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Cultura y comunicación

Txema Can, Ilustrador Compulsivo y Genial

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Txema Can es a mi juicio uno de los mejores ilustradores españoles contemporáneos. Soy consciente de la temeridad de semejante declaración. Sirva de disculpa que no soy experto en la materia. De modo que lo único que puedo hacer es precisar mi aserto con un modificador: Txema Can es uno de los mejores ilustradores españoles que conozco. Aun así, la creatividad, el ingenio y la calidad profesional de Txema Can son indiscutibles, y si no se encuentra en la posición que un artista como él merece, debe ser por la tradición española de desperdiciar el mérito de sus mejores hombres y mujeres. Si bien, tampoco Txema Can parece muy interesado en ocupar ninguna torre de marfil, que es el destino de tantos buenos creadores.

Txema Can es José María Sánchez, nacido en Valencia, y en el momento de publicar estas líneas, grafista en un Canal 9 herido de muerte. Sus ocupaciones creativas le han llevado a lo que suele llamarse Street Art, que tiene que ver con el Graffiti, aunque se desvía de él porque viene a servir un propósito, en este caso la decoración de cierres y persianas de pequeños negocios.

El último trabajo al público de Txema Can ha sido en el barrio de Benimaclet de Valencia. Se trata de los cierres de la librería “La Traca”.

David Cases, dueño de la librería, confiesa que se decidió a “decorar” los cierres de “La Traca” harto de verlos ensuciados por graffiteros anónimos, y de gastar un dineral en pintura para tapar las firmas y ocurrencias de esos escritores urbanos, según ellos mismos se definen.

Son seis cierres metálicos, cubiertos con motivos literarios pintados con esmalte sintético, el tipo de material que se emplea para las verjas. A Txema Can le ha costado unas 80 horas de trabajo, durante las cuales ha disfrutado de un trabajo hecho en público, y que él compara al de un músico callejero que canta para un vecindario que le conoce y le tiene afecto.

A continuación, Txema Can habla de sí mismo para Perinquiets.

Presentación y recogida de declaraciones Fernando Bellón

 

 

El artista proleta

El artista proleta

Una temprana vocación a prueba de escuela

Empecé a disfrutar del dibujo conscientemente a poca edad. Recuerdo mis primeras libretas, tendría yo 10 años o por ahí. Dibujaba grandes batallas a dos páginas, y enseguida se me acababa el papel. Eran muñecos como los que hace Cuttlas. Yo los hacía con flechas, fusiles, y montaba unas batallas impresionantes. Acababa una y empezaba otra. Disfrutaba mucho, y tenían consecuencias en el colegio. Muchas veces, el profesor me decía, “Señor Sánchez, qué bonito lo que está usted haciendo, pero váyase a la última fila, que estará más tranquilo”. Yo me iba a la última fila y me dejaba en paz.

Me aburría muchísimo ahí. Me dedicaba a mirar por la ventana, envidiando a los pajaritos y a la gente que pasaba por la calle, o me ponía a dibujar. No me enteraba de nada de lo que pasaba en clase. No porque fuese difícil, es que para mí era aburridísimo, no me interesaba nada. Estoy hablando de 4º ó 5º de EGB. Nunca fui un gran estudiante. Al final, me expulsaron por repetir tantos cursos.

Y mis padres tuvieron no sé si la resignación o la generosidad de dejarme en paz unos años. No se preocuparon mucho de mi educación formal, y me dejaron vivir un poco. Yo dedicaba horas y horas a dibujar en mi cuarto y no envidiaba nada ni a nadie.

No estaba todo el tiempo encerrado. No era un tipo raro. Era sociable. Simplemente dedicaba mucho tiempo a estar en mi cuarto oyendo música y dibujando. Tenía muy poco espacio. Recuerdo hacer cuadros acrílicos en un área de cuatro metros cuadrados prácticamente; entraba alguien, lo desmontaba todo, y luego lo volvía a montar. Yo vivía así como si fuese algo normal.

