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Mil palabras de Azorín Cultura y comunicación Series

Mil palabras de Azorín (T)

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Se está acabando el abecedario y con él la serie de Rafael Escrig sobre más de mil palabras poco comunes que Azorín recogió y empleó en sus libros, a veces rescatándolas de un español que hoy llamarían «desfasado». Nuestro biólogo de cabecera y esforzado etimologista las ha convertido en libro imprescindible para los amantes del lenguaje, un volumen de ochocientas veintisiete páginas. Además de las citas filológicas, Escrig incluye en sus notas pasajes de obras en las que aparecen las palabras seleccionadas, demostrando una erudición propia del naturalista vocacional.

TRACAMUNDANAS.

Del latín transcommutare. Trueque de cosas, alboroto, confusión.

Consultado el DCECH, Corominas opina que se trata de una palabra compuesta derivada de traque, como onomatopeya del estallido y mundano, del latín mundanus, perteneciente o relativo al mundo, con el influjo de mudar, trabucar, trastocar, lo que nos daría el significado de treta, enredo, equívoco.

Encontramos el vocablo tracamundanas en Francisco de Quevedo, veamos el comienzo de su obra Cuento de cuentos:

“Ello se ha de contar; y si se ha de contar, no hay sino sus, manos á la obra. Digo, pues, que en Sigüenza había un hombre muy cabal, y muchacho, que diz que se decía Menchaca, de muy buena capa. Estaba casado con una muger, y esta muger era de punto, y mas grave que otro tanto (llámese como se llamare). Tenía dos hijos, que como digo, eran pintiparados; y no le quitaban pizca al padre. El uno de ellos era la piel del diablo; el otro, un chisgaravís, y cada día andaban al morro, por quítame allá esas pajas. El menor era vivo, como una cendra, y amigo de hacer tracamundanas, y baladrón; el padre lo sentía á par de muerte, mas él, ni por esas, ni por esotras. El mayor era hombre de pelo en pecho, y echaba el bofe por una mozuela, como un pino de oro, delicada, veme no me tengas y alharaquienta. Era viuda, y su marido, como digo en mi cuento, murió; y diz que se tuvo barruntos, que ella le había dado con la del Martes. Estuvo en un tris de suceder una de todos los diablos; el padre, que era marrajo, lloraba hilo á hilo, é iba, y venía en estas, y estotras. Y un día, entre otros, que le dio lugar la murria, la dixo su parecer de pe á pa; y seco y sin llover, mandola que se metiese en un Convento al proviso. Ella se cerró de campiña; y así se estuvieren erre a erre muchos días, hasta que el padre, que ya estaba enfadado, la dixo; que por tantos, y quantos, que había de hacer, y acontecer; ver veamos si han de ser tixeretas; y en justos y en verenjustos, dio con ella en una recolección…”

“Los años son malos; se han echado encima hambres, crueles carestías, guerras, y doña Teresa ha tenido materia en que ejercitar su virtud. Las tierras que posee son inmensas; dispone de diez cuentos de renta. Pero muchas de las tierras que posee están yermas. ¿Cómo va ella a cultivarlas todas? ¿Qué sabe ella de esas tracamundanas? Por este motivo ha mandado pregonar que los labradores que quieran venir a romper y beneficiar sus dehesas pueden venir tranquilamente. Y han venido, en efecto, muchos, porque como son tierras nuevas, rinde copia de frutos. Ni en su tiempo ni siglos ainde, yo creo que no serán muchos los que imiten a doña Teresa.”

Antonio Azorín, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 270.

TRÁFAGO.

De trasegar, antiguamente trafagar. Probablemente de un latín vulgar transfricare, rozar continuamente, manosear.

Jaleo, labor atareada. Conjunto de negocios, ocupaciones o faenas que ocasionan mucha fatiga o molestia.

La forma tráfago se documenta ya en la General Estoria del Rey Alfonso X El Sabio, en 1270, donde se menciona: “Los tráffagos entre la alevosía, las mentiras y las enfermedades, de lujuria y otras maldades”.

Sustantivo y verbo en esta variante siguieron siendo usuales al mismo tiempo que se consolidó la variante trasegar. El verbo trafagar, comerciar, era de uso hasta los siglos XVI y XVII, hoy es anticuado, pero tráfago y trasegar, siguen siendo de uso general.

