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Tabernas, mayo 2025. Diario de un viajero

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Un nuevo viaje del infatigable Rafael Escrig, naturalista, botánico, ensayista y novelista. Rafael es uno de los autores más preciados para los lectores de esta revista. Eso se deduce del número impresionante de visitas que tienen sus trabajos. Esperemos que nuestro público disfrute una vez más.

Rafael Escrig

Después de revisar la presión de las ruedas del coche y llenar el depósito, salimos de casa a las 8:30 de la mañana. Entre ir y venir nos esperan más de 900 kilómetros. Estaba previsto parar en Fuente la Higuera para tomar un café, pero sobre la marcha he cambiado de opinión, es pronto y podemos seguir. Vamos por la A-7. Lo que sucede a partir de ahí es que no encuentras un lugar para parar hasta llegar a Molina de Segura, en Murcia. Suerte que llevaba el depósito lleno. No me cabe en la cabeza que en una distancia de 108 kilómetros no exista ninguna posibilidad de detenernos, pero así es.

Por fin hemos podido parar para almorzar en Molina y otra vez en Huercal-Overa para poner gasolina. Salimos de la autovía y vamos por la mítica carretera 340 que va desde Cádiz hasta Barcelona. Al paso por Los Gallardos nos ha sorprendido la cantidad de camiones yendo y viniendo por la carretera. Eran de una empresa de yeso. La misma carretera estaba manchada de blanco del polvo que dejaban los camiones. Estamos atravesando una zona minera. Macael con sus grandes canteras de mármol blanco no queda lejos de donde estamos. Entre Los Gallardos y Sorbas, la carretera discurre entre grandes y centenarios pinos. Alguno de ellos con un tronco de más de 50 centímetros de diámetro. Me dicen que los camiones son de una fábrica de yeso muy grande que hay en Sorbas. Después averiguo sorprendido que se trata de la explotación minera y comercializadora de yeso más importante del mundo. Se trata del Grupo Torralba.

Después de 6 horas de viaje, hemos llegado a nuestro destino, Tabernas. Antes de venir aquí, me imaginaba un pueblo pequeño hundido entre montañas desiertas, y no es así en absoluto. Tabernas es bastante grande. Tiene más de cuatro mil habitantes, una huerta alrededor, olivos, un flamante ayuntamiento de nueva construcción, hospedaje, comercio, supermercado, Guardia Civil y una oficina de Información y Turismo, que tiene un horario bastante limitado, no obstante no nos hizo falta. La iglesia de Tabernas es otra de las cosas de interés. Tiene un artesonado de madera espectacular y una torre de planta cuadrada de 6 metros de lado y 20 de altura. En lo alto, como dicen por aquí, asoman las campanas por unos huecos de medio arco que están abiertos en los cuatro lados. Eran las doce del mediodía cuando las campanas interpretaron una preciosa melodía. “Lo hacen a mediodía”, me dice un vecino al que le pregunto. Lo que no sabe decirme es cómo se llamaba la canción. Fue un bonito momento. El acento de las gentes de esta zona es muy similar al de Granada. Aunque es más fácil escuchar otros acentos como el árabe de los marroquíes y el peculiar acento de los emigrantes del Este de Europa (quizás pobres ucranianos) que también abundan por aquí.

Frente a la iglesia está el casino, sólo para socios, como se anuncia en la entrada. La plaza está ajardinada. Tiene bonitos bancos de fundición y en el centro hay una preciosa fuente con surtidores hecha con mármol blanco de Macael. Nuestra pensión es la casa donde está el estanco y el dueño del estanco es nuestro casero. Todo el pueblo está limpio y muy bien cuidado. La carretera N-340 lo divide por la mitad. Según se llega desde el Norte, el Castillo de Tabernas queda a la derecha del pueblo. Las calles perpendiculares a derecha e izquierda de la carretera, tienen mucha pendiente, pero todas tienen buenas barandilla para poder ayudarse y salvar el desnivel. Nuestro apartamento es cómodo y bien amueblado, mucho mejor que el de Aix, donde estuvimos hace unos días. La primera comida la hemos hecho en el restaurante La Dalia. Solemos pedir el menú del día, cuando lo hay. En este caso fue una ensalada de salmón y aguacate y unas tostadas. Todo muy bueno. La segunda comida, también de menú, fue en el restaurante El Puente. Pedimos ensalada, salmorejo y la especialidad: Patatas asadas con hierbas y salsa de queso. Realmente riquísimas.