Intenté asistir a una academia de dibujo. Me matricularon mis padres. Incluso me aseguraban una beca. Pero sólo fui al examen. Intuí enseguida que tampoco me iba a interesar mucho lo que iba a hacer allí.

 

Autoeducación y primer empleo insólito

Al final, compraba grandes cartulinas de buena calidad, y con carboncillo copiaba fotografías, me inventaba cosas, y llenaba el cuarto de dibujos. Claro, mis padres flipaban, y un hermano con quien compartía la habitación, también. El no se parece nada a mí. Mis padres no sabían qué hacer conmigo, la verdad. Eso fue entre los 16 y los 18 años.IMG_3870

Yo conseguía dinero por otros lados, después de trabajar en mi habitación. Daba clases particulares de matemáticas y de lengua. Yo dije que sabía, pero en realidad me preparaba los temas antes. Me sirvió para una especie de autoeducación, porque yo había abandonado el colegio, porque me habían expulsado de Escolapios en Octavo de EGB, después de haber repetido Sexto, Séptimo y Octavo. Era el más grande de la clase. No podían conmigo. Yo creo que mi madre, aunque siempre me lo ha dicho en broma, pensaba de verdad que yo era un poco tonto. Cuando aprobé las oposiciones en Canal 9, dijo “Y yo que creía que eras tonto”. La familia no lo tenía muy claro: este chico qué hace perdiendo el tiempo constantemente…

En esos años me ganaba muy bien la vida dando clases a críos del barrio de Benimaclet, tres horas cada tarde. A veces me salían cosas de jardinería en otros sitios… Tenía mis ingresos. En dinero era un poco autónomo.

Pero a los 18 años, yo necesitaba ya tomar ciertas decisiones para independizarme. Y se me ocurrió presentarme voluntario al servicio militar. A los cinco minutos me di cuenta de que lo que había hecho era una barbaridad, que allí no estaban muy bien de la cabeza. Aquello era una locura sin sentido. Pero conseguí acoplarme muy bien, porque me vino de perillas lo de saber dibujar. Le caí muy bien al teniente y me dejaban vivir un poco. Aunque al final acabé muy mal, haciendo guardias como un loco… pero eso es otra historia.

 

Artes y oficios, y trabajo en un barco negrero

Cuando acabé todo eso, pues vino que empecé a salir con una chica, que ella tienía unos planes, pero yo otros… Y me puse a estudiar, a recuperar lo perdido. Mi familia quería encauzarme por donde yo no quería ir. Podía haber acabado de mecánico, de celador, de auxiliar, que es lo que ellos querían. Pero yo iba por otro lado.

Hice primero y segundo de Artes y Oficios, y encontré un trabajo serio por una temporada en un estudio. Era una especie de barco negrero. Ilustraba y preparaba embalajes para que luego los imprimieran en cartones. Una cosa compleja y jodida. Doce horas diarias, seguramente Un año así. Cuando oigo hablar ahora de la crisis, de lo que podemos perder, trabajar en malas condiciones, me acuerdo de esa época. Yo era jovencito y hacían conmigo lo que querían, no tenía ningún derecho.

Después del año de trabajo, volví a la Escuela de Artes y Oficios. Y en ese momento, se muere mi padre. Eso me marcó. Vi que los juegos ya no valían. Me busqué la vida. Hacía trabajos sueltos, de dibujo de ilustración, para empresas de serigrafía… Dibujaba por todas partes, lo que me salía. Luego ya empecé a conocer lo que era la pintura. De pequeñito me habían llevado al Prado y no me quería ir; mi madre me sacaba de allí, porque estaban de turismo en Madrid y no querían pasarse el día en un museo.

Sin embargo, yo investigaba en el mundo de la ilustración, en varios caminos que todavía no sé a dónde pueden llevar, y que se pueden mezclar… Fue entonces cuando vi que se pueden decir cosas con la ilustración, contar cosas, expresar cosas. Yo en ciertos asuntos era muy hermético. Pero a partir de ese momento empezaron a salir cosas, ellas solas.

