«La Crisopa», cuatro socios decididos a vivir de la ecoagricultura en Valencia
Compartir
Un reportaje de Fernando Bellón
Fotos extraídas de la página de Facebook de La Crisopa
Francesc Alemany, Anna, Marta y Joan Borrell, el primero padre de las dos mujeres, y el último, marido de Marta, forman la Cooperativa Agroecológica La Crisopa. Cultivan dos hectáreas y media de huerta del Camp de Túria, entre Liria y Marines, provincia de Valencia, y una extensión mayor en Alpatró, la Vall de la Gallinera, provincia de Alicante. Son un ejemplo más de esa red, de momento capilar, que se extiende por la geografía rural española. Y también un caso especial, porque están comprometidos con unos ideales que se realizan en el cooperativismo y el cultivo ecológico. Aseguran no haberse tomado la experiencia como una aventura o un experimento, sino como un camino hacia una realidad que esperan consolidar pronto.
Uno de sus objetivos inmediatos es poder planificar la producción de acuerdo a la demanda de los grupos de consumo ecológico que van creándose en pueblos y ciudades. Una planificación realizada junto a otros ecoagricultores.
El principal estímulo en su trabajo es el orgullo de ser davides contra el Goliat de las multinacionales, que dominan la tierra en sentido literal y metafórico. Saben que nadan contracorriente en un océano agrícola donde la semillas, los fertilizantes, los plaguicidas son monopolio de un puñado de empresas gigantescas. Pero esperan que la crisis económica devuelva al campo parte de una mano de obra que, organizada en cooperativas, puede transformar el panorama ruinoso de la agricultura. Cada uno de ellos tiene un oficio, que se oferta dentro de la línea de trabajo de la cooperativa. Además de cultivar verduras, hortalizas y frutas, realizan trabajos de campo (nunca mejor dicho), son agrimensores, organizan encuentros sobre la materia de su trabajo, y mantienen algún jardín en el Camp del Túria.
En este reportaje, Francesc y Anna cuentan el proceso de formación y las primeras experiencias de su trabajo en cooperativa. Lo que sigue es la transcripción de una conversación mantenida en valenciano.
El proceso de Anna
Anna.- Yo he estudiado Trabajo Social y he estado trabajando en eso y en temas de cooperativismo, y al final en temas de cooperación internacional. La última experiencia fue en Paraguay. Estuve un año. Yo tengo un arraigo familiar en la agricultura, los bancales de olivos, almendros y cerezos de la Vall de la Gallinera. En Paraguay, yo trabajaba con niños de la calle, y esa problemática estaba muy ligada a la problemática de la tierra. Paraguay es un país donde toda la tierra pertenece a multinacionales, que plantan soja y maíz transgénicos, que fumigan con avionetas por encima de los indígenas y de los agricultores. La gente muere por eso. Y estando tan fastidiada la situación allí hay una unión y una lucha a muerte por recuperar la tierra, realizada por los propios agricultores.
Mucha tierra es de empresarios brasileños, extensiones enormes plantadas de lo mismo. Y los dos colectivos más afectados por son los guaranís, los indígenas de allí, a quienes les ha sido sustraído terreno sin cesar, de modo que no pueden vivir según su forma de entender la vida, y por otro lado, los campesinos. Sobre todo después del golpe de estado en Paraguay, que se cerró con una masacre, cuando yo ya había vuelto aquí. [El fenómeno es conocido como “Golpe de Estado Parlamentario”, que destituyó al presidente Fernando Lugo en 2012.] Hubo una masacre de campesinos en Curuguaty. Fue la excusa para acusar al presidente electo, Fernando Lugo, de ser responsable, algo falso según mis fuentes de información; y le quitaron mediante un golpe de Estado y pusieron a otro presidente. Los campesinos están con el presidente anterior. Mercosur y otras agrupaciones de países de la zona no reconocen el nuevo régimen, que consideran ilegítimo.
Así que combinando esta experiencia en Paraguay con los agricultores y las raíces familiares, la preocupación que sentía de que mi padre se hace mayor, que tendré que llevar las tierras, cómo me pongo de acuerdo con mi hermana… Entonces vuelvo de allí después de un año, una estancia deliberada para arraigarme más aquí a la vuelta, y empiezo a plantearme la idea en el nuevo entorno.
El entorno érais 15 personas, amigos y familiares, ¿es así?
Anna.- Sí. Yo formaba parte de una huerta comunitaria, La Verdolaga, de Marines, y se apuntaron a la idea tres o cuatro personas. También lo comentamos con otros grupos de gente que hacían algo parecido, y empezamos con las primeras reuniones. Fue en el verano del 2011. Cuando se concretó un poquito, bajamos a siete personas, ¿no?
