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Agricultura y naturaleza

Introduciendo hábitos agroalimentarios en Agullent

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II Fira  de la Biodiversitat Cultivada, Llavors, Ecologia i Cultura Agrària

Una reseña y fotos de Gaspar Oliver

 Que en torno a cien personas (la mitad mujeres) se reúnan un fin de semana en Agullent, una localidad valenciana de tradición agrícola, y participen activamente en una serie de actividades sobre los cultivos orgánicos es harto significativo. Indica que la preocupación sobre la biodiversidad, la alimentación, la soberanía alimentaria, los bancos de semillas se ha transformado ya en ocupación, y que la fuerza que impulsa un cambio de sistema agrario es cada vez mayor y está más cohesionada.

Se trataba de la II Fira de la Biodiversitat Cultivada: llavors, ecologia i Cultura Agrària. El adjetivo “cultivada” es el que define el propósito del encuentro: conocer experiencias, intercambiarlas, debatir problemas comunes, iluminar soluciones. El centro de atención de la feria ha sido menos la teoría y la doctrina que la práctica: qué hacen y cómo lo hacen los agricultores orgánicos, aunque la sustancia ética ha estado presente en todas las actividades.

 

Lola Vicente, de CERAI, moderando el debate

Lola Vicente, de CERAI, moderando el debate

La feria ha sido una organización laboriosa y conjunta:   Llavors d’Ací, CERAI, La CEVA, Arrel, Banc de Llavors de la Vall d’Albaida, Plataforma per la Sobirania Alimentària del País Valencià, SEAE y Periféries, y con la colaboración de COAG, La Unió de Llauradors i Ramaders, Asociación Albar, La Codolla, Slow food, Granja la Peira, Coop V. La Casella, Sembra en Saó, Ajuntament d’Agullent y la Generalitat Valenciana. 

Esta crónica se centra en algunas de las actividades que se desarrollaron en la Casa de la Cultura de Agullent el sábado, día 18 de octubre. Hubo más de las reseñadas, cosa que indica la trascendencia del evento. Me limito a glosar las que presencié.

La Xarxa (red) Llauradora de les Comarques Centrals (sur de la provincia de Valencia y norte de la de Alicante, incluyendo la costa y el interior) presentó su Sistema Participativo de Garantía, mediante el cual los agricultores distribuyen sus productos en los mercados o se los intercambian entre sí, sin basarse en el certificado oficial del CAECV (Comité de Agricultura Ecológiva de la Comunidad Valenciana), aunque algunos de los integrantes de la red sí lo poseen, porque se dedican a la exportación o a la venta nacional.

El tema es decisivo, porque se trata de apoyar la supervivencia de los pequeños agricultores. Y también es polémico. Participaron en el debate, rico, ordenado, más de sesenta personas, labradores, consumidores, técnicos agrónomos, técnicos medioambientales, elaboradores de productos envasados, permaculturistas, activistas de ONGs.

Lluís Blasco, de La Vall Bio, Carrícola, y otros miembros de la Xarxa hicieron la presentación. Nació, dijeron, de un modo espontáneo, partiendo de las relaciones ya existentes entre productores y consumidores de la zona. Se propusieron darle una forma al hecho. Confesó Lluís Blasco que temieron abrir las puertas a desconocidos, y por eso se limitaron a echar a andar con los labradores ya interrelacionados, para garantizar la seguridad del sistema. De momento, han creado un sello basado en la confianza y en la proximidad. Se quejó Lluís de la falta de amor a lo propio que existe en la Comunidad o País Valenciano. Este es el mayor obstáculo para que las iniciativas agroecológicas, que suponen un bien social objetivo, tarden en prosperar y en difundirse. Lo cierto es que en países similares al nuestro como Francia o Italia, y también en otras partes de España como el País Vasco o Cataluña, el fenómeno agroecológico ha calado en una parte significativa de la población. Los consumidores se acercan a las explotaciones agrarias para conocerlas, y el contacto directo y sus efectos divulgativos son algo más común que excepcional.

Alberto Llopis, Amparo, Piero Carucci y

Alberto Llopis, Gemma Pella, de l’Arrel, Piero Carucci y Lola Vicente, ambos de Cerai, en la exposición de semilas

 

Defendió Lluís Blasco que no hay agricultor “pequeño”, porque el trabajo que realiza es ingente, y que hay que centrar la adjetivación en los límites de su producción.

Los defensores del Sistema Participativo de Garantía valoraban sus ventajas: las visitas de inspección sirven al agricultor porque escucha ideas y consejos, mientras que las visitas de los inspectores del CAECV son protocolarias, y no dan información útil al agricultor, quizá porque piensan que no la necesita. Alguno de los partidarios de los SPG dijo que confiarse al CAECV es “engrasar la maquinaria burocrática contra la que estamos luchando”.

Hubo participantes que quisieron saber cuáles eran los métodos empleados en la supervisión. Uno de los puntos del programa del debate se centraba en describirlos, pero el asunto quedó apartado ante la avalancha de intervenciones de quienes argumentaban a favor o menos a favor (nadie negaban la validez de los SGP) del sistema. Se destacó que, en la práctica, la participación de los consumidores en las supervisiones es mínima, se subrayo que los SPG no certifican un producto, sino una forma de trabajar para cultivarlo. Se mencionaron a toda velocidad los artículos del reglamento, que son más una declaración de intenciones que un formulario práctico, que al final no se tocó, aunque existe.

Diversos participantes indicaron sus puntos de vista sobre el asunto, desde los que sostenían que la clave está en la relación consumidor-productor, hasta quienes sugerían la formación de cooperativas que pudieran abaratar costes como, por ejemplo, el transporte.