En Cuarto curso, estaba en Ilustración con Pedro Cano y José Luís Charco en la misma clase. Teníamos un profesor muy bueno, Mazorriaga, un hombre que ya está jubilado. Aprendimos a distinguir elementos y a expresar cosas simplificando, no sólo era dibujar, sino utilizar el dibujo como instrumento para expresar una idea y transmitir algo. Algo me hizo clic. La ilustración empezó a volverme loco.

 

Tránsito por Canal 9

Así quedó el cierre de La Traca, librería de Benimaclet.

Así quedó el cierre de La Traca, librería de Benimaclet.

Y en ese momento, Pedro me dice, vamos a presentarnos a un trabajo, unas oposiciones. Era para Canal 9. Nos presentamos, y de entre los cientos de personas aprobamos los dos. Era un trabajo, grafista, para el que no pedían títulos, porque no los había, sólo reclamaban experiencia. En aquel momento en Valencia no había nadie que supiera usar un Paintbox, no existían máquinas de grafismo. Y nos soltaron allí, porque éramos capaces de aprender, sin tener nadie que nos pudiera enseñar. Nos enviaron a TV3. En aquel momento, entrar en una televisión pública por oposición era algo fenomenal, daba categoría. Entonces abandoné los estudios, aunque me permitían hacer unas pruebas especiales. Pero el nuevo trabajo me tenía muy liado. No tengo ningún título. Y eso que el título es muy importante en esta sociedad.

Sobrevivir en Canal 9 dos jovencitos como Pedro y yo no fue fácil. Estábamos rodeados de periodistas, jefes, políticos, enteraos… había de todo. Nos fuimos adaptando.

Imágenes moviles

Paralelamente yo empecé a mover la ilustración. Yo había estudiado para que las imágenes fuesen estáticas, pero en ese momento apareció algo nuevo. Yo lo había estado probando antes en un ordenador que me había comprado antes de las oposiciones. Un bicho que me costó 250.000 pesetas, una fortuna. Era un Hatari. En español no había programas de animación. Así que yo, en casa, intentaba entender el alemán sin diccionario. Aprendí a base de prueba y error. Así logré hacer animaciones. Los amigos del barrio fueron de gran ayuda. Algunos estudiaban informática en la Politécnica, y me echaban una mano. Yo me iba de fiesta por la noche. Me presentaban a tipos, e intercambiábamos información. Para mí eso fue utilísimo.

Descubrí la magnitud del tiempo, el movimiento, en la ilustración. Y a partir de ahí, sin parar.

El sugestivo mundo del Cómic

Por otro lado estaba el cómic. Yo publicaba en fancines, aunque era mayor en edad que la gente que había por ahí. Yo me encontraba en mi salsa. Me pedían cosas, y yo iba haciendo. Valencianos que trabajan en Madrid, en agencias de ilustración, mediadores, empezaron a ver mis cómics y me llamaban a casa por si quería trabajar para ellos. Me puse a trabajar para gente de Madrid por Internet.

Trabajé muchísimo para revistas impresas, semanales y cosas así, durante la década de los 90. Era un trabajo bien pagado, aunque a veces eran faenas duras, laboriosas, y urgentes: suplementos con artículos ilustrados para empresas grandes, Telefónica, Aena… Las agencias que hacían esas revistas me llamaban. Yo me ponía a trabajar el viernes, y acababa el domingo. Una paliza. Tanto, que pedí una excedencia en Canal 9, no podía hacer todo a la vez. Me uní a otra gente que tenía un taller, y me sirvió para ver lo difícil que era la convivencia laboral; por ejemplo, la inestabilidad que puedes sentir en un momento dado, y las repercusiones que puede tener en los demás, sin que te des cuenta.

También empecé a conocer gente del mundo de la ilustración y de la pintura, del cómic… Me fueron metiendo dentro, y uno de los fancines en los que colaboraba ganó en Barcelona el premio al mejor fancine. Se llamaba “Como Vacas Mirando al Tren”.