Francesc.- Empezamos 13, y enseguida bajamos a 9
Anna.- Y también hubo bajas por situaciones personales. Había algunos que no podían implicarse en un proyecto que consistía en trabajar muchas horas todos los días de la semana para darle el primer empujón, porque tenían un trabajo, por ejemplo en una obra.
¿Qué formación profesional tenían estas quince personas iniciales?
Anna.- Había de todo. Con experiencia agrícola, Joan [cuñado de Anna, marido de su hermana Marta], un agricultor de toda la vida, que sigue con nosotros. Y otras dos personas, igual, más un ingeniero agrónomo.
Francesc.- Y un perito…
Anna.- Cuando nos quedamos cuatro, y de la misma familia, pensamos, igual hay que reestructurar algo, igual en lugar de cooperativa nos conviene hacer una empresa familiar… Pero es que la forma en que nos gusta hacer cosas es el cooperativismo. Nos cuadra muy bien esa forma de trabajar. Funcionamos así desde agosto del año pasado, 2012.
Francesc.- En concreto, el 20 de setiembre.
El proceso de Francesc
Francesc.- Yo he sido de vocación, labrador, y de profesión, maestro. Yo pasé seis años en París con mis padres, que eran emigrantes, entre los 12 y los 18. Estudié allí. Yo volvía durante las vacaciones, y luego regresaba a Francia, aunque quería quedarme. Tenía dentro un germen. Y también otras circunstancias personales mías. Todo ello hicieron de la tierra un aliciente y una vocación. Mis padres, mis abuelos, mis bisabuelos y todavía antes, en la Vall de la Gallinera mi familia se ha dedicado a la tierra. También me dedique al teatro. Formé parte de la primera fase del P.T.V. [P.T.V. CLOWNS, compañía fundada en 1971], en la década de los setenta, el teatro independiente que iba por los pueblos, hacíamos la representación y cobrábamos con una invitación a cenar. Soy maestro y ahora estoy jubilado. Y por fin me estoy dedicando todas las horas que puedo al tema de la agricultura, en un proyecto tan apasionante como el que han montado mis hijas y mi yerno. Estoy asociado a la cooperativa. Entre eso, y un nieto que tengo ahora y un hijo (de acogida) de ocho años, son las pasiones de mi vida presente. Esa ha sido mi evolución. El contacto con la tierra no lo he perdido nunca.
¿Las cosechan que conseguís son un beneficio y un estímulo suficientes para vosotros, os dan para vivir?
Francesc. – Habría que acotar el concepto de “vivir”. Se puede vivir de muchas maneras. Hay gente que vive con dos reales y gente que necesita millones para vivir. La pregunta que has hecho es muy difícil. Los agricultores de toda la vida se la han planteado: ¿cómo hago para vivir de la tierra? No hay ni fórmulas mágicas, ni está escrita la solución en ningún libro. Cada realidad es diferente. Nosotros echamos mano de la pasión que tenemos por la tierra. Nos gusta la tierra, nos gusta el País Valenciano y nos creemos estas cosas de vivir de la tierra. En mi caso personal porque he visto a mis antepasados hacerlo. Mi propio padre, cuando venía en el verano de Francia, hacía reformas y cosas así, y cuando se jubiló trabajó la tierra hasta los 80 años. La cuestión psicológica son las raíces que uno lleva.
Y también el convencimiento ideológico. Si la tierra es lo que nos alimenta, sabemos que es un arma poderosísima, controlar eso de la alimentación. Es lo que hacen las multinacionales, con los transgénicos, con las semillas; y obligan al labrador a ir a parar a ellas. Así que nosotros luchamos en esa línea: la tierra, la producción y la sostenibilidad. Está muy bien tener sueños, pasiones, ilusiones, pero si no lo haces rentable, es decir, que te permita vivir de ello, como decía, acotando siempre lo que significa para nosotros “vivir”. En ese proceso estamos. La parte psicológica la llevamos dentro, y trabajamos la parte económica.
Llevamos dos años. Intentamos que se consolide y que salgan los números. A base de muchísimas horas de faena, poco jornal y procurando que la inversión sea la menor posible y adecuada a nuestra realidad. Podíamos hacer un planteamiento a lo bestia, pedir un préstamo, hacer una inversión y que luego se vaya todo a hacer puñetas. No. Queremos algo armónico, congruente, y que llegue a buen puerto. No estamos experimentando. Queremos consolidar una realidad.