Siempre lo digo: los platos del menú, son muy copiosos. Cuando te sacan el segundo siempre pienso que con el primero y un postre teníamos suficiente. Y de postre te suelen poner tartas y cosas que también llenan mucho. El precio que solemos pagar por un menú, generalmente, no hace justicia. Se come mucho más de lo que pagamos. Esto va para esos que dicen que los menús no valen nada. Me gustaría verlos regentando un restaurante a ver cómo se las arreglaban.

Hagamos la digestión rápidamente y volvamos al relato: Mañana me he de levantar pronto en busca de mi aventura. He llegado hasta aquí sin decir cual es esa aventura, la meta real de este viaje. Tabernas era el campamento base, como quien dice. La meta verdadera es el Desierto.

Esta noche he dormido poco y mal, quizá estuviera nervioso pensando en mañana. Me he levantado a las 6:00 y me he ido sin desayunar dejando a mi mujer despierta y preocupada por mí. Es cierto que puede pasarme algo yendo sólo por un lugar desconocido, inhóspito, aislado, quizás sin cobertura. Es fácil tener un accidente, un desvanecimiento, mil cosas. Pero claro, esto es desde el punto de vista más trágico. Pero yo soy optimista y no puedo permitirme dejar de hacer aquello que deseo de verdad, por miedo o por una precaución excesiva. No hacer insensateces y tener precaución, esa es la receta.

Aún no había amanecido cuando dejé el coche en una gasolinera, última huella del mundo civilizado, para adentrarme en ese otro mundo que llaman desierto, aunque no lo es del todo. Siempre hay vida, hasta en los lugares más desérticos, como nos tienen enseñados los programas de la naturaleza que vemos por la televisión. En este caso, la lluvia de unos días atrás, había hecho florecer algunas plantas y todo el paisaje estaba salpicado de matas verdes.

Fui andando campo través, hollando una tierra desconocida donde reinaba la aridez y esa soledad que vine buscando desde Valencia. Los desiertos, gracias al cine y las novelas de aventuras, tienen ese algo de misterio y de tragedia, donde muere el malo de la película y el héroe consigue atravesarlo dejando atrás la maleta y la camisa blanca, sucia y medio rota. El desierto es la prueba definitiva que engulle al culpable y eleva al héroe, como ocurre en “Océanos de Fuego”. O en “Lawrence de Arabia”, precisamente rodada en este mismo desierto.

Se dice que el desierto ayuda a encontrarse a sí mismo. También puede suceder que nos ayude a reflexionar y probar nuestra fe, como hizo Jesucristo, o para expiar alguna culpa. Yo no lo hice por motivos tan sublimes, sólo fue una prueba que me puse a mí mismo. Lo hice para demostrarme que era capaz y sobre todo para saborear esa soledad que sólo podía encontrar aquí. Desde que tengo veinte años, estoy poniéndome pruebas de ese tipo y continuo a los 78.

En este caso, la prueba estaba muy calculada. No salí al tuntún como hacía a los 24. Llevaba agua y comida en la mochila. Una gorra con visera que me cubría el cuello y un palo que me hizo de bastón todo el tiempo. Qué importancia tan grande tiene un bastón en la montaña. Es como una tercera pierna. Un apoyo indispensable para todo. Aunque es cierto que tenía que dejarlo en el suelo cada vez que quería hacer una fotografía. Caminar por este desierto fue ir sorteando lo arisco del terreno. Subir y después bajar hasta un barranco seco y desde allí seguir su curso perdiendo la mirada entre las formas que la naturaleza ha dado a este rincón de la Península, entre lo hermoso y lo salvaje.

En cuanto al capítulo de la botánica, que iba en paralelo con la propia aventura, estoy satisfecho pues tomé multitud de fotografías y registré 19 plantas diferentes, de las cuales sólo pude coger muestras de dos, porque el resto de ellas eran espinosas e imposibles de incorporar a mi herbario. La fotografía y el registro escrito, serán suficientes en este caso. Estuve caminando sobre aquella tierra amarillenta, rojiza a veces, salpicada de matas verdes y espinosas. Volvía atrás para comprobar algo, trepaba hasta otro sitio para registrar unas pequeñas flores violeta, me sentaba para descansar y seguía un camino sin señalizar. Un camino tan amplio como todo lo que abarcaba mi vista.