Paréntesis escultórico

Por otro lado, hacía escultura. Yo tenía una novia en Benicarló con un hermano, un ingeniero muy habilidoso y muy receptivo a la caña que yo le metía sobre la creatividad. Un día, cogí y compré un soldador. Aparecí con el soldador, y le digo, vamos a ver qué hierros encontramos por ahí. Y empezamos a soldar piezas y a hacer esculturas. Hicimos exposiciones en Madrid, y fuimos a varias ferias de arte. La cosa se estaba enredando y haciendo grande. Pero acabó porque rompí con la hermana. Hay un momento en que te das cuenta de que las cosas hay que dejarlas, y lo haces de la mejor manera posible, te cueste o no te cueste. Siempre hay alguien que se sacrifica. Pero tú tienes que seguir tu camino. Seguimos siendo muy amigos, pero no hemos vuelto a trabajar juntos. Él se dedica ahora a la música, algo que se le da muy bien.

PC-ra

PC-ra

Et in Arcadia Ego

Me tiré como cuatro años haciendo un suplemento, bueno unas tiras de cómic, no recuerdo muy bien si fueron tres o cuatro años. Lo tengo todo mezclado en la memoria. Hacía una tira para un semanal nacional. Y cuando se acabó aquello, era como un silencio… Creía que no iba a dibujar más… Voy a parar ya, pensaba. Era como un vacío. Algo que se acaba.

Lo que pasaba era que, aunque dibujar era lo mejor de mi vida, no encontraba los canales para expresarme yo mismo, mi verdadero yo. También tenía que ver con la edad, con hacerse mayor, con la necesidad de pisar suelo, mezclado con el mundo de las malditas drogas. Que tampoco eran drogas muy fuertes, yo no he sido nunca un adicto. Pero sí que influían las drogas en mi estado de ánimo y en la conciencia de las cosas, algo que se percibe con el hachís. A mí eso no me beneficiaba para nada, y necesitaba hacer un cambio muy gordo.

Hubo un momento en el que me fui a vivir al campo, y casi me quedo allí, si no es porque vinieron a sacarme. Fue en Atzaneta del Maestrazgo, en dos mil o dos mil y algo. Pasé varios meses, de invierno y primavera. Y un amigo del barrio vino a por mí. Yo estaba huyendo de la realidad, de enfrentarme a algo que no sabía muy bien qué era porque no me atrevía a averiguarlo. Estaba en una especie de paréntesis maravilloso, en un paraíso salvaje. Me recuerdo descalzo, plantando patatas con el dueño de la masía, en pleno monte… Aquella sensación era muy fuerte, y no la había sentido jamás. Miraba pasar las nubes por la tarde, en primavera… Yo les daba 20.000 pesetas al mes, y me daban de comer y me dejaban dormir en el camastro. No quería volver. Allí es donde acaba todo el mundo que huía de algo. Estaba lleno de gente colgadísima. Había algún médico, algún ingeniero.

Aquello había sido una masía antigua que habían reconstruido con una cúpula inmensa. La cúpula era de la época hippy, y evocaba los templos orientales, hinduístas o budistas. Allí se mezclaba todo, el yoga, la droga. Para cuando fui yo estaba abandonada y se estaba cayendo. Yo allí pintaba. Me había llevado lienzos, fabricaba los bastidores y pintaba. Fue una época de experiencias, pero nada más. Yo no canalizaba nada, me brotaban las cosas pero no las sabía canalizar, no les sabía dar utilidad, que fuesen prácticas. Estaba descontrolado. Buscaba muchas cosas sin unirlas bien. Estaba tan a gusto allí, que no quería volver. Y eso que dormía en un camastro de palets, con una vela. Recuero haber leído “1984” allí. La bebida habitual era el coñac, aunque yo no la bebía. A lo sumo, algún canuto.

Era una crisis mía. He tenido otras. La razón era múltiple: no vivir en la realidad, las drogas y la relación de pareja. Salí huyendo y me refugié allí. Además tenía medios, un trabajo, en el que me pedí una excedencia, y dinero ahorrado. Yo me he aclarado varias veces así, yéndome lejos, saliendo del agujero en el que estás metido. De momento no he tenido otra como esa. No sé ahora, cuando salga de Canal 9.

