“Los hijos de nuestros hijos”, una novela de ciencia ficción oportuna
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He seguido la recomendación de mi colega Segismundo Bombardier, y he leído Our Children´s Children. Su lectura y la pequeña investigación que he hecho sobre Clifford Simak en internet (excluyendo la pedigüeña Wikipedia), me han permitido reflexionar sobre una variedad singular de cosas: desde comparar la literatura de dos épocas, hasta meterme en una especulación política, incitado por la alucinante actualidad española, digna de toda una colección de novelas de género. Clifford Simak publicó esta novela en 1974.
Fernando Bellón
Los hijos de nuestros hijos me parece una novela paradigmática. No es una obra cumbre, sino un escenario tópico. Es, eso sí, un trabajo bien urdido, en ella se condensan los temas claves de la ciencia ficción: viajes en el tiempo, crisis de subsistencia de la Humanidad, cooperación de científicos de diversos orígenes en beneficio del planeta, políticos y periodistas involucrados en los remedios, superricos y supercodidiosos a quienes no preocupa el bienestar de los demás, y un descubrimiento final que resuelve el problema. Comentan en la red que no es un desenlace conseguido. ¿Cuántos lo son?
El paradigma de ciencia ficción contenido en Los hijos de nuestros hijos todavía se mantuvo un tiempo. Pero a partir de los años ochenta, quizá a partir de los noventa, cuando la Unión Soviética se disolvió, las historias de ciencia ficción, de espionaje y de intriga internacional con las multinacionales y los grandes fondos de inversión como fondo, todo este entramado se derrumbó, y los políticos retratados empezaron a revelar su faz sucia e hipócrita, el capitalismo que no es depredador desapareció del escenario, y los protagonistas fueron individuos desesperados que buscaban su ruina y la del resto del reparto.
En la ciencia ficción presente, como en la novela de aventuras y de intriga, no hay espacio para la buena voluntad, la catástrofe inminente ser precipita sobre los terrícolas, y el Apocalipsis cae sobre los seres humanos como una esfera de plomo que envuelve el planeta. Hasta los años 80 los antihéroes y los personajes lúgubres y sin remedio moral eran una especie reservada a la “literatura elevada”.
Los hijos de nuestros hijos cuanta la historia de una invasión de hombres, mujeres y niños del siglo XXV, que escapan de su Tierra atacada por monstruos invencibles. A través de túneles del tiempo brotan a millones por bocas abiertas en los cinco continentes.
En 1974 los Estados Unidos se recuperaban de la derrota de Vietnam a cargo de un ejército de desarrapados. Acababa de producirse la crisis del petróleo en 1973. El bloque socialista parecía más sólido que nunca. En Europa estaban desapareciendo las últimas dictaduras de España y Portugal. El continente iberoamericano seguía en manos de los intereses estadounidenses. África estaba tan mal como siempre. Se abría una época económica de bienestar y progreso en el primer mundo. La guerra nuclear parece alejarse del horizonte. Se puede decir que el planeta se hallaba en equilibrio menos inestable que en otros tiempos.
La ficción popular se ajusta a este panorama relativamente tranquilo.
Los escritores norteamericanos viven su época dorada. Antes de la Segunda Guerra Mundial, pocos autores podían vivir de su trabajo. Pero a partir de los sesenta el número de escritores profesionales se multiplica, sobre todo en los países de habla inglesa.
Clifford Simak es también un ejemplo paradigmático. Decidido a vivir de su trabajo, se ha ganado la vida en las publicaciones de papel barato, ha fundado algunas. Ha escrito novelas del oeste, de intriga. Pero en la ciencia ficción se halla el territorio donde puede especular más y mejor, y dispensar sus fabulaciones “pastoriles”. Le acompaña un plantel de autores de primera categoría, como él. Conozco muy poco la ciencia ficción soviética, la inglesa y la francesa, pero lo suficiente como para deducir que su vigor y su imaginación expansiva es mucho menor que la de sus colegas norteamericanos, que construyen los géneros modernos, incluida la fantasía delirante o de poca monta.
