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Cultura y comunicación

Las Fuentecillas de Nuremberga

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Una instalación en un jardín para niños en el foso de la muralla

Texto y fotos de Fernando Bellón

Núremberg está lleno de fuentes con pequeños grupos escultóricos, algunas de un estilo que recuerda a las Fallas de Valencia. Los responsables del mobiliario urbano han querido dar a estas figuras un aire anacrónico, acaso como evocación de las antiguas “fuentecillas de Nuremberga”, que Ortega y Gasset glosó en un artículo de “El Espectador”, que recuerdo haber leído siendo joven.

El castigo norteamericano a la soberbia nazi le costó a Núremberg, ciudad emblemática de aquella banda de locos asesinos, la ruina. De algunos hermosos edificios no quedaron ni las fachadas. Hasta los años 60 no se reconstruyeron las hermosas murallas. Desde entonces, la vieja villa medieval ha recuperado su tejido urbano e industrial prebélico, y nuevos barrios se han extendido por todas las latitudes, con sus centros comerciales y sus plazas con fuentes y áreas de recreo infantil. Modestos grupos escultóricos se muestran entre setos y árboles ahora mismo deshojados.

Sellos de antigua grandeza.

Digo modestos porque al menos lo parecen. Ignoro quién los ha forjado, quién los encargó y cuánto pagó por ellos. A lo mejor costaron una fortuna y sus autores son famosos artistas internacionales. Sin embargo, para el transeúnte son bonitas formas de una estética reconocible, medio cubista, medio informalista, que alguna vez ha podido ver en un museo local o en algún documental de la televisión culta.

Los museos son cementerios del arte, me dijo Renau hace 36 años. Desde entonces, los directores de estas instituciones los han convertido, primero en catedrales del arte, y luego en galerías donde se suceden exhibiciones de beatos o santos de la Iglesia Cultural Postmoderna.

 

Uno de estos días, bajando por Marientorgraben, me topé con la Kunsthalle, un templo del arte que no conocía. La exposición se titulaba «Goldrausch», que en español se interpreta como “La Quimera del Oro”, y contiene piezas incalificables (podría agotar un diccionario de sinónimos para describirlas, no serviría para nada) de Beuys y de otros artistas venerados.

Una instalación de la artista Alicja Kwade

 

Me preguntaba cosas sencillas, ¿qué calidad o naturaleza estética tienen cuatro cajas de viejas películas de Charlot amarradas por un cordel, hecho creador que se atribuye a Beuys? ¿Qué valor añadido cultural tiene una instalación de figuritas de porcelana sobre la colección de un aficionado en las vitrinas de su aparador doméstico? ¿Qué diferencia, estéticamente hablando, a media docena de lápices gigantesco colocados en un jardín infantil del foso de la muralla de Núrember de una silla ruedas manipulada por Beuys, e instalada en el Germanisches National Museum? No es que le tenga manía a Beuys, es que son las fotos que tengo disponibles como ejemplo.

 

 

Una silla muy historiada.

Ahorrémonos la indescifrable retórica de los comisarios y conservadores (tiene gracia que se llamen así, siendo el colmo del progresismo), e intentemos entender lo que vemos, no lo que nos describe la endiablada técnica académica. Vemos productos que no rechaza nuestra vista, educada en la modernidad, aunque quien las mira carezca de estudios especializados; y los identificamos con un escenario urbano del que formamos parte o que nos pertenece, igual que formamos parte de la publicidad y pertenecemos a ella. Es algo que nosotros no hemos decidido: la publicidad llueve sobre nosotros, y tampoco hemos participado para nada en la selección de las caprichosas esculturas urbanas o de las sagradas exhibiciones públicas. No es que pudieran decir mucho los ciudadanos de las ciudades del siglo XIX, que se llenaron de estatuas de héroes recreados. Pero al menos eran una referencia contundente de la realidad social que les tocaba vivir y padecer: guerras, conquistas coloniales, exaltación de patricios y grandes hombres de la ciencia o de la academia.

¿Podemos confiar en llegar a una sociedad en la que todos sus miembros participen en cosas clave para el bienestar social como el mobiliario urbano? Dicho así suena a utopía irrealizable, porque se imagina uno a los habitantes de un barrio reunidos en asamblea para aprobar la instalación de una escultura en la plaza.  Pero la cosa no es tan compleja. Es un problema de monopolio del arte por los considerados artistas.

Renau contaba que en una de sus visitas a la Unión Soviética, un grupo de artistas le dio una lección insospechada. Le llevaron a un barrio que habían decorado por encargo de la administración local. Decía que el resultado era un espectáculo decepcionante, uniforme, académico, aburrido, casi monocromo. Los artistas habían modificado (con el mejor propósito proletario) un intento realizado por los propios vecinos, que habían decorado sus puertas, sus fachadas y sus plazas con ideas propias. El resultado no había gustado nada a los artistas, lo habían considerado torpe, llamativo, naif. Hoy el prejuicio se ha impuesto, si una obra es fea, está incompleta, es una serie de objetos pegados y reunidos y cosas por el estilo, pero la firma un artista, se da por auténtica.

No es que desaconseje una visita a Goldrausch ni a la sección contemporanea del Germanisches National Museum de Núremberg, pero recomiendo vivamente un paseo por la exposición temporal «Sueños Diurnos y Pesadillas», Tagträume – Nachtgedanken. Son muestras gráficas, grabados, dibujos, fotomontajes, collages, de artistas que han representado los sueños y las pesadillas de su época, desde el siglo XV al presente. Está co-organizada por la Fundación March española, y se exhibirá en Madrid entre octubre y febrero del año que viene. Es una muestra muy bien seleccionada de obritas, y contiene preciosidades dadaístas y surrealistas. Merece la pena una visita, porque en estas vanguardias se encuentra el origen de lo que acabo de poner en cuestión en este artículo: la magnificación de lo que los dadaístas, por ejemplo, desearon desmontar, la tontería del arte.

Preservando los rosales para la primavera

Acabo con una referencia a la belleza de los cementerios, un espacio que forma parte de las urbes aquí en el norte de Europa. ¿Todavía alguien sostiene que los cementerios son lugares tristes? No estos alemanes, aunque esté nublado y haga un frío de todos los demonios. Paseando por este cementerio de Johannis, topé con unos operarios municipales trabajando entre las tumbas. Me paré a observarlos, y me pareció que hacían algo absurdo, decorar los túmulos con árboles de Navidad. Pensé, estos alemanes son tan educados, que hasta celebran la Navidad con sus muertos. Para salir de dudas, les pregunté qué hacían. A pesar de mi pésimo alemán pude entender que estaban cubriendo los tallos de los rosales con ramas de abeto para que la nieve inminente y las heladas no acaben con los brotes, y en primavera las rosas vuelvan a lucir su esplendor. Encomiable previsión municipal, garantizar la belleza de sus jardines amenazados por el invierno.

Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, incluso en un cementerio.

 

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