¿Cuáles son los estímulos psicológicos y físicos de Anna?
Anna.- Me conforta saber que estamos creando un proyecto conforme a lo que creemos que debe ser, lo estamos fortaleciendo y tirando de él hacia delante. Eso simplemente es una satisfacción enorme. Decimos, queremos trabajar juntos, en cooperativa, y ahí estamos, profundizando en el cooperativismo mediante la agroecología.
Cada uno tiene una historia diferente. Joan [el cuñado] ha estado siempre en la agricultura convencional hasta que dio el salto. Personas con diferentes perfiles hemos conseguido trabajar juntos, con todas las ventajas que eso conlleva. Yo soy muy fan del cooperativismo; es difícil llevarlo a cabo, porque las personas somos complicadas. Pero si consigues ese grupo con el que avanzar, es superenriquecedor. Primero, ya no soy yo sola contra el mundo, segundo, es una visión mucho más amplia, las decisiones se toman en grupo, cuatro cabezas pensando y cada uno haciendo su propio análisis; a la vez, se planifican mucho mejor las cosas.
También da satisfacción el aprendizaje, ver cómo cada vez lo haces mejor, como la mata de tomates de este años es mejor que la del año pasado… El hecho de estar al aire libre es maravilloso. Sí, madrugas, de lunes a domingo, a veces estás sola, pero para mí es un lujo. Y también lo veo como una forma de lucha, de decir, no me gusta cómo están las cosas, quiero hacer algo para que cambien.
Y sobre la rentabilidad, lo mismo. Conforme pasa el tiempo y nos organizamos mejor, esto da más. Creo que si continuamos como hasta ahora podemos vivir de esto. Sé que nunca seré millonaria con este trabajo y que me dolerá la espalda. Pero es una forma de ganarse la vida, se puede vivir de esto, va saliendo poco a poco… Claro, ahora hay muchos gastos y los beneficios son escasos. Pero no gastamos casi nada en la comida. Y veo que cada vez da más. Y a medida que hacemos reuniones, detectando errores, saliendo a mercados ecológicos, donde te encuentras con gente que busca lo que tú produces. Lo que yo persigo es poder vivir dignamente, con un salario normal.
¿Creéis que muchas de las experiencias como la vuestra, registradas aquí y allá, tienen perspectivas de arraigar, o sobrevivirá sólo una minoría?
Francesc.- Lo que yo veo es que esos dos millones y pico de jóvenes en paro, esa realidad tan cruda y tan agria, ha obligado a muchos jóvenes a caminar por la línea de buscar una salida en el mundo de la tierra. Porque la mayoría de las experiencias que yo conozco, salvo algunas personas mayores que llevan tiempo dedicadas a la agricultura, esa mayoría son jóvenes. ¿Por qué han llegado ahí? Porque no hay trabajo en otros lugares. De todas esas experiencias quedarán las que sean capaces de hacerlo de forma sostenible, armónica. Si empiezas a hacer cosas descabelladas y sin sentido, tarde o temprano fracasarás.
¿Piensas que serían muchos los jóvenes que se dedicarían a la agricultura convencional si tuvieran la oportunidad de hacerlo?
Francesc.- Existe una huida de la agricultura. Los que vuelven, lo hacen a la agricultura ecológica. La otra agricultura está totalmente controlada por las multinacionales. Para mí no tiene atractivo. Yo hablo con labradores de mi pueblo, y como me ven a mí quitar la hierba con un desbrozador mecánico, dicen, “eso de la agricultura ecológica… Yo cargo la mochilita con herbicida y con dos mochilitas lo arreglo”. Yo les contesto siempre lo mismo: “el precio que me cuesta a mí eso, no estoy dispuesto a pagarlo”. La contaminación y hacerles el cul gross [dar satisfacción] a las multinacionales. Ese es el precio. Claro eso tiene una componente ideológica mía, personal, muy profunda. Y le da a mi trabajo una dimensión especial: una forma de luchar contra las multinacionales.
Anna.- Es también plantar semillas tradicionales y recuperarlas. Se han perdido un montón. Una animalada de variedades de hortalizas se ha perdido, no sé la cifra exacta. Más o menos en los últimos 30 años se ha perdido el setenta por ciento de lo que había. Sólo en hortalizas, tomates, maíz, todo. Antes, cada pueblo tenía su propio tomate o alguna hortaliza de allí, con semillas aclimatadas al terreno, Y se ha perdido muchísimo, debido al montaje de la industria agroalimentaria de hoy en día. Al labrador le quedan pocas opciones. A pesar de que ahora parece que ha habido una explosión de consumo ecológico, cosa que acompaña nuestro empeño y está muy bien, hasta ahora, el consumidor no tenía mucha preocupación en el tema de la pérdida de variedades, que para mí es fundamental. Estamos hablando de que nuestros descendientes no podrán probar las variedades perdidas. Es una fuerte riqueza natural, perdida por la dinámica del mercado.
