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Agricultura y naturaleza

Francesc García, de «Ecomediterrània», en Alaquàs, Valencia

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«Producir ecológicamente no es un capitalismo verde»

Francesc García Barberà es uno de los agricultores ecológicos veteranos en la Comunidad Valenciana. Es el alma de la Sociedad Agraria de Transformación EcoMediterrània, de Alaquàs, institución también veterana. Labrador experimentado desde la juventud en los huertos de su familia, descubrió de un modo natural el cultivo orgánico. Antimilitarista convencido, ejerció su derecho a la objeción de conciencia. Su activismo y militancia le llevó al conocimiento de la ecología, y de allí el salto al cultivo biológico fue espontáneo. Su propio padre le estimuló al comprobar que, económicamente, en aquellos años, la naranja ecológica se pagaba mejor que la convencional en los mercados exteriores.

(En la foto de cabecera, Francesc García con su esposa y socia)

La Administración no cree en la Agricultura Ecológica. 

La Agroecología no arrastra votos, por eso los políticos la ignoran.

Las SPG no es el instrumento adecuado. Es algo delicado, porque parece que sea algo que queda entre amigos.

Francesc preparando unas cajas de manzanas asturianas para su clientela valenciana.

Francesc preparando unas cajas de manzanas asturianas para su clientela valenciana.

A mi familia le llamaban els perolers, porque mis abuelos tenían una cacharrería. En mi casa han sido labradores. Yo estaba estudiando, pero por las tardes o los fines de semana ayudaba a mi padre. En el 79 me declaré objetor de conciencia, y tenía mucha relación con movimientos ecologistas. Fue cuando empecé a mamar estos conceptos y planteamientos. Los fui acumulando. Fui abriendo los ojos, y sobre el ochenta y tantos, le planteé a mi padre el cultivo ecológico, y él me decía que era cosa de “modernos” ; yo le contesté que lo moderno era tirar veneno, que antes no lo gastaban en la agricultura. Reconoció que antes se echaba guano y estiércol, pero tambien que gracias a los agroquímicos la cosecha era mejor; y yo insistí en la idea de que habíamos entrado en una espiral inacabable. El caso es que empecé con los cítricos. Y como en aquella época había pocos agricultores ecológicos y sacaba algo más, mi padre no se opuso, incluso me animaba, al comprobar los beneficios. También empecé a hacer cursos. Pero como dice Alfons Domínguez, cuando uno es labrador, le cuesta menos que si empieza a cultivar desde cero. Se trata de cambiar algunos tipos de prácticas culturales, algunos esquemas. Rascar, yo he rascado siempre, porque en casa hemos gastado herbicida, pero sin abusar. Ahora el estiércol viene en granulado y hay insumos que están permitidos. No me costó el cambio porque lo básico ya lo conocía.

 

Entrevista realizada por Fernando Bellón

Muchos de los ecoagricultores a los que he entrevistado me han hablado de Ecomediterrània con cierta triste veneración .

 

Antes de ser una SAT, Sociedad Agraria de Transformación, en los noventa era Ecomediterránia Cooperativa, pero distintas circunstancias llevaron a su desaparición. Duramos cinco o seis años. La razón principal del cierre fue que un cliente nos dejó colgados con tres millones y pico de pesetas de impagados. Los cooperativistas procedíamos de lugares distantes. Esto y otras razones hicieron que los gastos se nos dispararan. Tuvimos que aparcar el proyecto.

Aunque yo seguí a nivel personal y familiar, como había trabajado antes. En la SAT actual están mi hermano, mi mujer y yo. Hay otros labradores alrededor nuestro, como una especie de satélites, que intercambiamos productos.

Las SAT son una figura legal que utilizan mucho los pozos de riego. Hay pozos de riego como SAT que funcionan casi como una cooperativa: hay un consejo o junta, se hacen asambleas… Claro, la pega es que una SAT no tiene las ayudas de una cooperativa, en eso es casi una empresa. Desde mi punto de vista, se trata de una pequeña cooperativa, pero más controlable. En nuestro caso, los tres somos de la familia.