Benito Pérez Galdós, en el capítulo XXXV de su novela Miau nos ofrece esta descripción:

“A lo largo del pasadizo accidentado y misterioso, las figuras de Villaamil y de Argüelles habrían podido trocarse, por obra y gracia de hábil caricatura, en las de Dante y Virgilio buscando por senos recónditos la entrada o salida de los recintos infernales que visitaban. No era difícil hacer de D. Ramón un burlesco Dante por lo escueto de la figura y por la amplia capa que le envolvía; pero en lo tocante al poeta, había que sustituirle con Quevedo, parodiador de la Divina Comedia, si bien el bueno de Argüelles, más semejanza tenía con el Alguacil alguacilado que con el gran vate que lo inventó. Ni Dante ni Quevedo soñaron, en sus fantásticos viajes, nada parecido al laberinto oficinesco, al campaneo discorde de los timbres que llaman desde todos los confines de la vasta mansión, al abrir y cerrar de mamparas y puertas, y al taconeo y carraspeo de los empleados que van a ocupar sus mesas colgando capa y hongo; nada comparable al mete y saca de papeles polvorosos, de vasos de agua, de paletadas de carbón, a la atmósfera tabacosa, a las órdenes dadas de pupitre a pupitre, y al tráfago y zumbido, en fin, de estas colmenas donde se labra el panal amargo de la Administración. Metiéronse Villaamil y su guía en un despacho donde había dos mesas y una sola persona, que en aquel momento se mudaba el sombrero por un gorro de pana morada, y las botas por zapatillas. Era Sevillano, oficial de secretaría, buen mozo, aunque algo machucho, bien quisto en la casa, con fama de cuquería. Saludó el tal a Villaamil con recelo, mirándole mucho a la cara: «Vamos tirando» contestó el cesante eterno, y ocupó una silla junto a la mesa.”

“Leonardo de Argensola cuenta a su amigo Jerónimo de Eraso, en una maravillosa carta, este partir suyo hacia la paz del campo. Se retira ya definitivamente del tráfago mundanal; mientras escribe la epístola a su amigo, esta gente, que está liando sus cofres, no le deja casi percatarse de lo que hace. Lo mucho que esos faquines vocean, le conturba y le desasosiega. Este será su último desasosiego en la gran ciudad; ya falta poco para que todas estas contrariedades queden atrás, bien lejos.”

Al margen de los clásicos, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 1055.

TRANSIUNADOS.

Probablemente de transido, y éste de transir, del latín transire, pasar más allá, traspasar, en el sentido de, acabar, morir.

Fatigado o consumido por alguna penalidad, angustia o necesidad. Transido de hambre, de dolor…

La palabra estaría formada por la raíz trans, la partícula –iun- y el sufijo –ado, que entra en la formación de palabras con significado de acción y efecto, a partir de verbos de la primera conjugación. La partícula intermedia –iun- aventuro que procede de la palabra latina ieiunum, ayuno. De esa forma, tenemos: muerto de hambre por el ayuno, hambriento.

Gonzalo de Berceo (1195–1268), fue el primer poeta en lengua castellana. Lo dice él mismo en la segunda estrofa de su Vida de Santo Domingo de Silos:

Quiero fer una prosa en roman paladino,

En qual suele el pueblo fablar á su vecino,

Ca non so tan letrado por fer otro Latino,

Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.

En tal poema, escribe más adelante, el mismo párrafo que Azorín recoge precisamente en la referencia que se incluye más abajo. Dice así:

468. Miembrevos sobre todo de los pobres vecinos,

Que iacen en sus casas menguados, & mesquinos,

De vergüenza non andan como los peregrinos,

Iacen transiunados, corvos como ocinos.

“No olvidéis nunca la limosna, nos dice el poeta. Puede ser esa limosna un zatico de pan o un cortadillo de vino. No todos salen por las calles y los caminos a pedir. Pobres hay, muy pobres, que se lo sufren en sus casas, de puertas adentro.

Miembrevos sobre todo de los pobres vecinos, que iacen en sus casas menguados, & mesquinos, de vergüenza non andan como los peregrinos, iacen transiunados, corvos como ocinos. Transiunados, es decir, hambrientos, acurrucados en un rincón, corvos o encorvados cual un garfio o clavo torcido. Allá están recoletos en sus casas, y nadie lo sabe. Con esto aparece en el siglo XIII la primera semblanza –que luego, en el XVI, hemos de ver más completa en el Lazarillo- del caballero español, grave, digno, entero, sufridor de estrecheces, sin que nadie se entere, ni él a nadie quiere decirlo.”