¿No tenéis problemas de exceso de producción, lo vendéis todo?
Anna.- Sí, más o menos va saliendo. Hay tres vías. Una es las cestas con productos, otras es el mercado, otra, las personas que también tienen huertecito en casa pero necesitan, por ejemplo, tomate para hacer conservas, y vienen aquí a recogrrse su cosecha. Eso suelen hacerlo los viernes. Y por últimos hay grupos de consumo, que es hacia donde apuntamos. Se trata de planificar el cultivo. Nos pueden decir, yo para la temporada próxima de las coles quiero cien lombardas para hacer pickles [encurtidos] o para hacer conservas. Eso es una cosa que motiva. Yo aspiro a que podamos trabajar de esa manera la mayor parte de la producción, planificándola.
Encuentro que los grupos de consumo están todavía un poco verdes. Pero no hay que agobiarlos, porque acaban de nacer y se tienen que potenciar. Les hablas de planificación de cultivos, y todavía lo encuentran raro. En Cataluña está superasumido.
¿Conoces la geografía de la agricultura ecológica en España?
Anna.- No me atrevo. Sé que en Cataluña hay una multitud de grupos de consumo, de cooperativas pequeñas como la nuestra. En Madrid también hay. Cuando antes hablábamos del origen de nuestra cooperativa, una de las primeras cosas que hicimos fue formarnos en cooperativismo. Fuimos a Madrid, a un curso de cooperativismo, con una cooperativa que trabajaba en jardinería y acababa de abrir la línea de agricultura ecológica. No conozco más. En el País Vasco sé que hay bastante, en Galicia… En el Sur, me suenan más invernaderos.
Francesc.- En Andalucía la producción de aceite tiene cooperativas.
Ofrecéis en la página web posibilidades de trabajo en jardinería, asistencia técnica topográfica, investigación municipal, trabajo con escuelas y creación de jornadas.
Anna.- Eso es ya una realidad. Una de las posibilidades del cooperativismo es que te permite potenciar las capacidades de los socios. En nuestro caso, mi hermana Marta es topógrafa, y la cooperativa asume su trabajo. Mis estudios de Trabajo Social me permiten hacer estudios de campo relacionados con la agricultura; hemos hecho un estudio sobre el mercado de Godella, entrevistamos a muchas personas del pueblo cara a una ampliación que vamos a hacer, con productores locales, vino, conservas, etc. Ese estudio lo hizo La Crisopa. Llevamos también un par de jardines, aunque no queremos más de momento, porque la prioridad es la verdura. Y jornadas, hicimos una aquí de puertas abiertas el año pasado, en la que estuvo Jesús Sanchís, un labrador ecológico de los más veteranos, que se centró en las variedades de la cebolla, y Pep Roselló, el mayor experto en variedades locales, que trabaja en la estación experimental agraria de Carcagente, donde conservan mucha variedad tradicional.
Francesc.- Nos juntamos aquí cuarenta personas. Tuvimos que montar unas carpas.
Anna.- Ahora en septiembre toca la siguiente. Pero tenemos tantos frentes, que igual se queda para octubre. También colaboramos mucho en el diario comarcal. Todo ese tipo de cosas, de establecer vínculos, yo hago esto, tú haces aquello, y en qué nos podemos ayudar. En el diario comarcal nos publican una vez al mes lo que hacemos y nosotros les ayudamos una vez al mes a repartir [se trata de un periódico impreso].
Experiencia acumulada
Anna.- En nuestro caso es un proceso capilar que se va haciendo venoso. Lo noto. Estamos fortaleciendo nuestras capacidades particulares, extrayendo algunas nuevas, y cada día nos comunicamos mejor, la forma de trabajar es más ágil. Porque, aunque seamos familia, al principio es duro. Es difícil ponerse de acuerdo. A lo mejor yo digo una cosa y el otro lo entiende de otra manera. Y después del recorrido que llevamos, yo veo que vamos a mejor.
¿Ha habido un tirón ecológico en los últimos tiempos?
Anna.- Seguro. Ha habido varias generaciones. Si hablas con Jesús Sanchís te puede comentar mejor los principios. Ahora hay más gente de mi edad cultivando, más grupos de consumo. No sé muy bien las causas, pero en los últimos dos años se ha producido una explosión
Francesc.- Por la realidad social. El paro. La crisis económica. La gente necesita comer, se planta con 35 años, y están en casa de los padres comiendo de ellos. Eso es terrorífico, es una tortura.