Lo que hacemos ahora es lo mismo que cuando yo empecé a trabajar en el campo en el 84 ó en el 85. Producimos e intentamos comercializar básicamente cítricos. Tenemos un abanico de productos propios, de productos de labradores de la zona, y productos elaborados que vienen de otras partes del estado español.

Os habéis especializado en cítricos por tradición familiar…

De cítricos, cultivamos entre 40 y 50 hanegadas. Después hay algo de hortaliza, más bien poco. Y algo de secano, almendras y algarrobos. La algarroba, cuando la recogemos, la desviamos al convencional. Y la poca almendra que hay, la comercializamos nosotros.

De productos de huerta llevamos un años sin hacer nada. Nos hemos centrado en los cítricos. En la crisis hubo dos personas que trabajaban con nosotros en el almacén y tuvieron que irse, y yo me he centrado en este trabajo de almacén para ahorrar gastos. Así que llevo un año sin hace casi nada de hortaliza, centrado entre el almacén y las faenas de tractor, con la ayuda de otra persona, un ucraniano.

En verano, cuando no tenemos trabajo en el almacén de cítricos, nos centramos en las faenas del campo. Pasar el rotovátor, limpiar las hierbas… No tenemos tiempo para las hortalizas. La hortaliza la recogemos de otros labradores. La naranja es nuestra, salvo alguna al final del ciclo, cuando se nos ha acabado la nuestra.

Distribuimos en el mercado estatal. En el 95, cuando funcionaba la cooperativa, el noventa por ciento de los cítricos se exportaban. Estaban Ángel Cerveró (Terrabona), Alfons Domínguez (La Vall de la Casella), y otros compañeros. En la actualidad, ellos y nosotros, hemos invertido la proporción. Ahora el ochenta por ciento de los cítricos se queda en el estado español, y cuando llegan momentos de peligro de frío o de que los cítricos se pasen, lo exportamos a Alemania y a Francia, limón, pomelo, naranja y mandarina.

La exportación la hacemos a través de plataformas que están en Perpiñán. Tenemos clientes en Alemania que nos piden producto, y se lo llevamos a través de Perpiñan, donde ellos recogen los palets solicitados prácticamente al día siguiente de haber hecho el pedido. En el asentador de Perpiñan cargan en un camión su producto y acaso también el de otros clientes próximos a ellos.

Y a nivel estatal, va algo al norte, pero sobre todo a Madrid, donde hay muchos consumidores. Los enviamos a Mercamadrid, donde los clientes están articulados en una red; les llega el producto a las siete de la mañana, por ejemplo, y un chaval recoge los palets, que van marcados por grupos de consumidores, y dedica el día a repartir por la ciudad. A veces, puntualmente, se envía a la tienda, pero es mucho más caro. Nosotros sumimos el coste del palet hasta Mercamadrid; desde allí, los gastos de reparto los cubren ellos. Cuando enviamos verdura, la añadimos a esos pedidos de cítricos. Siempre van en frío, en un mínimo de condiciones, para que lleguen bien; eso es porque cuando los productos van a clientes de la otra punta del estado tardan más por los transbordos, mientras que los que facturamos a Perpiñán, van directos. Este transporte es algo caro porque el vehículo es especial, recoge de nuestra cámara el producto, lo conserva a la misma temperatura y lo deja en otras cámaras para su redistribución. Valencia es la peor plaza para defender los cítricos, todo el mundo los tiene, salvo alguna tiendecita a quien arreglas el precio.

Vuestros productos están todos certificados, claro.

Tenemos certificación desde el principio. Antes era el CRAE, que estaba en Madrid, sobre el ochenta y tantos. Era la época en la que se estaba regulando la certificación. Recuerdo que Alfons Domínguez era técnico el CRAE. Antes los certificados los expedían empresas privadas como “Vida Sana”. Cuando yo me di de alta, estaba regulándose en Madrid. Luego tomaron esas competencias las comunidades autónomas, y yo me atuve a la regulación, con las visitas pertinentes. Los agricultores a los que compro el producto para distribuir también tienen certificación. Alguno me dice que está tramitando el alta, pero yo le digo que hasta que no la tenga, no puedo distribuir lo suyo. Lo primero que pido siempre, sobre todo si no conozco al agricultor, es la certificación. Ahora con la crisis, hay mucha gente que va haciendo sus pinitos por libre, no se da de alta y claro, aceptar sus productos es competencia desleal.