Madrid, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 1023.

TRANSMINEN.

TRASMINEN.

De trasminar. Palabra compuesta de tras-, del latín trans, del otro lado de, y minar, del francés mine, excavación que se hace para extraer un mineral.

Abrir camino por debajo de tierra. Dicho de un olor o de un líquido, penetrar o pasar a través de algo.

Corominas arguye que la derivación de minar, no es enteramente segura, pues podría ser originaria la forma, trasmanar o tresmanar, usual en Murcia, con el significado de rezumar. Penetrar, pasar una cosa a través de otra, y que se relaciona con manar.

El libro Canales de riego de Cataluña y Reino de Valencia, leyes y costumbres que los rigen, reglamentos y ordenanzas de sus principales acequias, escrito por el barón Jaubert de Passá, y traducido del francés por el señor magistrado Juan Fiol, impreso en Valencia en 1884, nos dice en la Ordenanza CXCIX:

Si por estar altos los conductos por donde pasa el agua hasta llegar á las heredades que se riegan, y los caminos hondos, traspasa, trasmina, ó traspela el agua á éstos, ó á campo ageno, no incurrirá el regante en pena, pero deberá sujetarse a la composición que le mande hacer el cequiero, y si dentro de tres días no lo compusiese, le deberá hacer el cequiero, y dar parte á la justicia, para que apremie al regante al pago de su coste, la que lo deberá sí mandar.

“Con los hombres iliteratos no se piense, Señor, en tales adelantamientos — escribe el autor—. Piénsese sólo en que no murcien aquéllos las caballerías que huelgan en las rastrojeras y los prados o no las estanquen éstos en los talleres y plantios. Piénsese sólo en que no transminen unos los ganados de nacidas en nacidas, o que no vayan otros a hacer leña a los olivares, los descortecen y arranquen los ceporros. Trátese, en fin, que aquéllos y éstos, los unos y los otros, no asalten las huertas, espanten las palomas, despueblen los colmenares, de que no talen los campos.”

Madrid, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 1033.

TRASTRUECAN.

De trastrocar. De tras-, por trans, en sentido de cambio, y trocar, cambiar.

Cambiar unas cosas por otras, o confundirlas con ellas.

Al vocablo trocar, con el sentido de dar o tomar algo por otra cosa, la RAE le asigna una etimología discutida, sin precisar ni entrar en detalles. Pero si acudimos al DCECH, Corominas nos desvela que, probablemente (adverbio este tan de su gusto), se trate de una palabra onomatopéyica, de TRUK, y que sea la misma palabra que el catalán o el occitano trucar, golpear, chocar, por el choque o apretón de manos simbólico en el momento de concluir un trato o trueque. Después de una larga disquisición sobre el asunto, exponiendo y refutando diferentes teorías, concluye diciendo: ¿Deberemos limitarnos a decir que trocar es palabra de origen desconocido? ¿Quizá prerromano? para volver, a modo de epílogo, a su idea original, partiendo ahora de la sugerencia defendida por Mistral: “dérive probablement de truc `coup, choc, parce qu´on se frappe dans la main pour conclure un échange”. Entonces, sigue diciendo, trocar sería la forma hispanoportuguesa correspondiente al trucar `golpear´ catalán y occitano. La discrepancia fonética no sería difícil de explicar, cualquiera que sea la etimología última de trucar y, entonces, el sentido de “apretón de manos” se explicaría fácilmente, admitiendo la onomatopeya TRUK, que expresaría a la perfección el ruido del que golpea.

Como resulta extraño este vocablo trastruecan, del verbo trastrocar, por su posible confusión de uso con la forma trastocan, quiero adjuntar las explicaciones del filólogo Fernando Díez Losada, que aparecieron en el periódico “La Nación” de Costa Rica, con el título de: “Los verbos trastocar y trastrocar”. El artículo pertenece a la sección “La tribuna del idioma” y vio la luz el 24 de febrero de 2013:

“Hay dos verbos en nuestro idioma con una muy cercana paronimia: trastocar y trastrocar. ¿Cuál es realmente su relación?

Juan Corominas, en su Diccionario etimológico, expone que trastrocar ingresó en el castellano hacia 1540; trastocar comenzó a usarse, muchos años después, en el siglo XIX. Al parecer, las dos erres de trastrocar resultaron un tanto incómodas, prosódicamente, para el hablante popular, quien terminó por convertir trastrocar en trastocar.

