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Cultura y comunicación

Rescatando los centros comerciales urbanos (en Alemania)

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Feria Medieval en el foso de la muralla de Nuremberga en el verano de 2017. Este año, nada.

Por Waltraud García, desde Kraftshofer Forst (Franconia)

En Alemania la «Nueva Normalidad» no se ha impuesto por decreto, y es una deriva natural del periodo álgido que aquí nunca fue confinamiento duro. Salvo la abundancia de mascarillas (que no son obligatorias en la vía púbica) la vida ha vuelto a su flujo constante, si bien con menos hormiguitas recorriendo calles, plazas y jardines, cosa que agradecemos casi todos, menos los que se dedican a vender en tiendas y almacenes.

Me cuentan mis corresponsales en España que por ahí domina el histerismo de las cifras, algo que aquí se ha evitado con prudencia germánica. Por qué Alemania, Francia, Bélgica, Reino Unido, etc. han hecho advertencias y establecido filtros para los viajes a España es para mí un misterio. Si el virus se terminará expandiendo, lo hará en todas partes en la misma proporción, así que no vale llamarse a escándalo.

Aparcado este debate tonto, voy a lo que me ha movido a escribir. Se trata de un artículo en la revista de cabecera del progresismo fundamentalista alemán Der Spiegel («El Espejo», en este caso deforme). Can German City Centers Be Saved? Está en inglés y no en alemán porque no aparece en la edición de la revista en su lengua original, sino en la digital internacional, al menos en el momento de escribir yo este texto.

En un artículo bien estructurado y bien documentado, los autores, Simon Book y Martin U. Müller, producen en el lector la satisfacción de reconocer que en Alemania se está haciendo todo lo posible para evitar la ruina del comercio urbano, en sus tres dimensiones, pequeño, mediano y grande. Es preciso que el lector sepa que en la RFA no hay supermegacentros comerciales como casi en cualquier ciudad de provincia francesa o española. Hay, eso sí, grandes comercios de tecnología, ropa o alimentación. Somos un país de tenderos medianos y honorables. Y ahora se confirma que además de honorables somos previsores e inteligentes.

Antes ya de la pandemia el comercio había enfilado una autopista que conducía a un desierto. Los grandes almacenes cerraban centros aquí y allá, y las firmas comerciales de marca hacían tres cuartos de lo mismo. El coronavirus ha venido a acelerar y justificar esta deriva. Del mismo modo que la saturación turística estaba deteriorando la comodidad de las ciudades, la competencia comercial estaba convirtiendo los centros urbanos en zocos de diseño calcados de un modelo anglosajón: el barrio central de Nuremberga es igual que el de Viena, que los de Londres, París, Madrid, Sevilla o Valencia. Como es lógico, al haber más oferta que demanda, por mucho turista que recorriera las calles peatonales, las ventas se resentían

Así que ese proyecto de salvar los centros de las ciudades ha aparecido en el momento oportuno. Dice la información del Spiegel que, según la Asociación Alemana de Comerciantes (Handelsverband Deutschland) se cerrarán 50.000 negocios en el país. Por su parte, la Asociación de Restauradores (Deutsche Hotel- und Gaststättenverband) eleva la quiebra a 70.000. Excuso decir que en España las mismas cifras deben ser terroríficas.

A lo que iba, la deriva hacia la crisis se había detectado antes que el coronavirus, y las autoridades municipales empezaban a tomar medidas. En Alemania la colaboración entre munícipes y comerciantes es legendaria, y forma parte de la literatura, Los Büdenbrock, de Thomas Mann va del asunto.

También es Alemania tierra de consejeros especializados, antes incluso que los mercadotécnicos estadounidenses. Así que los ayuntamientos confían a expertos titulados diagnósticos de esos que se hacen con la gorra, es decir, con el sentido común. Uno de ellos comenta a los redactores del artículo algo lapidario, criticando a los alcaldes que dicen que no merece la pena hacer nada porque los problemas urbanos se han resuelto siempre solos: «Lo que necesitan las ciudades es una mezcla de diferentes usos: viviendas, espacios de oficinas y espacios de compras y restauración. Este es el futuro.» Es decir, más o menos lo que hay ahora, así que con estos consejos, no es de extrañar que los alcaldes desconfíen de los expertos.

Pero hay ideas singulares. Por ejemplo, en Marburg y Bayreuth, esta última la capital de la ópera wagneriana, los empresarios de la industria y otros sectores entregan a sus empleados algo así como bonos para que los gasten en los comercios del centro de la ciudad.