Dani Martínez, agricultor de Ecollaures i Horta i Salut, agilizó el debate con reflexiones sugestivas. Si sellos como los presentados por la Xarxa Llauradora, dijo, sirven para garantizar la confianza de quienes se conocen porque viven cerca, en cuanto se sobrepasan ciertos límites geográficos, el sello se convierte en una marca.

Por su parte, Carles García, agricultor de Pego, defendió la idoneidad del CAECV, al que ha pertenecido y conoce bien. Aseguró que recela de la confianza ciega, porque a su puesto de frutas y verduras ecológicas de Dénia suelen acudir agricultores convencionales haciéndose pasar por orgánicos para colocarle productos que no pueden vender en el mercado convencional.

Se coincidió en el hecho de que a quien hay que demostrar la calidad ecológica de lo que compra es al consumidor “normal”, no al convencido. Se argumentó que al haber aumentado el número de cultivadores orgánicos y en consecuencia de productos, los Sistemas Participativos de Garantía son un elemento útil para la promoción. Esto requiere dinamizar la sociedad, aguijonearla, luchar por una sociedad más participativa. Algo difícil, porque, como informó una miembro de una asociación de consumidores de Alcoy, ha tenido bajas porque no dan el paso participativo.

El que firma esta crónica subrayó la importancia de la ayuda, colaboración, subvención o proyecto técnico-político de los gobiernos locales, autonómicos y nacional. En su mano está la llave de publicitar y defender la agricultura ecológica con mayor fuerza.

El debate tuvo una riqueza y una profundidad inusuales. Se discutieron desde asuntos ideológicos, éticos, políticos, hasta detalles como que la confección cerrada de las cestas que los agricultores ofrecen a sus clientes no favorece la compra, porque el consumidor se encuentra con cosa que o no le gustas o no utiliza. El argumento en contra era que ofrecer productos nuevos era una forma de darlos a conocer.

En resumen y conclusión, es evidente que todos los que asistieron a esa cita conocieron de primera mano la Xarxa Llauradora de les Comarques Centrals, su SPG, y tuvieron la ocasión de aportar su propia experiencia y capacidad reflexiva a un tema básico en el futuro de la agricultura biológica.

Juanito "Bohigues", Federico y Juan Clemente

Juanito «Bohigues», Eduardo, Federico y Juan Clemente

Sabios y amigos

La hora de la comida no dio reposo a este cronista. Tuve la fortuna de sentarme al lado de Carles García, agricultor y vendedor de Pego-Denia y de Pep Roselló, ingeniero agrónomo y activista de Llavors d’Ací.

Recibí una lección magistral de cómo funciona la astucia y la codicia de las multinacionales agrarias. Expertos en semillas locales, contaron cómo los intereses de empresas vinculadas a la monarquía marroquí y a ciertas multinacionales, están imponiendo en el campo valenciano y no valenciano una variedad de naranja de marca Nadorcor. Venden plantones a millares, y cobran sus derechos de propiedad también en la producción que el agricultor obtiene y vende de ellos. Es un negocio redondo, porque las variedades tradicionales de la naranja tienen dificultades de venta y distribución, y las Nadorcor, más vistosas y oportunas en la temporada, se colocan con más facilidad. Otros temas jugosos salieron en la conversación.

La sabiduría de personas como las citadas fue un anticipo de la que vino después. En un auditorio al aire libre, situado en el estupendo jardín del municipio, los organizadores de la feria habían reunido a tres personas mayores que respondieron a las preguntas de Juan Clemente, de Plataforma per la Sobinaria Alimentària del País Valencià, ante un público atento sentado en las gradas, compuesto en su mayoría por jóvenes.

Atentos a las palabras sabias

Atentos a las palabras sabias

 

Eduardo, un veterano agricultor de Castelló de la Ribera (Valencia) que ha cultivado la tierra al modo tradicional durante 65 años, hizo un relato de su vida y experiencias. A los nueve años empezó a recoger naranjas en los huertos familiares. Y a partir de entonces no paró de hacer faenas agrícolas relacionadas con los cítricos, otros frutales y también verduras. Al volver del campo, iba a clase de solfeo, y a última hora iba la escuela, luego cenaba y se metía en la cama muerto de cansancio.

Eduardo se manifestó radicalmente contra el riego por goteo, que según él arruina el campo, porque saliniza la tierra y aumenta su PH. Alguien le preguntó que qué podía hacer si no tenía agua de pozo o de riego. Eduardo no se apeó de su razonamiento. También acusó al ex-ministro de Agricultura del gobierno central, Miguel Arias Cañete, de haber permitido la introducción de los transgénicos en España, único país de la Unión Europea donde se cultivan, Dijo que esto no se lo perdonaría nunca.

Otro sabio era Juanito de sobrenombre «Bohigues», espardenyer (alpargatero) de Benisoda, pueblecito de la Vall d’Albaida Se mostró orgulloso y a la vez apenado de ser el último alpargatero de la comarca. En su juventud los trescientos vecinos de su pueblo y también otros de los alrededores se dedicaban a trenzar cáñamo, a fabricar zapatillas y otros objetos domésticos y agricolas. El esparto lo traían de Hellín, en Albacete, y también lo recogían de la comarca, los montes de Bocairent, Ontinyent y más lejos, de Fontanars dels Alforins.

El último, sabio, Federico, más joven que los anteriores contó su experiencia de recuperación de oficios en la zona, que se extiende a rehacer viejos hornos o neveros, y lo refleja en documentales.

El intercambio con los espectadores fue fértil y copioso, a pesar de la distancia que separaba a la mesa de las gradas. Fue imposible acercar la primera a las segundas porque el sol que caía era de justicia, en este raro fin de semana otoñal que, al parecer, está provocando plagas inusuales en las huertas.

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