La edición actual (21ª) del DRAE registra trastrocar (de tras-, por trans-, en sentido de cambio, y trocar), como tr. Mudar el ser o estado de algo, dándole otro diferente del que tenía. U. t. c. prnl.

Y trastocar (de trastrocar), como tr. p. us. Trastornar, revolver.

Sin embargo, ambos verbos se utilizan hoy indistintamente como “alterar el orden que mantenían ciertas cosas o el desarrollo normal de algo”. La contaminación está trastocando (o trastrocando) el clima del planeta.

El Panhispánico de dudas de la RAE (2005) expone así esta versión: trastocar.

1. Trastornar o cambiar el orden o estado de una cosa… Se trata de un verbo regular y, por lo tanto, no diptonga en ninguna de sus formas (trastoco, trastocas, etc.): “¡Cuando la calumnia de esta gente echa a rodar, todos los valores se trastocan!” (Pavlovsky Potestad [Arg. 1985]).

2. Con este sentido existe también la variante etimológica, pero menos frecuente hoy, trastrocar, que es irregular y se conjuga como contar, esto es, diptongan las formas cuya raíz es tónica (trastrueco, trastruecas, etc.), pero no las formas cuya raíz es átona (trastrocamos, trastrocáis, etc.): “Las palabras latinas o griegas acarrean tanto prestigio que, al pasar al español corriente, trastruecan su significado hasta decir lo contrario” (Miguel Perversión [Esp. 1994]). Por tanto, no son correctas las formas con la raíz tónica sin diptongar, como trastroco, trastrocas, etc., debidas posiblemente al influjo de la conjugación regular de trastocar.”

“Nuestras imaginaciones caprichosas es lo que nosotros reputamos como axiomas infalibles. Y así, la mentira pasa por la verdad, y la iniquidad es justicia. El tiempo y la distancia lo borran y trastruecan todo. No sabemos lo que pasa a nuestro lado. ¿Cómo saber lo que ha pasado en tiempos remotos y lo que ocurre en luengas tierras?”

Antonio Azorín, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 286.

TREBEJOS.

De origen incierto. Utensilio, instrumento.

Probablemente, se trate de un diminutivo de trebe (variante de trébede), trípode, que en varios romances se aplicó a diversos enseres, y pudo extenderse a todo objeto de juego.

Corominas apunta la posibilidad de que se trate de “un diminutivo-despectivo que se aplicara a las innumerables cosezuelas de que puede echar mano un niño que quiere jugar. Con este nombre en diminutivo se reflejaría la actitud protectora del adulto frente al pequeñín”.

Se conoce como trebejo a las piezas del ajedrez. Ya Alfonso X El Sabio, en su Libro de los Juegos, hace uso del término.

También se puede utilizar el término trebejo para designar los juguetes u objetos con los que jugar, generalmente los destinados a los niños. En la antigüedad se conocía con el nombre de trebejo al entretenimiento, diversión y los juegos en general. Un ejemplo de esta acepción, lo tenemos en El Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita (aunque en sentido figurado), dice así:

Tú la ruyes a la oreja, e dasle mal consejo,

Que faga tu mandado, et sigua tu trebejo,

Los cabellos en rueda, el peyne et el espejo,

Que aquel amigo oveja non es d´ella parejo.

Finalmente, puede entenderse por trebejo, cualquiera de los instrumentos, herramientas o utensilios de que nos servimos para realizar un trabajo manual.

“Trebejos que se suelen encontrar en las cámaras: un ferrete para marcar ovejas, y un tarro de miera para curar los morbos del ganado; caretas de colmenero, que sirven para castrar las colmenas; un harnero de piel o una zaranda de tela metálica.”

Superrealismo, Madrid, Biblioteca Nueva, 1929, pag. 98.

“Don Jenaro se marchaba fuera de Madrid; era ya viejo, quería vivir tranquilo; se marchaba a una vieja ciudad castellana. En Madrid había ya comenzado a usar los antiguos trebejos de los fumadores; pero la cadenita del reloj, que por una manda tenía de su abuelo; esa cadenita de oro, larga, estrecha, que pasaba por el cuello, caía por el pecho sobre el negro chaleco y después de colarse por uno de los ojales entraba en el bolsillo en busca del reloj; esa cadenita que él había visto, cuando niño, usar a su abuelo paterno, no se atrevía a usarla en Madrid. Se la pondría en la vieja ciudad.”