Anna.- También hay una línea de pensamiento de las personas que deciden implicarse en esto. En términos globales, hay más consumidores que piensan en lo que comen, algo que antes no se tenía en cuenta. Hay mayor organización entre labradores.
¿Por qué es tan difícil salir de lo capilar, encontrar a veinte personas dispuestas a batirse el cobre juntas en la agricultura ecológica?
Anna.- Que tengan la misma idea y se pongan a trabajar, es posible. Pero 20 personas en el mismo huerto, creo que eso no es una buena solución.
Bueno, pues en una huerta enorme. ¿O hay una cifra de campesinos ecológicos ideal?
Anna.- Nuestra idea es consolidar lo que tenemos, y a partir de ahí colaborar desde la autosuficiencia. Colaborar con otros labradores que tengan su huerto y cada uno con sus artes propias, y aglutinaremos en lo que queramos. Por ejemplo, planificar cultivos, intercambiar semillas o productos para la siembra como hacemos ya con las patatas. Tiene que ser así. Yo no veo a todo el mundo en el mismo huerto. Quizá por la experiencia que he tenido.
Francesc.- Yo no soy sicólogo ni antropólogo, pero conozco la dimensión social del labrador. A riesgo de equivocarme creo que la faena del labrador es muy individual. Cultiva su tierra, en renta o propia, y vende por su cuenta lo producido. Romper eso cuesta mucho. Por otro lado, las experiencias de cooperativismo agrícola de los últimos veinte o treinta años han sido un desastre. Es cierto que hay cooperativas que funcionan muy bien, pero conozco cooperativas de pueblos pequeños que han sido la salvación en un momento. Por ejemplo, la cooperativa de mi pueblo, Alpatró, que empezó con una pasión enorme de la gente. Yo iba de niño a preparar cestas de cerezas. La cooperativa fue subiendo, subiendo, y llego un momento en que empezaron las luchas intestinas dentro de las cooperativas. Y cuando llegó la democracia y los partidos, más todavía. Así que mi experiencia personal de cooperativas me da a entender la dificultad de hoy de unir a los labradores. Ha habido experiencias traumáticas, y hay muchos labradores que han estado en cooperativas durante veinte años, y al final se han cerrado por diferentes razones, y a estos labradores no les puedes hablar de cooperativismo, te envían a hacer puñetas. Ya de por sí es difícil conseguir que se acepte el concepto de colectivo. El componente ideológico es muy fuerte. La experiencia no ha sido grata, no ha sido positiva… Ahora hay algo que sí es positivo, la juventud. Los jóvenes son los que se están incorporando a este mundo.
Hay relevo
Anna.- Eso es una maravilla Una de las cosas que se decía hace unos años del campo era eso, no hay juventud, no hay relevo. Y muchos de los que estamos empezando ahora somo jóvenes. Eso está muy bien. Pero al forma de funcionar tiene que partir de la colaboración desde la autosuficiencia. También hay mucho que hacer con el carácter del ser humano. Aprender que lo que vale es la palabra de uno, que lo que tú dices es lo que harás. Si no, es un juego de niños, es perder el tiempo. Claro, yo creo que eso pasará en todas las cooperativas, las agrarias y las que se dediquen a otra actividad económica.
Pero por encima de todo, para mí la forma es el cooperativismo. Me cuesta explicarlo con palabras. Es lo que te llena. No soy una loca que esta noche he pensado, voy a plantar veinte hanegadas de patata, no. Es el fruto de un grupo que está trabajando en esa línea y que puede hacerlo. Estamos rodeados en esta zona de personas con el mismo objetivo de nosotros, formamos una red. Pero todavía no podemos hablar de “la Agrupación de Agricultores Ecológicos de Camp de Túria”. Está Luis, por su cuenta, está Pau, están Sati y Carlos de La Pobla [de Vallbona], está l’Hort Sostenible en Náquera, están Susana y Manuela de Godella, los de Ecoturís, Ester y Andrea en Picassent, Ángel y Eva, también en Picassent, desde hace más tiempo; y más a lo grande, más antiguos, Jesús Sanchis, Silvestre, en Cases de Bárcena y Vinalesa, Oscar en Bétera, que planta un solo cultivo y lo vende a una cooperativa de Bélgida, una cooperativa convencional que ha asumido el tema ecológico de un modo colateral. Hay muchos. Pero si te has fijado, hay muchísima tierra abandonada.