera distracción del espíritu se fijará en su novela. Esto es tan azaroso y difícil como que te caiga un meteorito en la cabeza. Y sin embargo, unos y otros publicamos libros y hasta logramos venderlos. Me refiero a libros de papel, porque los otros no son libros sino fantasmas digitales.
Además de la vanidad de tener en las manos algo sólido producido por uno mismo, uno siempre confía en que le toque la lotería, y alguien con autoridad cultural diga en público que es una buena novela. Para ampliar las probabilidades, compramos en una administración de la calle Larios varios décimos de Navidad.
Lo más emotivo de la presentación, sin embargo, fueron sus prolegómenos y sus derivaciones. Nos dimos la satisfacción y la alegría de compartir largos ratos con Andrés, Enrique e Isidro entre otros, venerables abuelitos todos, que coincidimos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense en los años grises, no porque lo fueran, que fueron luminosos y feraces, sino porque los jinetes grises descargaban sus vergajos sobre las espaldas de los estudiantes que se concentraban con revoltosa ingenuidad en la explanada de los comedores universitarios frente a Medicina, o en el erial del Paraninfo.
Con casi toda la vida a nuestras espaldas, las sobremesas se hacen jubilosas, descojonantes.
Peregrinamos por los vericuetos hosteleros y gastronómicos de Málaga, disfrazados o confundidos de turistas.
Málaga, el turismo y la cultura
Añado a esta crónica unas palabras sobre el fenómeno turístico en una ciudad que lleva más de dos siglos atrayendo visitantes, sobre todo anglosajones.
En Málaga un español, Manuel Agustín Heredia, fundó la primera siderúrgica de España en 1833. La exportación de vino, sobre todo dulce y de pasas, atrajo a la ciudad a inversores británicos que acabaron estableciéndose en ella. En el siglo XX llegaron a Málaga peregrinos y pacifistas ingleses como Gerald Brennan, y otros que Andrés Arenas y Enrique Girón han estudiado y traducido, hombres y mujeres, de las que queda constancia en esta revista.
Hoy el turismo es la mayor industria de Málaga y alrededores. Hasta hace poco era la llamada Costa del Sol la que protagonizaba el negocio. Hoy los cruceros, el AVE y los transportes aéreos descargan miles de turistas en pocas horas, que cada día se renuevan. Las calles céntricas son un bullicio constante, sólo suspendido en la madrugada, de hormiguitas de todas las naciones. En estos días pasados allí hemos visto el dominio de los italianos, luego los ingleses, luego los franceses, y también alemanes. Son testimonios recogidos mediante las orejas. Desde los innumerables bares, tascas, restaurantes, pubs, y tiendas de regalos, se acercan a ti personas invitándote en inglés a que visites sus comercios.
Calculo que la proporción de extranjeros de visita y españoles residentes o turistas debe estar muy igualada, e incluso con predominio de los extranjeros. Y esto en un área muy chica de la ciudad: entre el puerto, la falda de la Alcazaba, la plaza de la Merced, la calle Refino y otras que empalman con ella hasta la rambla del Guadalmedina. En el mismo cogollo de este área las calles son una sucesión de negocios hosteleros, gastronómicos, de baratijas turísticas, y unas pocas tiendas de ropa, bolsos, zapatos y cosas así, destinadas a los visitantes.
Este panorama, que horroriza en casi todas partes, (por ejemplo Valencia) no me ha molestado en Málaga. Lejos de la homogeneidad vulgar y la falta de imaginación y gusto de la mayoría de las zonas turísticas de España y del extranjero, las fachadas y anzuelos turísticos de Málaga son muy variados, y tienen la marca de identidad de la ciudad y de la tierra andaluza (resulta idiota ver en Valencia o en Toledo, muñequitas con faralaes). Se me ocurre pensar que la cultura que acumula Andalucía, y Málaga especialmente, es desbordante y prodigiosa, y resulta inútil de disfrazarla con apariencias estándar.
Hay personas para quienes el turismo es un maldición (yo a veces lo maldigo, siendo turista). Invito a una distopía. Imagine el lector que una tarde invadida por torrentes de turistas sobreviene un fenómeno inexplicable, y los que no sean residentes en una ciudad se borran de ella. Las calles quedarían vacías. ¡Qué tristeza! ¡Qué ruina para miles de familias que viven del turismo!
Dejemos que el sentido común y la previsión de las gentes actúe antes de que el turismo nos envuelva como una bolsa de plástico asfixiante. Yo tengo confianza en eso, no en los políticos y en los académicos que se escandalizan hipócritamente.
¿Fue Málaga tartesia?
Los antiguos griegos usaban la palabra Tártēssos para hacer referencia a la que —creían— era la civilización más antigua de Occidente. Pronto Tartessos se convertiría en un mito a menudo ligado a la Atlántida y esta mitificación le daría esplendor épico, pero borraría las huellas de su rigor histórico.
Con estas palabras se anuncia el documental “Tierra de Atlantes” de José Antonio Hergueta.
Para despedirnos noblemente de Málaga, fuimos a ver este documental en una de las pocas salas de cine que quedan en Málaga, ciudad de festivales.
Tierra de Atlantes muestra cómo recientes descubrimientos arqueológicos han confirmado la existencia de Tartessos: un punto de encuentro y fusión entre fenicios e indígenas hace 3.000 años, en una civilización a la altura de los grandes hitos del Mediterráneo y que duró siglos abarcando, al menos, desde Lisboa hasta Alicante.
En el coloquio que siguió a la proyección salió uno de los obstáculos más dolorosos de la cultura española: la autodestrucción de lo español, el suicidio de lo español. De Tartesos empezó a hablar el arqueólogo alemán Adolf Schulten a inicios del siglo XX. Sus descubrimientos construyeron una leyenda sin que él lo hubiera pretendido. Tartesos ha sido debatido por académicos europeos, y hasta ahora descartado.
Ha sido el empeño de arqueólogos y expertos españoles lo que ha permitido ir sacando a la luz restos y testimonios que vienen a rellenar lagunas de la leyenda y a construir lo que los griegos antiguos tomaron por una bella fantasía. Quizá todavía sea arriesgado hablar de la civilización más antigua de Occidente, pero la idea ya no resulta fantástica.
Conocer la inmensa cultura depositada en la Península Ibérica, incluido Portugal, visitar sus paisajes, su riqueza, su pasado, niega esa actitud canalla de negar la existencia de una nación y un Estado que hoy, desgraciadamente, peligran. No hay nada como viajar de librería en librería.