Blanco en Azul, Madrid, Espasa Calpe, 1968, pag. 108.

TRESMANAR.

Localismo murciano. Filtrarse el agua, rezumar.

El diccionario de la RAE, no recoge el vocablo tresmenar, y con el mismo significado nos proporciona la entrada TRASMINAR, de tras– y minar, de mina, del francés mine, excavación.

Abrir camino por debajo de tierra. Dicho de un olor o de un líquido, penetrar o pasar a través de algo.

Vicente Medina Tomás. Archena 1866, Santa Fé. Argentina 1937. Poeta y dramaturgo español y uno de los símbolos de la identidad regional murciana. Su principal obra, “Aires murcianos” (1898), se convirtió en un trabajo de referencia del costumbrismo sentimental y de denuncia social, alabado por literatos como Azorín. Hoy día es considerado el mejor autor en lenguaje tradicional murciano.

He aquí unos versos de su poema titulado “Murria”:

“Yo me pienso que el mal que me acora,

Más bien que en el pecho lo llevo en el alma……

Por volver a mi tierra, tan sólo

Son toäs mis ansias,

¡Y, de hallarme tan lejos, la murria

Me corca y me mata!

¡Llévate esa ropa,

No me dés más agua¡…..

Pa apagar la sequía que tengo,

Me tenías que dar una jarra

De aquellas tan limpias

Que están corgaïcas debajo e las parras………,

De aquellas tan frescas

Que, gotica a gotica, tresmanan…..

¡Llévate esas flores,

que es muy fuerte su olor y me daña¡….

Pa olorcito suave, aquellos rosales,

Aquellos claveles, aquellas alábegas………”

 

José Luis Castillo Puche, escritor murciano. Yecla 1919. Madrid 2004, nos hace la crónica que precede, que titula “La cansera existencial de Vicente Medina”, que apareció en el diario ABC de Madrid el día 30 de marzo de 1980, El escritor ensalza al poeta, haciéndonos ver su belleza eufónica y expresiva.

Recopilamos aquí una parte de su crónica en donde se recoge el vocablo:

«A muchos excelentes e intocables poetas de hoy les parecerá que hablar de Vicente Medina es algo así como descender a un submundo poético de sensiblerías populacheras; sin embargo, considero valioso y acertado dedicar un número de una revista juvenil y actualísima al vate emigrante de Archena, no sólo como documento histórico, sino también como documento lingüístico inapreciable, y no vamos a referirnos, como muchos pueden esperar, al recuento de los cariñosos y cómicos diminutivos murcianos, del habla murciana, sino a algunos vocablos de extraordinaria riqueza expresiva que “gotica a gotica tresmanan” –que hermosa palabra “tresmanar”, y qué sutil matización entraña- de los labios ateridos de su musa popular.”

“Y cuando esto sucedía, yo discurría con una emoción intensa por las escalerillas del viejo convento; por una ancha sala, destartalada, con las maderas de los balcones rotas y abiertas, en que aparecen trofeos desvencijados: banderas, arcos y farolillos; por un largo corredor, semioscuro, silencioso, en que se ve, junto a una ventana, un cántaro que, al tresmanar ha formado a su alrededor un gran círculo de humedad.”

Las Confesiones de un pequeño Filósofo, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1944, pag. 37.

TRIVIO.

Del latín trivium, de tres, tres, y vía, camino.

1. En la Edad Media, conjunto de las tres artes liberales relativas a la elocuencia (gramática, retórica y dialéctica) que, junto con el cuadrivio, constituía los estudios que impartían las universidades.

2. División de un camino en tres ramales, y punto en que éstos concurren.

“Jerónimo, el segundo de los hijos del matrimonio, estudió el trivio y cuatrivio en la capital de la provincia; allí se enamoró de la hija del intendente y se fugó con ella; se celebró la boda más tarde, y al cabo de pocos años la mujer de Jerónimo le abandonó y se marchó a América; Jerónimo se dio a la bebida, gastó lo que tenía y murió en Madrid.”

Páginas escogidas, Altea (Alicante), Editorial Aitana, 1995, pag. 137.