Es fácil perderse en un desierto, pero imagino que se necesita más de dos días para que ocurra. Mi guía era el sol y estaba en Tabernas, el único desierto de Europa. El paisaje era imponente por lo extenso, inabarcable. Los castigados promontorios, se repiten incansablemente igual que las olas en un océano encrespado. Me imagino su belleza a vista de pájaro. Los barrancos las arrugas de la tierra que ha ido dibujando el agua, con su acusada sombra son lo más llamativo del paisaje. La sensación de soledad, de encontrarse aislado en un lugar desconocido fue lo más emocionante. Había estado allí de noche y de día. Había pateado y registrado cuanto había y quedé satisfecho. Fue un proyecto cumplido y volví de una pieza.

Una manera de sacarle producto a aquel desierto, es darle continuidad con aquello que lo hizo famoso y donde se rodaron cientos de películas. Unas, las conocidas Espagueti Western y otras más serias e importantes (Todavía se siguen rodando anuncios allí). La manera de perpetuar aquello y sacarle todo el jugo posible, era crear un parque de atracciones. Así nació Minihollywood Oasis. Este es un parque muy grande y completo. No sabíamos que existía algo así, como tampoco sabíamos que había un circuito de carreras. El parque tiene un gran zoológico con amplios espacio para los animales, atracciones inspiradas en el Western americano, restaurantes y todo lo que se puede pedir a un parque de atracciones. Hay espectáculos diarios programados por la mañana y por la tarde. Entre ellos, vimos un duelo con revolver, una representación típica de las películas del Oeste, un espectáculo de Can-Can y un baile de las Cowboys girls en el Saloon. Había muchos visitantes por todas partes y muchos escolares llegados en autobús desde Almería. La comida fue un buffet libre en uno de los restaurantes.

NOTA AL MÁRGEN: Entre tanto turista, había más de una familia gitana, con todo el sabor y el sinsabor que ello conlleva. No es fácil imaginar lo que una sola familia de 6 adultos y otros tantos niños puede causar en un buffet de autoservicio. Aparte de las voces y la falta de civismo en general, el desordenado acopio de comida, la falta total de respeto hacia todo. Al marcharse, había que ver cómo dejaron las mesas, con la mitad de la comida en los platos y otro tanto sin probar. Pero dejemos este capítulo, porque no tiene solución. Quizás los únicos que se dieran cuenta fuéramos nosotros. Corramos un tupido velo.

La segunda parte del viaje fue a la vuelta de Tabernas. Habíamos previsto desviarnos hacia la Punta de la Polacra, para ver la torre faro de la Polacra, que es el faro que está a más altura de toda España, concretamente a 281 metros sobre el nivel del mar, y donde las vistas del Parque Natural Nijar-Cabo de Gata son espectaculares. Nos gusta estar en un faro y registrarlo en una fotografía. Es como si coleccionáramos faros.

Esta parte de la costa mediterránea tiene dos hitos en altura. Uno de ellos es este faro y el otro es la llamada Torreta de Guardamar. Se trata de una antena de comunicaciones de 380 metros de altura, ubicada en Guardamar del Segura, Alicante, y pertenece a la Armada Española. Es la estructura más alta de España, y una de las más altas de Europa.

El camino resultó más largo de lo esperado. Salimos de Tabernas en dirección Norte, acercándonos a la costa poco a poco. Pasamos pequeños poblados y muchos cultivos de invernadero. En realidad íbamos atravesando un mar de plástico, como alguien bautizó a esos invernaderos interminables, Íbamos por carreteras comarcales entre campos y campos. Todas las personas que nos cruzamos por el camino eran marroquíes. También llamaba la atención que las casas de los pequeños pueblos tenían el tejado plano, en terraza. Aquí no hay tejados a dos aguas. Por momentos piensas que te has trasladado de continente y que está en Marruecos. Después de equivocarnos tres veces por no entender bien las instrucciones del Maps, parece que llegamos a un punto donde un viejo cartel, apenas visible, nos dirigía a la Punta de la Polacra. Entramos por un camino de tierra con curvas y, tras unos cuatro kilómetros, apareció una puerta enrejada impidiendo el paso de vehículos. Veníamos de cruzar el mar de plástico y ahora nos detenía una reja. Es evidente que buscar faros, como hacemos nosotros, no es tarea nada fácil. Los faros suelen estar en lugares apartados de los caminos y en casos como este está prohibido ir en coche. Me parece muy bien porque es un lugar sensible y es mejor protegerlo, pero como buscadores de faros, es un infierno.