Internet y primeros libros

Entonces me fijé en Internet. Yo no sabía cómo iba a desarrollarse aquello, eran los principios de la Red. Yo flipaba muchísimo con todo el tema. Y descubrí el mundo de los Blogs. De pronto dejó de preocuparme quién iba a recibir el mensaje, si es que había un mensaje, si era consciente de que había un mensaje. Yo intentaba hacerlo íntimo, dibujar mis sentimientos en momentos en los que no estaba bien. Para mí Internet era la oportunidad de lanzar un dibujo como una botella en un océano.

A la vez empecé a publicar libros, individuales y colectivos. Míos solos, no sé, habrá seis, siete, ocho. Pequeñitos, grandes y medianos. Lo más serio que he hecho hasta ahora es lo más reciente. Trabajar en otro medio te consume tanta energía que no puedes dedicarte a lo tuyo propio, y tampoco estás en condiciones de recibir de otros cosas que te ayuden a mejorar.

Ahora no sé si tengo paciencia e interés para la ilustración en movimiento, el video y tal. Ahora me interesa la pintura, el óleo, y en espacios donde las cosas se vean, que puedas acabarlo y dejarlo en la pared, que no tengas que enchufarlo para verlo, o como los libros, que tienes que abrirlos. Un grupo de amigos están haciendo un corto con dibujos míos. Yo les he dicho que yo estoy encantado, pero que no quiero intervenir. Les doy las piezas, hago un poco de intermediario, hago el story y ellos lo manipulan. Las dos o tres cosas que me atraen ahora son el cómic, la pintura y caminos que intento abrir, como hacer cosas in situ. Las cosas están cambiando. Para mí este momento es una aventura que, espero no me provoque ninguna crisis.

 

Trabajo en la calle

Esto de las persianas no sé donde va a acabar. Pero para mí ha tenido más resultado que hacer un cómic durante varios años. La experiencia de la calle es fantástica. Es como vender esculturas en un mercado, o ir a un salón del cómic y ponerte a hablar con todo el mundo. Los dibujantes estamos en una mesa y normalmente solos, algo necesario para hacer las cosas. Pero compartir con la gente que pasa algo que has hecho con tu mano, algo que al principio no se sabe qué es ni qué va a ser es fantástico.

No parece importante. Pero ha cambiado la estética de la esquina, la ha cambiado para bien, y la gente lo reconoce. “Para bien” quiere decir que no son graffitis bárbaros. Una noche, estuve trabajando después de que echaran el cierre un par de horas, desde las ocho y media. Yo estaba con la escalera y me sentía en un escenario. La gente pasaba y era como si estuviese tocando la guitarra y se quedaran a escuchar unos acordes. Sonreían, comentaban cosas… Alguien preguntó si estaba haciendo un chino… Me saludaban, algunos me animaban, me decían que les gustaba.

Ese trabajo, materialmente, no cuesta mucho dinero. Es un deseo del dueño del negocio, que me animó, porque yo no me atrevía. Yo no había buscado nada, y encontré el hueco en el momento adecuado. Un día, cuando yo estaba sancionado por haber invadido el estudio de Canal 9 en protesta por el ERE, se me acercó y me dijo que me había visto en el periódico. Yo no quería hablar del tema, y cambié de asunto, Le dije que tenía un dibujo para su persiana. Les enseñé unos bocetos en el ordenador para los seis espacios a los dos lados de la esquina. Sólo le gustaba uno. Pero me dijo que no sabía muy bien lo que quería. Entonces me sacó mi cómic, que vendía en la librería, y me dijo que algo como lo que había en el libro. Yo le dije que ese tipo de dibujo no se podía hacer en el cierre, pero que lo podía adaptar. Entonces sugirió que tuviera algo infantil. Y a partir de ahí salió lo que ha quedado.

 

 

 

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