¿Que opinión te merecen los Sistemas Participativos de Garantía?

Es algo que los que cultivamos eco hemos comentado varias veces, incluso con personas que lo practican. Yo creo que no es el instrumento adecuado. Es algo delicado, porque parece que sea algo que queda entre amigos. Es necesario articularlo bien, porque si no puede caer en esta dinámica de amigos, “yo te controlo y tú me controlas”. Valoro el papel de los técnicos, aunque entiendo que un agricultor de toda la vida puede hacer el papel mejor que un técnico. Pero el técnico es alguien independiente del colectivo, eso sin excluir a los labradores. Cuando empezó el CAECV, yo estaba como representante de la Unió de Llauradors, y pedimos que también estuvieran los consumidores, para que el control fuera más compartido, pero siempre con un margen de maniobra, de independencia, que no fuera un intercambio de controles.

Ahora hay una explosión de pequeños agricultores, que recurren a los SPG.

Es un fenómeno positivo. Con esta “crisis”, entre comillas, que padecemos, que la gente vuelva a relacionarse con el campo creo que es muy positivo. Lo que pasa es que puede haber una competencia desleal. Vas a una tienda y te dice el tendero, “mira, es que me ha llegado esto más barato”. “¿Pero es ecológico?” “Bueno, sí. El chaval cultiva en ecológico, pero no está dado de alta”. Es seguro que muchos de ellos lo harán muy bien, pero el control mínimo es necesario. A veces descubres a través de un análisis que les han salido elementos no ecológicos; ellos dicen que puede ser productos del vecino. El que compra debería de valorar este control. Sin embargo encuentro que la experiencia es positiva porque la gente se está volviendo a volcar en el campo como forma de vida, y eso hay que respetarlo.

Hay experiencias extranjeras de relación productor-consumidor que han estimulado vuestro trabajo, ¿verdad?

Sí, una en Suiza. En el 90 teníamos un “boom”, porque teníamos refugiados políticos trabajando en la cooperativa Ecomediterrània, de África y del Cono Sur, como todavía no estaba la crisis (o “la estafa”, que dicen algunos), pudimos contratar gente de fuera, porque los de la zona tenían sus trabajos. Yo propuse tirar un cable a estas personas refugiadas. Y el asunto salió en el diario “Levante” y también en una contraportada de “El País”. Nos visitaban todos los medios, La Primera, la Dos, Antena 3, TV3, Canal 9, Arte… Era una experiencia muy atractiva para la prensa.

En aquel momento, contactamos con una cooperativa de productores y consumidores de Suiza, y me gustó mucho conocer su experiencia. Al menos una semana al año, los consumidores tenían que ir a las parcelas de los productores, y realizaban el fin de semana la faena que hace un labrador. Era impresionante, porque el de la ciudad aprendía a valorar los precios que le pedía el campesino. Los de Suiza nos escribieron felicitándonos por nuestra labor, porque para nosotros producir ecológicamente no es un capitalismo verde, hay algo más detrás, producir salud para el productor, para el medio ambiente, para las personas. Si cuidas la tierra, también tienes que cuidar a las personas que trabajan contigo.

Los suizos vinieron a Valencia a comprobar cómo era nuestro trabajo y probarlo ellos mismos. Me comentaron luego que fue una experiencia positiva, porque entendían muy bien el precio de la naranja, porque no era cosa de echar un herbicida y ya está, sino de estar horas y horas con el espinazo doblado, rascando, mimando la tierra y la planta, estar pendiente del punto crítico de la fruta… Pasa algo parecido con los compradores fieles que tenemos. Cuando empieza la campaña decimos, “¿Este año respetamos el precio del año pasado? Bueno, si la campaña esta floja, subamos un poco para pagar los jornales.” Hay un diálogo mínimo entre el campo y la ciudad.