Dicen los redactores de la información que desde que las cosas empezaron a mostrarse negras, en junio, doscientos ayuntamientos alemanes han empezado a intercambiar este tipo de ideas en una página creada al efecto stadtretter.de. Retter es el rescatador, el salvador, y el título de la página es algo así como los salvadores de las ciudades, supermanes de corto alcance, pero llenos de ideas, de voluntad y de capacidad.

En este empeño están también los comerciantes. Stefan Gent, presidente de la Handelsverband Deutschland ha pedido 500.000 € al ministerio del Interior para «desarrollar ideas que mejoren los centros de las ciudades». No se trata de averiguar qué hay que hacer para vender más ni para abrir más tiendas, sino para rediseñar los centros de las ciudades. «No queremos moldes para centros urbanos llenos de tiendas». Pretenden reestructurarlos, algo insólito desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando se reconstruyó literalmente Alemania.

Una de las ideas, parece que de origen norteamericano se ha establecido ya en Hannover, y le llaman Vaund, no sé por qué, una palabra sin significado en el diccionario y en la lengua de Goethe. Se trata de una especie de feria de muestras en pequeño, una suerte de exposición de objetos «chic» en mitad del centro comercial. Mercadotécnicamente expuestos, una puede encontrar desde tostadoras hasta un Porsche 911, pasando por maletas de aluminio, altavoces de supermarcas, plumas estilográficas, y hamacas superchulas, todo ello de primera calidad. Los posibles clientes tienen meses para estudiar los objetos expuestos, y luego comprarlos en una tienda u on-line. El secreto del promotor de la idea es un equipo de vendedores que explican con todo lujo de detalle los beneficios y utilidades de los objetos, algo que no es común en los grandes almacenes y en los comercios especializados, donde los vendedores no tienen ni tiempo ni idea de dar explicaciones.

Y una última cuestión sobre el asunto. La Deutscher Städte-und Gemeindebund, que viene a ser una Federación de Municipios y Provincias en la RFA, ha solicitado al gobierno mil millones de euros para rescatar los centros comerciales-históricos de las ciudades. Existe ya un fondo reservado a este efecto, pero exige una participación de los recursos locales, y los ayuntamientos argumentan que no tienen dinero suficiente, y quieren que el 90 por ciento del presupuesto lo ponga el gobierno federal.

Y al llegar aquí me he puesto a pensar en el lío que se ha organizado en España con la Federación de Municipios y Provincias por la requisa de ahorros municipales a cambio de pasta gansa ( es un término que acabo de aprender) procedente de Europa.

Me hace gracia pensar como hispanoalemana o germanoespañola, que es un empeño algo «esquizo». La pasta gansa que se va a repartir procede en gran parte de Alemania que, como es natural, impondrá sus condiciones (a no ser que el Banco Central Europeo se dedique a imprimir euros, no soy economista, pero es evidente que sería algo catastrófico). Aquí nos parece que como somos los cajeros, nuestros políticos serán generosos con una madre patria previsora y eficiente. Desde allí, yo observaría con envidia la sabiduría política alemana, capaz de formar y mantener una coalición de gobierno que en España es un sueño o una pesadilla.

Situándome a caballo y haciendo un esfuerzo de objetividad, no veo yo brutales diferencias socioeconómicas entre mis dos patrias. La Administración española ha funcionado como un reloj durante la pandemia, y si la alemana ha estado más ágil es porque no se ha puesto palos políticos entre las ruedas. Esa es la terrible diferencia, la capacidad o incapacidad o egoísmo o estupidez de los políticos españoles en ejercicio. Algo que no me puedo reprochar a mí misma porque no les he votado. Al tener residencia en un pueblecito francón, estoy registrada en el como votante a todos los efectos, locales, «autonómicos» y federales.

Post Scriptum.- Después de escribir este artículo leo en «El Mundo» una referencia del libro recién publicado ¿Lugares que no importan? La despoblación de la España rural desde 1900 hasta el presente, de Fernando Collantes y Vicente Pinilla. La cita que me interesa es esta: «En el otro extremo [de la comparación estadística de migración rural] se sitúa Alemania, donde el éxodo a la ciudad durante la industrialización no vació el campo. El país germano suma hoy en día alrededor de 80 millones de habitantes y su estructura demográfica está equilibrada -no hay grandes ciudades ni vastas extensiones de terreno vacías-, lo que facilita la cohesión territorial, la financiación de los servicios públicos y la lucha contra el coronavirus». Como vecina de un pueblecito alemán suscribo este diagnóstico.

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