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Cultura y comunicación

Adiós a Canal 9

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Un modelo obsoleto de periodismo

Una reflexión de Fernando Bellón

¿Qué tiene que ver la fotografía de presentación con el tema del artículo? Lo mismo que Canal 9 con una televisión pública al servicio de la sociedad que la sufraga. 

Acabo de rescindir mi relación laboral con Radio Televisión Valenciana, donde he trabajado como redactor de los Informativos de Canal 9 y en otras ubicaciones desde 1989, cuando se fundó.

En la despedida, una de las compañeras que entraron conmigo en la casa, me decía con emoción: “este modelo se ha acabado”. Era una apreciación oportuna y penetrante, y no se refería sólo a Canal 9, una de las empresas peor gestionadas de la historia del capitalismo moderno. Otras cadenas que han sido gestionadas con éxito, rentabilidad e imaginación, también están al borde del colapso.

Hablo de las cadenas llamadas generalistas, públicas y privadas. En España, pero también en el extranjero. Un modelo de explotación se ha acabado, vive sus últimos tiempos. Lo que no sabemos es qué otro modelo le sustituirá.

Porque la razón o función esencial de la existencia de las cadenas más sólidas (nacionales, regionales, locales) ha sido la de servir de cohesión social, de argamasa social, ofreciendo dosis doctrinarias, ideológicas, o más o menos neutras, de entretenimiento e información a un público variopinto pero que comparte un espacio geográfico con identidad propia (España, Cataluña, Francia, Europa, Tennesee, Japón, etc). Y esta función continúa siendo necesaria, no hay colectivo social, grande o pequeño que no precise de una argamasa ideológica para funcionar: entretenimiento e información a la medida del grupo, y casi siempre cortada según el patrón de quien paga o manda.

Pero hoy el entretenimiento a distancia (frente al que podríamos llamar en vivo, el teatro, la música, el circo, el cine) está al alcance de todos, instantáneamente, en Internet. Y con la información pasa algo parecido: la puedes comprar en el kiosko y obtener a horas determinadas en los medios audiovisuales, y también está disponible al instante en Internet.

Un instrumento nuevo e inesperado

Internet (ver aquí estadísticas de su uso en el planeta) en sus soportes fijos (ordenadores) y móviles (smartphones, tablets, portátiles) está a punto de ser ya el instrumento cohesionador más potente, por encima de los diarios impresos, la radio y la televisión. Y como sucede con estos medios de comunicación tradicionales, el servicio que presta Internet se utiliza más para la confusión interesada que para la integración de la multitud de comunidades que pueblan el planeta.

Lo que diferencia a Internet de los medios tradicionales y le ha convertido en el instrumento con mayores posibilidades para el entendimiento pacífico y enriquecedor de los seres humanos (el viejo sueño de la Ilustración) es que permite a todo el mundo expresarse en público, y no hay forma de controlarlo, de censurarlo, en los países donde la democracia formal se mantiene viva. Este fenómeno nuevo e inesperado en la historia de la humanidad (que el que quiera y tenga medios se comunique literalmente con todo el mundo, se entere de lo que teme, y disfrute de lo que le gusta) es lo que ha precipitado la obsolescencia en los medios tradicionales de comunicación, la prensa impresa, la radio y la televisión.

El modelo está acabado. Si se mantiene vivo es por la inercia (costumbre y comodidad): es tan fácil acercarse a un kiosko y comprar un periódico que te ofrece información y comentarios ordenados, o escuchar en la radio a voces seductoras transmitiéndote información, consejos y entretenimiento, o plantarse delante de la televisión después de cenar y adormilarse poco a poco viendo lo estúpidas que pueden llegar a ser ciertas personas…

Usar Internet y aprovechar Internet, dos posibilidades

Que el 63 por ciento de la población europea, el 78 por ciento de la norteamericana, y el 34 por ciento de la del planeta “consuman” Internet (sentados ante su ordenador y toqueteando sus teléfonos inteligentes) no quiere decir que lo exploten a fondo. Además, un altísimo porcentaje de esa gran fracción de internautas son personas jóvenes, de menos de 35 años, que ni compran periódicos, ni escuchan la radio ni miran la televisión, salvo ocasionalmente. Ellos son los protagonistas pasivos (los consumidores) de la gran revolución digital de los teléfonos móviles y las redes sociales. Sugiero una ojeada a “The State of the News Media 2012”, del Pew Research Center, para entender el alcance de esta revolución. El estudio afecta a los Estados Unidos de Norteamérica, pero sus conclusiones pueden aplicarse con las debidas correcciones a Europa.

Los que acostumbran a dictar las costumbres culturales del planeta, los grandes consorcios mediáticos, los reyes de las finanzas, los organismos empeñados en regular los hábitos consumistas de las sociedades, son los primeros que se han dado cuenta de que el modelo tradicional de la comunicación se ha acabado, y hacen todo lo posible por descubrir e instaurar otro que les dé tan buen resultado como el que ofreció el ya caduco.

En busca de un nuevo modelo al servicio de los de siempre

De momento se están dedicando a enterrar ese viejo modelo. Se desmantelan las redacciones de los grandes medios impresos, de las radios y de las televisiones, y se ajustan las producciones de los programas de entretenimiento de un modo veloz y flexible: en los últimos años estamos viendo desfilar por las cadenas de televisión una sucesión formidable de programas, un incesante sistema de pruebas para descubrir un chollo mediático. Todas fracasan, porque tal chollo no existe.