“¿Adónde va don Álvaro de Tarfe? Se despide de don Quijote en un trivio del camino; ni don Quijote tendrá más noticias de don Álvaro, ni las tendremos nosotros. El licenciado Peralta, en Valladolid, encuentra al alférez Campuzano, cuando el alférez sale del hospital; lo convida a comer y el alférez le relata su vida. ¿Y qué pasa después con Peralta? ¿Puede también Peralta repetir las palabras de Arrazola?”

Con permiso de los Cervantistas, Madrid, Visor Libros, 2005, pag. 142

“Cincuenta años han bastado para formar en esta ciudad un ambiente de inercia, de paralización, de ausencia total de iniciativa y energía. El cultivo de la tierra ha quedado en manos de los más ineptos, de aquellos que en ningún modo han podido apechugar con el trivio y el cuatrivio.”

La Voluntad, Madrid, Biblioteca Nueva, 1939, pag. 241.

TROTERAS.

De trotar, del francés trotter, procedente del alemán antiguo trottôn, andar caminar.

Prostituta callejera (de trotar, andar de prisa, correr, bailar, hacer ruido con los pies).

De trotera deriva el compuesto “trotaconventos”: alcahueta.

En Bohemia de Rafael Cansinos Assens, dice: “cocotillas troteras”: Se llamaba así a las cocottes, normalmente prostitutas de lujo, que animaban con sus bailes los espectáculos de la época. De ahí viene el título escogido por Ramón Pérez de Ayala para su novela autobiográfica Troteras y Danzaderas (1913).

“Troteras” es una palabra muy antigua; el propio Ramón Pérez de Ayala arranca su novela con un verso del Arcipreste de Hita. (s.XIV): «Después fise muchas cántigas de dança é troteras”, en la que el Arcipreste en el Libro del Buen Amor, se refiere a las judías y moriscas que recorrían los pueblos para alegrar festejos con sus danzas sensuales:

«Después fise muchas cántigas de dança é troteras
Para judías, et moras, é para entendederas
Para en instrumentos de comunales maneras
El cantar que non sabes, ollo á cantaderas.”

“Sarrió y Azorín han ido a Villena.

Esta es una ciudad vetusta, pero clara, limpia, riente. Tiene callejuelas tortuosas que reptan montes arriba; tiene vías anchas sombreadas por plátanos; tiene viejas casas de piedra con escudos y balcones voladizos; tiene una iglesia con filigranas del Renacimiento, con una soberbia reja dorada, con una torre puntiaguda; tiene una plaza donde hay un hondo estanque de aguas diáfanas que las mujeres bajan por una ancha gradería a coger en sus cántaros; tiene un castillo que aún conserva la torre del homenaje, y en cuyos salones don Diego Pacheco, gran protector de los moriscos vería ondular el cuerpo serpentino de las troteras.”

Antonio Azorín, Madrid, Biblioteca Nueva, “Obras Selectas”, 1943, pag. 243.

TRULLA.

Probablemente del latín turbula, pequeña multitud, pequeño tumulto.

Bulla, griterío, multitud de gente.

Francisco Quevedo en “El sueño del infierno” nos ha dejado estas palabras en forma de diálogo:

“-¿Queréis saber cuál es la cosa más vil? Los alquimistas, y así, porque se haga la piedra es menester quemaros a todos.

Diéronles fuego y ardían casi de buena gana, solo por ver la piedra filosofal. Al otro lado no era menos la trulla de astrólogos y supersticiosos. Un quiromántico iba tomando las manos a todos los otros que se habían condenado, diciendo:

-¡Qué claro se vee que se habían de condenar estos, por el monte de Saturno!

Otro que estaba a gatas con un compás midiendo alturas y notando estrellas, cercado de efemérides y tablas, se levantó y dijo en altas voces:

¡Vive Dios! Que si me pariera mi madre medio minuto antes que me salvo, porque Saturno en aquel punto mudaba el aspecto y Marte se pasaba a la casa de la vida; el Escorpión perdía su malicia, y yo, como di en procurador, fui pobre mendigo.”

“Si se pudiera materializar la huella de los rumores se vería toda la ciudad cruzada, enredada, enmarañada por hilos luminosos que serpentean de una a otra casa, entre las calles, salvando los tejados, saliendo y entrando por puertas y ventanas. Barbulla en hornos y lavaderos. Titiritaina en talleres y obradores. Trulla en saragüetes y tripudios. Cantaleta en ejidos y eras. Tochuras de villanos en taberna. El gesto de condenación encubre la codicia de lo parejo.”

Doña Inés, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, pag. 166.

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