La narrativa de Los hijos de nuestros hijos ofrece al lector un panorama social en Norteamérica dominado por una clase media próspera; por fin se ha librado de la guerra de Vietnam (que se menciona como algo pasado en la novela); son personas honradas y solidarias, con preparación técnica y agudeza política. No se trata de un paraíso, pero quizá sí de un benéfico purgatorio.
Los periodistas son profesionales duchos y con principios éticos; quizá un poco borrachines, pero es el vicio más extendido en una población acostumbrada a trabajar a fondo, que margina sus obligaciones familiares, pero que todo lo hace por el bien de su amor propio y su amor al oficio.
Los políticos, la elite de la Casa Blanca y el Congreso, también está poblada de buenas personas, que comprenden muy bien los padecimientos de esos seres humanos procedentes a chorros del futuro incierto. Los representantes de estos seres del futuro se explican muy bien, relatan sus problemas y llevan previstas soluciones que, los terrícolas que les acogen dan por buenas después de las razonables dudas.
La filtración inesperada de los monstruos, posibilidad prevista por los fugitivos, agrava el problema. Visitantes y terrícolas tienen que apresurarse en cooperar. En las conversaciones de los representantes del presente y del futuro se plantean disquisiciones y dilemas nada extravagantes. Los del futuro son gente pacífica, no acostumbrada a luchar, y dicen haber escogido la década de los 70 para su fuga porque conocen la historia humana, y saben que quienes les acogen están acostumbrados y dispuestos a usar la violencia.
Algo que resuelve enseguida Simak es la pregunta: ¿cómo narices harán los fugitivos para no alterar la historia, puesto que son hijos de nuestros hijos?, ¿no sería mejor que hubieran intervenido para cambiar la historia que debían conocer y escapar de la amenaza de los monstruos?
La respuesta es poco convincente porque no admite una crítica seria de la filosofía o de la ciencia. Bueno, alguna sí, porque se supone que dentro de quinientos años las ciencias habrán adelantando incluso al enigma del tiempo. Para no revelar algo que pueda disuadir al posible lector de la novela si no la conoce, no voy a dar detalles.
Son oportunas algunas consideraciones. La bella hija del jefe de los fugitivos le dice al jefe de prensa de la Casa Blanca que quinientos años después Washington y otras grandes ciudades norteamericanas serán ruinas, y sólo se reconocerán por las fotografías y los relatos. Es decir, hubo una destrucción absoluta, la humanidad se volvió pacífica y los pueblos y las naciones cooperaron entre sí para alcanzar un bienestar que hoy llamaríamos sostenible, sin abusos medioambientales ni codicia económica.
Dice al chica: “Hubo una época de inflación incontenible que alcanzó cotas absurdas, acompañada de un creciente escepticismo, de una especie de desconfianza en el Gobierno, que contribuyó al fracaso de él. Y abrió un abismo cada vez mayor en los recursos y en la comprensión entre ricos y pobres. Hubo un auge tremendo y después una caída, y no sólo en este país, sino en todas las grandes potencias. Cayeron una tras otra. La economía se hundió, el Gobierno se derrumbó y las masas se echaron a la calle. Las mulititudes ciegas atacaban, no algo determinado, sino a todo y a todos.”
Simak está haciendo un retrato de su presente. El suicidio moral del que venimos hablando desde el inicio de los tiempos. Abona esta visión apocalíptica la actitud de un tele reverendo de los que no hay más que en los EE UU. Cuando le dicen que los fugitivos son ateos, que han suprimido las religiones y las ideologías en su vida corriente, emprende una cruzada bautismal que complica las cosas a los políticos que intentan salvar la crisis por medio del diálogo, la razón y a ciencia.
También aparecen en la trama un grupo de superricos amorales que intentan aprovechar la crisis para enriquecerse más todavía a costa de la población aterrorizada.