En este proceso demencial se escuchan argumentos como el recientemente dado por Prisa: estamos echando profesionales para rentabilizar la empresa, y poder seguir ofreciendo productos de calidad. Esta es una de la mayores falacias emitidas en la carrera hacia la extinción del modelo tradicional. La tecnología digital aplicada a los medios de comunicación permite, es verdad, conseguir cosas que eran milagrosas hace diez años: por ejemplo, conexiones en directo con lugares remotos e inaccesibles. Pero ¿de qué le sirve a un periodista estar en el ojo del huracán y poder contarnos lo que pasa allí, si no puede averiguar por su cuenta (porque no conoce el idioma, porque no le dejan, etc) novedades y explicaciones de lo que sucede? La información que trasmite no está contrastada, en la redacción central no le exigen que así sea, quieren la notica al instante y lo más ruidosa posible.

Los grandes medios se están cargando a los estratos fundamentales de la cadena informativa, los periodistas normales y corrientes. Comprimen la redacción a un mínimo de profesionales capaces de tramitar un trabajo que las máquinas ayudan a resolver con rapidez, pero que no pueden valorar ni editar. Hoy, muchas redacciones están compuesta por una elite de editores y una nube de becarios. ¿Qué pasaría si se inventara una máquina capaz de discriminar la información de un flujo de palabras o de imágenes? Afortunadamente esto es imposible, porque la información, la cultura, es un valor añadido que pertenece al reino del intelecto, de la conciencia, algo de lo que las máquinas, de momento, carecen.

Esas redacciones ahorran sueldos y cuotas a la seguridad social. Pero limitan la capacidad de información. Véase el ejemplo de la guerra de Siria o la fantástica operación para librar a Occidente de fundamentalistas islámicos en Malí. Si uno tiene buenos contactos en Damasco o en Bamako, se enterará mejor de lo que pasa por allí utilizando Facebook o el correo electrónico. El problema es que muy pocas personas tienen buenos contactos. Así que la información que llega desde esos atribulados escenarios por los medios de comunicación o es incompleta o está manipulada.

Ningún medio puede ofrecer información fiable sin periodistas capacitados que salgan a la calle a buscarla. Los jefes de sección no pisan el asfalto, y últimamente, tampoco los becarios, que sólo sirven para cubrir huecos de un modo limitado, deficiente, por su condición de aprendices; además de no poder hacer las cosas igual que un profesional experimentado, encuentran obstáculos en hacer un trabajo riguroso, porque lo que se les pide es rapidez y colorido.

La información y la cultura no son bienes de consumo

Este panorama de los medios impresos y digitales se aplica por igual a los medios audiovisuales. Y también a su producción no informativa. Ni siquiera una industria tan potente como la norteamericana mantiene niveles de calidad en sus producciones de teleseries o de programas novedosos. Resulta un sarcasmo que las cadenas en TDT más atractivas sean las que fingen subastas espectaculares, cómo se fabrica una tabla de surf o cómo se las apaña un tipo para cruzar el Himalaya en chanclas.

Cuando la información o el entretenimiento se modelan en el patrón de la rentabilidad a ultranza, se desnaturalizan. Porque la información y el entretenimiento (es una forma de resumir en dos palabras al abanico inmenso de los productos de la comunicación) no son bienes de consumo. Son bienes creados para la cohesión social, son argamasa ideológica, política o religiosa, como lo son los bienes culturales en general.

La aparición de los medios de masas impresos “coincide” (es decir, está relacionada íntimamente) con el triunfo de la revolución industrial. A las grandes concentraciones urbanas del siglo pasado, una amalgama de clases populares, proletarios y clases medias, no les servía ya la religión como instrumento de cohesión. Ninguna iglesia, ninguna fe puede satisfacer la inquietud de las masas urbanas mejor que los medios de comunicación, desvergonzados, plásticos, capaces de cambiar de doctrina, de adaptarse a los gustos de los fieles lectores, de satisfacer sus flaquezas sin el miedo al pecado y a la condenación. No es una casualidad que la alfabetización se universalice en el siglo XX.

Luego, aparece la radio como medio de comunicación, y se añade a los periódicos de grandes tiradas. Y después de la Segunda Guerra Mundial, se impone la televisión, controlados ambos medios siempre por los gobiernos, democráticos o no democráticos.

La aparición y el desarrollo de Internet y de sus infinitas posibilidades ha sido un torpedo en la línea de flotación de los grandes medios. ¿Se ha cargado también el periodismo? Si los periodistas lo consentimos, sí habrá acabado con nuestro oficio. Y cuando digo periodistas digo operadores de cámara, operadores de equipo, productores, realizadores, grafistas, técnicos informáticos, todos los oficios del espectro comunicador.

¿Qué podemos hacer para impedirlo?

Algo nada complicado: asociarnos de todas las maneras posibles (en sindicatos, uniones, colegios, en grupos de pequeños empresarios, creando cooperativas de medios locales…, eso sí, sin distinción de oficios, no vale los periodistas por un lado y los operadores de equipo por otro) y actuar, probar, tomar la delantera a los grandes consorcios que tienen el dinero suficiente para experimentar con la tecnología. Pero como no hay tecnología sin seres humanos que la prueben y la dirijan, está en nuestras manos emprender con nuestro ingenio, nuestra voluntad y nuestra capacidad profesional aquello que las empresas están desperdiciando y tirando a la basura: miles y miles de profesionales capacitados como nunca lo habían estado en la historia. No nos dejemos marginar, no nos dejemos deprimir, descarrilar del trabajo diario. Colaboremos al parto de ese nuevo modelo de comunicación que todavía no ha nacido.

Está en nuestras manos, no en las de los poderosos, mantener nuestro oficio y nuestra dignidad.

 

 

 

 

 

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