En Europa la dinámica es distinta a la nuestra. En muchos sitios, la gente tiene ese contacto con los labradores y con la tierra, y lo vive de otra manera. Aquí ocurren cosas como la que me pasó ayer. Estaba repartiendo en una tienda, y me pasan una queja de sus clientes: “Es que la uva moscatel viene my dorada y pequeña”. Y yo le digo, “Es una uva de un productor local, es la uva típica valenciana, de secano. La uva italiana es de regadío, pero no tiene el mismo azúcar. Nuestra uva es diez veces más dulce gracias al sol. Y el dorado terroso que tiene esta uva es la arcilla que se espolvorea para que el sol no la queme, cosa que en Francia no necesitan hacer. Son técnicas culturales de nuestros agricultores ecológicos.”

Eso a la gente se le escapa. Trasladan al ecológico estereotipos de la agricultura convencional. Ahora cepillamos la patata para quitarle la tierra, o lavamos la naranja, y algunos dicen que le hemos puesto cera, y es el brillo natural del fruto. Otros se quejan de que la mandarina está verde, pero al probarla descubren su error, y es que no hemos “desverdizado” artificialmente el fruto, dejamos que tome el color progresivamente, sin meterla en una cámara y echarle gas. Para conocer esto, el consumidor tiene que estar en contacto con el labrador y su trabajo en la tierra. En Europa esta experiencia de vivir el trabajo del agricultor es reveladora para el consumidor.

Aquí hay ya pequeñas cooperativas que lo van haciendo. Se fomentan las visitas al campo, los consumidores te preguntan y vienen al almacén.

Reunir esfuerzos, compartir el negocio para hacerlo más rentable resulta difícil, según parece.

Hemos empezado una experiencia de relacionarnos. A lo mejor cuaja. Algunos tienen miedo, dicen que es peligroso, que sus experiencias son negativas. Pero no toda la responsabilidad está en los agricultores, que quieran o no quieran, que puedan o no puedan combinar su trabajo. Lo que haría falta, en primer lugar es que la Administración se lo crea. Me acuerdo cuando era vocal en el CAECV por la Unió de Llauradors, hablamos con la Conselleria de Sanitat y de Educació para realizar campañas. No creían que la producción ecológica fuera a repercutir en menos gastos en sanidad. Te pasaban la mano por la chepa y te decían que sí, porque saben que eso no arrastra votos. Si la Administración se lo creyera, facilitaría el consumo, lo potenciaría con publicidad… No se trata solo de las ayudas económicas. Aquí tuvimos una experiencia en ese sentido. Suministramos al Hospital Provincial durante dos meses. Le dieron eco mediático, pero no nos pidieron mucho; al final era una caja de tomates y otra de lechugas. Les dije que dejar esos productos en el Hospital me venía de paso, pero que prefería que me dieran la dirección del médico en cuestión y se lo llevaba a su casa.

En segundo lugar, sería preciso que la sociedad adquiriera conciencia y valorara que aunque el precio de lo ecológico es algo mayor, repercute en la salud del planeta y de las personas. Como la Administración no hace campañas, te toca a ti hacer el apostolado en las tiendas: “El kilo de tomates convencionales de la tienda de enfrente es más barato, pero la mitad es agua.” Algunos dicen, “De algo hay que morirse”. Mi padre decía que todos nos convertimos en estiércol, pero si es a los ochenta años, mejor que a los cincuenta, y con dignidad, sin enfermar.

¿Por qué hay tan poca sensibilidad hacia lo agroecológico?

Vamos en el vagón de cola. En Valencia, domina el meninfotisme (me importa un comino). A veces, hablas con los labradores convencionales y te dicen, “No, si yo las verduras mías las trato lo mínimo, pero de lo demás, como quieren kilos, máquina para adelante”. Piensan eso de que si quieren bueno, bonito y barato, pues se lo damos.

¿Cómo está la agricultura ecológica en en otras regiones españolas?

Andalucía está por delante de nosotros, porque la época de coalición de los Verdes con el PSOE apostaron a dar más ayudas y potenciar los cultivos ecológicos. Algunas empresas probaron el cambio. Las ayudas eran un colchón. En Cataluña, también. Fuera de ahí la AE estará por el estilo que en Valencia.

 

 

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