Txemacán y sus imprevisibles monstruos
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Una reseña de Gaspar Oliver
“¡Señoras y señores! No olviden que el peor monstruo es el que cada uno de ustedes lleva dentro”, proclama el Profesor Jamón al despedir al público a punto de abandonar “La Barraca de los Monstruos”. Un público que sale con los ojos llenos de bichos antropomórficos obra del artista plástico Txemacántropus (José María Sanchez en el Registro Civil), y la cáustica imagen de Matías Orozco, la fiera creada por Antonia Bueno y prodigiosamente interpretada por Ana Millás
“La Barraca de los Monstruos” ha sido uno de los espectáculos presentados en Russafa Escènica (barrio de Ruzafa, Valencia), un festival en el que se coordinan las artes escénicas y las artes plásticas. Se ha representado entre el 18 y el 29 de septiembre en la galería-café Imprevisual, dirigida por Arístides Rosell. (Calle Doctor Sumsí, 35, bajo, Valencia)
Coordinación intensa y larga. Todo un verano de caluroso empeño. La dramaturgia de Antonia Bueno muestra a un tipo soez al que acaban de despedir por chorizo de una industria situada en un polígono industrial. El sujeto encuentra un euro en el suelo insalubre de un túnel de acceso al Metro, y empieza a delirar sobre lo que puede hacer con él. Los monstruos son los siete pecados capitales.
Antonia decidió envolver la historia en una atmósfera de comedia ácida, con rasgos de feria popular antigua y castiza. Ella misma interpretó el papel del anzuelo-chillón que a la puerta de la barraca atrae a los espectadores. Para ello compuso el uniforme astroso de un húsar centrifugado de una guerra anacrónica. Para ataviar al mastuerzo Matías Orozco se atuvo a la idea de la farsa clásica, porque Ana Millás incluso llevaba una máscara equivalente al prosopón del estereotipado golfo de la comedia ática, un tipo zafio, malhablado, guarro y entregado a sus más bajas pasiones. Llegar a configurarlo y personificarlo les costó a Antonia Bueno y a Ana Millás tres meses de caluroso e intenso trabajo.
La colaboración plástica necesaria, según el modelo de Russafa Escènica, no pudo ser otra que la de Txemacántropus, uno de los mejores artistas gráficos en el panorama español, y buen amigo de Antonia y del autor de esta reseña.
Txema aceptó la propuesta sin vacilar. Un compromiso que incluía la exposición de una serie de lienzos en la galería Imprevisual. Para empezar se trataba de poner siete caras a los siete pecados capitales. Txema trabajó con su fuerza de creador humilde y franco, y poseído por el don del genio (incomprendido). Conozco a Txema desde hace años y todavía no he podido averiguar de donde saca ese mundo de faunos, hadas-brujas, héroes y villanos, que entronca con la mitología griega e hindú. Txema es un tipo normal, tímido, que aborrece el estrés de la competitividad. Y en sus dibujos y lienzos lo que se representa con nitidez son los vicios y dolencias de esta sociedad volcada en el telespectáculo, en las tarjetas opacas y la sangre contaminada de los infelices enfermos de ébola.
Como algunos artistas, está tocado por el ala de una musa cruel, porque llevar dentro de uno ese mundo no debe ser nada fácil.
Los dibujos que Txema hizo de los pecados capitales fueron pasmosamente adecuados al texto de Antonia. Para Ana, representar al mastuerzo Orozco fue más accesible (aunque igual de costoso), porque la dramaturgia de Antonia y la imaginación plástica de Txema le facilitaron el camino.
A la vez, Txemacántropus componía sus lienzos quiméricos en el retiro estival de Bugarra, una localidad serrana abrazada por el río Turia y acosada por los fantasmas de bosques chamuscados hasta la raíz. Son lienzos sobrios, en acrílico negro, que a mí me parecen alusiones irónicas al romanticismo europeo y del surrealismo del pasado siglo. Pongo por ejemplo el titulado “Sueño”, que puede ser una interpretación llena de chunga (y excelentemente ejecutada) de “El sueño de Endimión”, de Girodet-Trioson. En cuanto al cachondeo surrealista, incito al lector a que visite la exposición, abierta hasta el 30 de noviembre, para comprobar por su cuenta lo que estoy revelando.
No fue una labor de coser y cantar, porque Temacántropus mantuvo incontables reuniones y conversaciones con Antonia para detallar, ajustar y redefinir sus creaciones, que fueron plasmadas en un audiovisual, proyectado a la espalda de Ana-Matías, con el que la actriz interactuó a lo largo de toda la obra. En el audiovisual intervino Javier Sánchez, otro «monstruo» del grafismo. Con su equipamiento tecnológico y con su ingenio compuso la base iconográfica en movimiento que acompañó los delirios del mastuerzo acosado por los fantasmas capitales.
Las representaciones de “La Barraca de los Monstruos” tuvieron el efecto esperado: conmover al espectador y hacerle pasar un buen rato moral y culturalmente condimentado. La obra y la exposición son un ejemplo de la excelencia que puede alcanzar un equipo humano unido en torno a una causa estética. Y a la vez un ejemplo del desinterés y la largueza que sobra a espuertas en el mundo de la creación española, donde son tantos los que aportan fuerza y genio y tan pocos, con frecuencia los falsarios, los que se llevan la tajada.