Dejamos el coche a un lado y continuamos el camino andando. Gorro, la mochila con agua y el bastón para recorrer el camino hasta la cima del monte donde se encuentra el faro. Un camino en ascenso que nos costó hora y media. Pero no nos quejemos, el camino es una verdadera joya digna de recorrerse despacio aunque cueste hacerlo. Todo sea por las vistas y el jardín natural que nos acompaña todo el tiempo a ambos lados: esparto, poleo de monte, curry, coronilla de fraile, cardo cabrero, albaida, marrubio, margarita de mar… El faro lo veíamos cada vez más cerca, hasta que al final de la cuesta, llegamos a una pequeña meseta. Allí nos encontramos un panel explicativo de lo que había tierra adentro. Estábamos sobre una caldera volcánica y los montes de más atrás se explotaban para extraer de ellos oro, plata y plomo. Fue una gran suerte haber planificado ese recorrido y poder contemplar la inmensidad de ese mar silencioso, de un azul que se derrama y tiñe nuestra mirada, y al otro lado, los montes, la caliza blanca, la piedra negra, forjada en fuego antiguo de las entrañas de la tierra y envolviéndolo todo, como los cabellos que llenan nuestra piel, el Campus spartarius, así es como llamaron Plinio y Estrabón a estas tierras murcianas y almerienses.

Esta es la segunda vez que estamos en este Parque Natural. La primera vez fuimos al Faro del Cabo de Gata, que ya está registrado en la libreta donde anotamos los faros que visitamos y vamos tachando de la lista, como hacíamos de pequeños con los cromos. Entonces fue en una excursión que hicimos desde Almería donde estábamos hospedados.

Camino de regreso. Vamos a pasar otra vez por Los Gallardos, aunque esta vez vamos por la autovía. Paramos a comer en La Venta del Pobre, en Níjar. Una antigua venta que data de 1853. Ahora está reconvertida en hotel gastronómico, como dice el rótulo de la entrada. Un lugar estupendo que nos alegró el día, porque era muy amplio, bien montado, buena comida y bien atendidos. Comimos champiñones, ensaladilla rusa, costillas a la brasa y huevos con patatas a lo pobre, que es, junto con una cerveza, lo que pido yo para vengarme de todo el cansancio o la tensión acumulada. Otro ejemplo de menú copioso, bien hecho y bien servido. Un lugar a tener en cuenta si volvemos a pasar por allí y muy recomendable para el que no sepa dónde parar.

Volvimos a poner gasolina en Puerto Lumbreras y todo fue bien hasta llegar a Alhama de Murcia. El cielo ya nos iba mostrando unas amenazantes nubes negras por delante de la carretera, pero no esperábamos la tromba de agua que nos caería al poco tiempo. Hubo un momento en que no se podía distinguir lo que había delante. Los coches fueron frenando la marcha y poniendo las luces de emergencia. No tuve más remedio que seguir las luces traseras de un camión que llevaba delante y que tomó una salida de la autovía. Le seguí. No me atrevía a continuar por la autovía, por la cortina de agua y granizo que nos estaba cayendo. Conforme salimos de la autovía, nos refugiamos debajo del puente, junto con una docena de coches más que también se habían refugiado allí. El ruido del agua y los rayos, nos atemorizaron de verdad. Después de estar allí un buen rato y pareciendo que bajaba la fuerza del agua, nos decidimos a salir de nuestro resguardo, pero al momento otra vez la lluvia volvió a arreciar. Entonces nos metimos en una gasolinera providencial que vimos no muy lejos. Allí, debajo de marquesina, estuvimos algo más de media hora. Tomamos un café dentro del coche hasta que pudimos volver a la carretera. Llegamos a casa a las once de la noche.

Cuando uno sale de casa, comienza la aventura. Las sorpresas pueden ser buenas, emocionantes, regulares o malas. Siempre puede haber algo esperando en el camino. Pero nosotros nos santiguamos antes de salir para conjurar cualquier mal que haya por ahí. El rito completo comprende: anotar la hora y los kilómetros y al final santiguarnos. Eso y respirar hondo nos da suficiente confianza, aparte de haber revisado las rueda y ponernos el cinturón de seguridad, claro.

FIN

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