Además, dedica algunas páginas Simak, en términos filosóficos, mejor dicho, en términos (pseudo) científicos al problema del tiempo. Las leyes físicas conocidas están en función de la magnitud fundamental conocida como Tiempo. Apunta Simak las nuevas teorías (en los años 70) de la expansión del universo: “Nos hemos preguntado si existe el tiempo como magnitud absoluta o si es una característica de las condiciones límite… según la cual el factor tiempo quedó definido al azar desde el origen del universo y ha persistido desde entonces”. Y luego dice: “A veces me pregunto si el azar, a falta de un término más exacto, no podría ser un factor digno de estudio, al objeto de calcular con más aproximación sus parámetros”.
No habla por hablar Simak por boca de uno de sus personajes, porque las teorías del caos forman parte de la matemática hoy en día.
Y una flaqueza emocional se impone a Simak. El jefe de los visitantes se explica así: “Por la Historia sabíamos que podíamos confiar en pocos gobiernos; de hecho sólo en dos, en ustedes y en los británicos.” En determinado momento se habla de cierto rumor sobre la intención de los rusos de arrojar la bomba atómica sobre lugares en los que se han visto a los monstruos salidos de los túneles del tiempo.
Y en sintonía con el protestantismo anglosajón asegura que cuando decidieron salir en el siglo XX lo hicieron con la intención de pagar su irrupción.”
Otras escenas que Simak introduce en la novela son los jóvenes idealistas protestatarios, que proponen irse con los recién llegados a otro lugar del tiempo para iniciar una nueva vida. El viejo tema de los peregrinos ingleses en las costa americanas; es de suponer que estos jóvenes no van dispuestos a exterminar a los indios del nuevo mundo.
Y hacia el final de la novela, los problemas socioeconómicos que provoca la invasión del futuro se manifiesta a lo bestia: “En los barrios miserables estalló la rebeldía y la violencia. Algunas personas murieron y hubo muchos heridos… Barrios enteros quedaron abandonados al saqueo”.
Son escenas que en la Norteamérica de entonces eran casi habituales. Se enmarcaban dentro de la lucha por los derechos civiles contra el racismo, las protestas contra la guerra de Vietnam, los jóvenes universitarios que se resistían a que se los llevaran a las selvas incochinas.
Acabo la reseña de la novela con este texto de uno de los personajes importantes, en torno a las causas de la decadencia de su civilización: “Era posible, se confesó Wilson en su fuero íntimo: el Gobierno central, cada vez más ubicuo; las grandes empresas cada vez más ricas y poderosas; los impuestos aumentando siempre en lugar de disminuir;los pobres cada vez más pobres y cada vez más numerosos, condenados a dependen de la Seguridad social; los abismos entre ricos y pobres, entre el Gobierno y el pueblo, más profundos a medida que pasaban los años. Se preguntó si pudo ocurrir de otro modo. Así las cosas, ¿se habría podido organizar el mundo de un modo mejor?”
Desde 1975 a 2025 han pasado exactamente 50 años. El Apocalipsis todavía no ha llegado. Se han renovado las guerras, las atrocidades y el sometimiento de pueblos sin patria. Los grandes empresarios han dejado de dedicarse a la industria, y la riqueza se produce casi exclusivamente mediante la especulación financiera. ¿Estamos más cerca del abismo?
Una parte de mí mismo me replica con cierto sentido del humor: ¿Durará mucho tiempo Pedro Sánchez en la presidencia del gobierno?
No es una pregunta caprichosa ni oportunista. Dentro de poco tiempo se escribirán novelas que parecerán de ciencia ficción por lo retorcido del asunto, en las que se aventuren explicaciones científicas, filosóficas o psicofísicas sobre los acontecimientos portentosos que vivimos los españoles.
La segunda pregunta que mi yo dividido me hace es: en el supuesto de que Pedro Sánchez abandone la Moncloa algún día, quien le sustituya en el cargo ¿será capaz de dirigir España en beneficio de todos los españoles, independientemente de su ideología?
A quien le interese, acabo de publicar una novela en forma de fascículo, con ilustraciones, en la revista en papel “Perinquiets. Cuadernos de novelas y relatos N.º 1” Se titula Oráculo del Pasmo contra Ego Trascendental, con metáforas filosóficas, psicológicas y políticas. Pueden solicitarla por correo a esta revista.